Mis clientes son los mejores

No me cabe la menor duda, no tiene parangón, mis clientes son los mejores. De entre todos los clientes que hay por ahí, son los mejores. ¿Los clientes de la Coca- Cola? Anda ya… ¿Los de Apple? que va, que va. No pueden compararse a mis clientes. Cualquiera se puede comprar un refresco, como dijeron ellos en un slogan famoso: para los bajos, los altos, los tontos, los listos, los cabroncetes, los delicados, los bien peinados y los grillados. No digamos los de Apple… bueno, a estos los rescatamos un poco más por aquello de pertenencia a la secta, pero tampoco; mis clientes son los mejores.

Y por supuesto no hablo de que tengan la cartera llena y generosa, que no siempre se da este perfecto binomio y eso es como tener un Ferrari sin gasolina, adornos que no te llevan a ninguna parte. Algunos de mis clientes no vuelven a aparecer y eso me alegra y reconforta, contrariamente a lo que se supone que es un cliente fidelizado. Tampoco es que se vayan todos corriendo a la competencia, simplemente deciden prescindir de esos servicios, se dan por «jartos».

No me gustaría dar la impresión de que son facilones y agradecidos. De eso nada… Hay quien me dijo que le estaba tocando mucho las narices con cara de malas pulgas, puño apretado con alzamiento incluido y sin embargo desde ese día vino buscando más guerra pacífica. Y también tengo en mente al que acudió para que «le castigara» y al no entrar en su retorcido juego, me dio un portazo con un «eres blanda como la mantequilla», para regresar al siguiente con su tostada lista para untar.

Los admiro mucho como personas, son los mejores. Me discuten, no hay cestas por Navidad, se les olvidan recomendarme, pero me da igual, se lo paso por alto porque son los mejores.

«Clientes tengas y los sirvas», ése debería de ser la nueva maldición gitana en estos tiempos donde muchos se afanan con ahínco en conquistarlos y pocos en amarlos. A mí me conquistan ellos… si es que son los mejores y eso se nota. ¡Ah! y exigentones otro rato… Hubo quien en una escala de 0 a 10 para valorarme me puso en el  nivel casi casi 5. Para que no te lo creas mucho, me dijo, tal como mi padre hizo conmigo y que tan bien me ha ido en la vida. Gracias, gracias, me salió de contestación, tu empeño en tratarme como a un miembro de tu familia me honra, pero permite que ponga un asterisco para recordar la interpretación que le das…

Aún a pesar de defectillos e insalvables, son los mejores. Fíjate, no creo que numerosas empresas y profesionales de grandes rankings mundiales pudieran proclamar con orgullo que sus clientes son los mejores. Y no por contratarme, no hombre, no, su adjetivo se lo han ganado a pulso y previamente siquiera a conocernos. Son los mejores y punto, sin discusión ni lugar a dudas.

Son aquellos que simplemente buscan superarse. Son los inconformistas, son los que mantienen ilusión por encontrarse a sí mismos y aún así, disfrutarse. Son los que con sus limitaciones se hacen un atillo y te las traen para que veas cómo las manejan. Gente de la más valiente, que sabe que el más fiero de los competidores es uno mismo. Son los que aceptan que los caminos cortos y sin pendientes no llevan a la cima donde sus ojos han puesto el rumbo. Pueden venir preparados y pertrechados con ganas de más porque no admiten como el resto que la tierra entera se acabe en esa cima. O te vienen sin estar en forma, con zapatillas prestadas que hacen daño, con ropa incómoda, ateridos de frío porque la marcha se hace a destiempo…

En definitiva, son aquellos que para todos esos cometidos te traen su propia persona. Respiran hondo… y me contratan. Ya digo, mis clientes son los mejores.

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