Mi lema es…

Todos tenemos una serie de instrucciones que nos decimos que, o bien nos ayudan o nos va poniendo zancadillas. Pero no te vuelvas loco revisando cuál cae en un saco o en otro, que tienes de las dos y conforme nuestra tendencia a no ver en nosotros lo que nos hacemos caer a nosotros mismos, no lo vas a descifrar en este corto rato.

Y encima con el agravante de que aquellas instrucciones que nos han servido en algo las aplicamos a casi todas las circunstancias de la vida y ya se sabe que las generalizaciones no son buenas. De ahí que a mí no hay quien me quite el vicio de mi lema: ya que.

Comparte cierta teoría con aquel que hallándose de obras o reformas, se deja arrastrar por el espíritu de renovación y optimización de medios y recursos, pero tiene sus variantes… Mi «ya que» proviene también del ánimo de aprovechar la ocasión o el tiempo, mas a diferencia de aplicar esta máxima en cosas materiales, si se utiliza para cambiar la propia actitud, en vez de empobrecerte, enriquece.

Yo creo que nació de una enseñanza de mi madre a la que le daba mucho coraje que cuando no me quedaba otra que hacer algo que me desagradara me decía que me costaba lo mismo hacerlo con buena cara. Yo pensaba al principio que lo decía porque debía hacerlo así para los demás, pero pronto vi los beneficios propios. Más que una búsqueda de aprobación ajena, o una máscara de cara a la galería, era una resignación resiliente.

Si era inevitable hacerlo o si era inevitable pasarlo, al poner buena cara para que no sólo fuera fachada debía pensar en algo, aunque fuera remoto, que encontrara gratificante en esa acción. Y al final lo encontraba. Las ventajas eran grandes… Ya que…

A mí esta simple expresión me ha salvado de varias muertes internas. Me ha servido para afrontar grandes reveses, para no salir muy mermada de profundas debacles y sobre todo para disfrutar de la vida. Ésta se compone de injusticias, crueldades, contratiempos… de todas esas cosas. Y cuando digo disfrutar no lo digo como sinónimo de diversión, sino en su sentido de ser consciente de las cosas y sentirlas, gozarlas, aprovecharlas, creerme una privilegiada todavía por estar viva.

Me acuerdo especialmente de una situación que viví siendo niña bastante dramática y mirase por donde mirase, no tocaba el punto que me permitiera salir del agujero. Escuchaba consuelos y ninguno prendía con fuerza. Mi padre consiguió activar mi «ya que». Andábamos por la calle y yo me miraba la punta de los pies sin levantar literalmente la cabeza del suelo. Tómatelo de esta otra manera, me dijo, tendrás una experiencia que contar el día de mañana. Me recompuse inmediatamente, y pese a que tardé años en poder contárselo a alguien, aquello me sirvió para superarlo.

Mi «ya que» viene a ser algo así como encontrar algo positivo de entre la oscuridad. Es que el dicho «no hay mal que por bien no venga» es un poco duro para aplicarlo a determinados casos. ¿Quién de un accidente, tragedia, enfermedad o pérdida es capaz de extraer el bien que ahora se nos viene? Para mí que el «ya que» le da otro matiz más amable que nos permite dentro del regodeo de toda tragedia atisbar un punto de luz.

Ya no se trata tanto de sacar tajada de los acontecimientos, sino de jugar con las circunstancias que se nos vienen encima. De lo único que podemos disponer en total libertad es de nuestra actitud, de nuestra reacción ante los hechos. Las circunstancias son las circunstancias, los hechos son los que son.

Quizá nos sintamos marionetas del destino, esclavos de decisiones no elegidas, arrastrados por fuerzas mayores, pero nadie manda en ese click que acciona nuestro interior. Ese click es nuestro y aprender a manejarlo es más fácil que muchas de las aplicaciones de nuestro smartphone. Eso sí, hay que practicar casi tanto como le damos a la teclita… ¿estamos dispuestos?

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