Mi querido «maestro»…

Mi querido Javier, ya te lo dije, he tenido esa suerte contigo. Supongo que te lo diría un día de esos que nos tomábamos un café en Luceros, o delante de tu mesa de trabajo, o tal vez fue en la sala de entrada del despacho que me iluminó para el resto de mi andadura profesional, pero en alguno o en todos esos sitios te dije que te admiraba y que no podía haber tenido mejor maestro. Quizá por eso, nunca más aguanté a un jefe: las comparaciones eran terribles.

¿Que si aprendí el oficio de jurista? Bueno, supongo, pero ciertamente fue lo de menos. Lo primero que me enseñaste es que con 25 años ya era una mujer digna del mismo respeto con el que tratabas a tu mejor cliente y que las opiniones de una «pasante» (aprendiz de abogado) se tomaban en consideración porque aportaban valor a tu experiencia y sabiduría. Hasta ese momento no había experimentado el mundo laboral e inocente de mí, pensé que los demás, obviamente, me tratarían de la misma manera. Pero aunque luego no lo hicieran, esa huella que dejaste en mí, me sirvió para no dejarme pisar por nadie y mantener mi dignidad, asumiendo las consecuencias que tuvieran que pasar.

Lo segundo que me enseñaste es que cada momento cuenta: cada café puede encerrar una tertulia de filosofía; cada comida de trabajo, una ocasión para disfrutar descubriendo un vino impresionante (todavía me acuerdo de una botella Magnum que escogiste para una celebración en un restaurante de Palma de Mallorca ante la cara de pasmo de la convidadora primero, y el «qué más da» alegre de después) y como cada espera entre llamada y llamada se convertía en un recital de ópera. Hubo días en que el universo entero se conjuraba para mandarnos pruebas de resistencia ante la urgencia, la inmediatez y el desastre y siempre mantenías la calma. No te vi perder los nervios, ni la compostura, ni la educación, era como si ya fueras viejo y supieras de la relatividad de las cosas. Desde entonces no pasa «momento caos» que no piense en tu templanza.

Con todo aquello que aprendí un día tuve que volar del nido empujada por ti y viví una de las mayores experiencias que una joven asesora podía soñar, así como también una dura prueba de fidelidad. ¿Cómo iba a aconsejar, revisar, firmar o tan siquiera participar de un gesto injusto hacia tu persona? De nuevo tuve suerte de haberte tenido de ejemplo para tomar una decisión: devolverte de alguna manera el tiempo invertido en intentar enseñarme a ser una profesional con honor. Así que con esa discreción con la que llevabas tus asuntos internos del corazón, casi pasamos por alto una conversación que me marcó de por vida: las cosas se agradecen explícitamente.

Eso he hecho después, maestro, en mis posteriores oficios o caminos emprendidos intento siempre agradecer a aquellos que me han ayudado o aportado cosas que no eran de obligado cumplimiento, de ahí que me reafirme en que he tenido esa suerte contigo, suerte de haberte conocido y suerte de habértelo dicho. Todos recordamos en la vida a personas especiales que nos hicieron sentir especiales… por eso me acordaré de ti.