Murieron con las botas de snowboard puestas

Este es un post en dos partes: Primero voy a escribir el antes y luego cómo fue en realidad la experiencia. El antes es la intención, es lo que he pensado, es la expectativa que me he creado sobre una experiencia que voy a vivir y el después es el resultado de la acción, la cruda realidad.

Me voy a practicar un deporte que suelo hacer esporádicamente, esquiar, y como ya me conozco bien el sitio y estoy en un punto que no me interesa progresar más, me aburro… Progresar más supondría perfeccionar en su práctica, y ni tiempo ni ganas…

Uno debe conocerse a sí mismo y admitir si eres de los que incide o de los que abarca. Me explico, si eres de los que te gusta mejorar una misma técnica o habilidad y extraer además de la esencia sus detalles, o eres de lo que en cuanto medio dominas la base te planteas retos que varían o marcan grandes diferencias. Pues yo soy de las que una vez hallado el truco, me voy a por otro.

Siempre he sido palillera (en jerga de esquí es ir sobre dos esquíes) y este año me he propuesto probar el snow (la tabla).

Toda esta introducción era para justificar mi decisión de probar una variante en un deporte que dominaba para volver a sentirme novata. A mí el papel de alumna de nivel uno reconozco que me encanta. Me encanta ese momento de descubrimiento de las cosas, ése en el que todavía no has pillado el asunto y vas de la frustración a la excitación, de la soberbia a la humildad y de la diversión al agotamiento.

Dicen que te caes mucho, que al principio se avanza muy lento, que físicamente requiere de mayor esfuerzo, pero que luego terminas disfrutando mucho. Supongo que además discurriré por esa fase de «esto es pan comido» en plan confiada total para luego ir a parar a estrellarme al suelo sin pose digna, chafando mi orgullo torero y viendo como encima de mí baila el «¿tú qué te habías creído?». En fin… continuaré contando el después.

Día 1: He pasado por momentos peores, lo reconozco, sí, aunque en un par de ellos me ha costado incluso recordarlos dentro de la misma categoría. Se nota que es el primer día entre el grupo porque casi todos los comentarios giran en torno a quien le duele qué, dónde y qué rastros visibles ha dejado.

Día 2: Vale, está claro que el que persevera y sobrepasa la barrera de «no me siento las piernas» (o tal vez ojalá no me las sintiera) empieza a vislumbrar que algo de lo que hace es correcto y que quizá algún día pueda hacerlo tan fácil como parece que lo hacen los demás. Te da para algún comentario jocoso sobre algo bueno y comienza el entusiasmo.

Día 3: Casi no puedo ni escribir… Es como más de lo mismo, pero la sensación de control aumenta en la misma medida que los dolores y caídas. Subimos y bajamos como la montaña: de la euforia a la absoluta frustración. Miro pasar a los esquiadores y me acuerdo de mi nivel técnico, de mi dominio, de que ya no me dolía, de que podía enseñar a mis hijos, de… de mi estancamiento.

Día 4: Nos sabemos dos cositas básicas que no fallan y nos enseñan otros aspectos importantes para progresar. ¡Oh, cielos! estoy en plena fase de Ley de Pareto: mi proporción de logros por intento no supera el 1/4. Es justo el día que me acuerdo de cuántas velas soplaré este año 2015… No veo a ninguna cuarentona practicando el puñetero deporte éste, sí hay hombres de mi edad o mayores, pero no mujeres. Ya sé por qué cuando vuelvo con mi hija a dejar la tabla a la tienda de alquiler nos llaman «las surferas» y todo el personal ya sabe que se refiere a nosotras…

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Me queda un día para completar el curso y tengo dos grandes opciones: o seguir pese al miedo, la frustración y el dolor para invertir esa proporción del 1/4, al 3/4 o de lo contrario… Ni siquiera me planteo la otra opción.

Día 5: La advertencia de que otro golpe más en el mismo sitio de ayer y se me acabó el esquí por este año, ya me daba lo mismo, era el último día y había que ir a por todas. Mis hijos empezaron su curso desde el mismo nivel que yo y los veo pasarme por la pista como si me llevaran dos temporadas de ventaja. Me ven torpona, lenta y dolorida, pero ahí estoy, perseverante. No lo he hecho por cabezonería, ni tan sólo por escribir esta experiencia, lo cierto es que es muy divertido y supongo que se convertirá en más divertido todavía.

Creo que he pasado una etapa, ahora quiero otra, quiero mi etapa de snow. Nunca es tarde en la vida, de verdad así lo siento. Seré de las pocas surferas cuarentonas de esa estación, pero seguro que no soy la única ni lo seré.

Siempre he creído que cuando quieres algo tienes que ir a por ello con todas las consecuencias, así que si quería hacer snowboard y disfrutar tanto como en su día hice con el esquí, debía pasar esta fase complicada de aprendizaje y… ¡I did it!

Ésa ha sido mi recompensa y no hay práctica de deporte, actividad, hobby ni pasión que supere lo que sentí y aún sigo sintiendo: conseguir lo que uno se propone sin traicionar tus principios. Es un pequeño gesto que no cambia una vida, lo sé, pero me proporciona ejemplos para conseguirlo en otros aspectos. I did it, I did it, I did it…