Me desperté en la noche asomada a la ventana.
El camisón, rozando mi huérfano cuerpo, me recordaba que hay otra que vive en mí, que duerme de día y sale a bailar con las sombras.
Lo recuerdo. Aún lo recuerdo. Aún te recuerdo. Todavía me vienen las ganas.
Con obediencia innata al silencio de la quietud oscura me vuelvo a la cama. Me doy la vuelta para comprobar que algún ser mora bajo la misma sábana. Tan sólo un ser de caliente sangre.
Pero duermes tu responsabilidad a sabiendas de que mi animal ruge a la luz de la noche clara.
Siento rabia paciente de tiempos callados. Distraído te dejé y perezosa me distraigo.
Levantarme es la salida archiconocida que impide que solloce mi alma sin que tú te enteres.
La brisa me roza, juega con mi lejana juventud, con mi marchita ilusión y con mis sombrías madrugadas.
Te lo pierdes, pero yo te lo cuento: huele a noche de desvelo y a desamor contenido.
Y me recreo mirando el paisaje estático y tu voluntad anulada. Ambos están hechos a fuego lento, certero y repetido.
En otro tiempo te supe mío y ahora te veo ajeno; tanto, que podría presentarte a la que lleva el camisón forzosamente puesto y empezar de nuevo.
Pero en la noche, fuera, a través de mi ventana cae la brisa fresca que me inmuta las pasiones y me despierta el hastío.
Regreso al sitio de ninguna parte, nuestra cama.
Y ya ni hay vuelta, no tengo espera, no sientes que yo lo haga y así no fingimos que estamos más solitarios que los botones de tu pijama. Cosidos y amarrados con fuerza a la tela. Así no escapan, pero tampoco los cuida y envuelve.
Mis ahogadas palabras necesitan el libre aire, mas detengo mi paso a salir de esta prisión.
Dime, noche, que si me doy la vuelta, me mira. Dime, noche, que mi blusón cayó en sus sueños. Dime que aún me encuentra. Dime, luz de noche, que aún yo no me fui, que sigo aquí y alguna oportunidad nos queda.