Mi madre me ha enseñado para qué sirve el deporte

Mi madre me ha ensañado que el deporte sirve para amar. Ya sé que choca un poco esta afirmación tan tajante. Y que incluso, la conclusión puede parecer ambigua. Pero después de años intentado estar en forma, me he dado cuenta de que el mayor ejemplo me lo da mi madre y que deporte y amor, están destinados a encontrarse.

Más allá de que fuera mi madre la que me metiera en academias y gimnasios de pequeña para compensar la falta de atención que en mi generación se prestaba al estado físico de las mujeres, lo he visto siempre en ella misma y su ejemplo me ha impulsado a mí. Y eso que nunca pisó un vestuario, ni una clase de pilates, ni se subió a una bici. Aunque sí la he visto caminar, cuidar su alimentación, prescindir de transportes, levantarse del sofá con ánimo y disposición. Eso cuando era más joven.

Ya en su avanzada madurez, y pese a algún problemilla en los pies que no le permite machacarse con esas tremendas caminatas tan usuales que se pegaba, la he visto ejercitarse. Estaba yo rondando el séptimo mes de embarazo de mi primer hijo, mi niña, cuando al entrar en su cuarto para hablar con ella la veo haciendo sentadillas y unas media flexiones…

¿Qué haces? le pregunté asombrada de verla tan campante, vestida de calle en tareas tales que yo, recién estrenada mi treintena, ni me acordaba del nombre de esas posturas… Quiero estar en forma para coger bien y de forma segura a tu hija. Quiero estar bien para criarla, me dijo.

Mi madre quería no quejarse, ser útil, disfrutar de su nieta, ayudarme… ¿Se puede encerrar en ese gesto mayor acto de amor? Amor por sí misma, por su valía, por su felicidad. Y por su familia.

Tenemos un cuerpo, un templo sagrado que contiene nuestra persona, nuestra esencia, nuestra contribución, nuestra materia. Conforme ha ido pasando mi esplendor, más venero mi cuerpo. No amanece un día sin que dé las gracias por disponer de dos manos, dos brazos, dos piernas, un torso… Me siento una privilegiada de poseer un cuerpo que me permite ir, abrazar, sostener, acariciar, impulsar, correr, recibir, avanzar, cobijar… amar.

Utilizo mi cuerpo para amar a los míos. No solo lo digo, lo hago. No solo lo pretendo, lo pongo en marcha. No solo lo ideo, lo hago presente. Mi cuerpo, mi máquina perfecta, mi mayor utensilio. ¿Cómo no cuidarlo?

Quien hace deporte, quien ejercita su cuerpo, está amándose, amando a los suyos. El deporte enseña que un esfuerzo tiene una recompensa en el futuro incierto. El deporte es el mejor ejemplo de gestión emocional, demorar la gratificación. Demuestra esperanza, confianza y coraje de vivir. Quien hace deporte, invierte en su salud, en su no dependencia y en la libertad de los demás. Quien mima su cuerpo, se está dando la instrucción de que merece esa atención. Quien venera su físico, venera la vida.

Y no solo lo he interiorizado con mis actos. Lo he aprendido de mi madre. En plena pandemia cuando me flaqueaban las fuerzas para seguir un video o apuntarme a una clase virtual, mi madre, que va por la 8ª década, andaba por su casa, pasillo arriba, pasillo abajo, con peso en los brazos, se subía a una cinta eléctrica y realizaba sus ejercicios diarios…. ¿Quién soy yo para tirar la toalla?

Cuando hoy día me dice mi hijo de 14 años que una de las personas que más admira es su entrenador de baloncesto, que quiere estudiar la carrera de deporte y que se preocupa por mantenerse fuerte, ágil y activo, siento orgullo de pertenencia a mi clan. Quien cuida su cuerpo, de alguna manera cuida parte de sus pensamientos para persistir, para respetarse, para valorarse, para marcarse metas, para comprometerse consigo mismo, para amarse.

Cada minuto de entreno, nos conecta con nosotros. Nos hace conscientes de nuestros límites, de nuestros anhelos, de nuestra capacidad de superación. Cada tiempo dedicado en exclusiva a atender nuestro cuerpo nos informa de que estamos en nuestros asuntos. Nos confirma que nos tenemos en cuenta, que somos importantes, que somos dignos de amor.

El deporte no es cosa de brutos, ni de incultos, ni de narcisistas. El ejercicio físico es un acto de gestión emocional, donde entrenamos cuerpo y mente, en amor y confianza. Hacia ti, y hacia los demás. Para eso sirve el deporte, para amar-te. A mí me lo enseñó mi madre. ¿Y a ti?

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