Lujuria

Comienzo desde arriba, desde tu parte más accesible y alta. Mis dedos se ensortijan entre tus cabellos apenas rozando tu cabeza hasta llegar a tu erizada nuca. Vuelvo a subir por donde comencé y esta vez mis yemas discurren lentas por tu frente, perlada de sudor, anticipo de la temperatura que va alcanzando tu volcán.

Ambas manos se detienen en tus sienes y aprovecho para besar delicadamente tu ceguera adornada de gruesas pestañas. Umm, ahora te puedo oler… Y como plato exquisito que se exhibe, mi hambre aumenta hasta el límite de querer probar tu boca con ansia.

Súbitamente mis yemas se vuelven garras y descienden a tu pecho lastimando tu voluntad de que esto no termine rápido. Y no sé cómo, pero consigo desacelerar abandonando tu boca y llevando conmigo tu humedad, dibujando con mi lengua garabatos de deseos en tu cuello.

Ummm, lo siento si te provoca daños, se me escapan mordiscos en tus lóbulos que te distraen de mis manos que, remolonas, descienden a tus inmensas ganas… pero no llegan. Y cuanto más rodeos doy, más placentera impaciencia te entra.

Tu visual pasividad se esfuma en el mismo instante en que me atrapas en un fiero abrazo. Y olvido por dónde iba y a dónde quiero ir y sólo tengo presente cómo te rodean mis caderas y cómo te inmovilizo y de pronto caemos, giramos…

—¿Me pasas ese expediente? —me preguntas sacándome de nuestra improvisada aventura. Como una autómata te acerco una carpeta amarilla con una ventanita transparente, la primera que me vino a las manos. Tan rápido la has cogido que ni sentí tu contacto que tantos escalofríos me produce.

Y ahora caigo en la cuenta de que estamos en la oficina. De pronto el ruido que allí impera se hace dueño de todo y parece imposible que…

Te das la vuelta y siguiéndote el juego te abordo fundiendo mi vientre en tu espalda. Ladeas la cara para escuchar mejor en tu oído los idiomas que inventan los cuerpos para decirse sin hablar.

Nos quedamos frente a frente y medimos nuestras fuerzas. Me rindo un poco si tú lo haces. En cualquier momento nos pueden pillar y me divierto averiguando el uso del miedo y del placer que esto nos da.

Mis ardientes deseos me nublan, me abandonaría a morir entre tus brazos y mis entrañas…

—Perdona, oye, perdona, pero este no es el expediente —me dices con gesto interrogante. De nuevo la oficina cobra vida y me percato de que lo único que ardían eran mis fantasías… Pero me sigues mirando con extrañeza. ¿Habrás notado que te he devorado?

Yo creo que sí porque te muerdes los labios retorciendo al tiempo lo poco que me queda de ropa. Siempre quise hacerlo y ahora ya nada me detiene, paso mi brazo por el trozo de tu mesa barriendo cualquier obstáculo que pueda interponerse entre nosotros, estrellando contra el suelo instrumentos que no podemos arder. Apreso tu carne entre la mía y el fuego que nos quema nos nubla de toda razón.

—Mónica, por favor, puede venir a mi despacho —y así mi jefa me baja la libido a la oficina del piso de abajo. Y además, sabré seguro que cuando regrese mi compañero Jaime tendrá los mismos pantalones anodinos puestos, al igual que el jersey hortera que su madre le regaló por Reyes y que no le marca ni un inexistente músculo. Tendré que esperar a otro momento. Últimamente así me funciona la lujuria.

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