Los sobres rojos de la tienda de la esquina

En  un principio obró su remedio. Todo lo que ocupabas en mi interior se fue con mi suspiro. Es más, al cerrar el sobre y dejarte allí sentí como si mi cuerpo pesara menos. Podía pensarte, pero ya no estabas. Me cabía la dicha, el placer, la alegría, la esperanza y el amor ¿por qué no? me cabía el amor, el amor propio y el amor ajeno.

Te escribí a la dirección donde se mandan los sobres rojos que contienen suspiros: puerta cerrada, número equis. Y una vez de vuelta a mi casa, me senté a descansar… Debió de ser cosa de la simulación de la muerte en forma de sueño, pero me volví a despertar ocupada. Había renacido con todo tú.

—Por favor, un paquete de cien sobres rojos —le pedí a la dependienta.

—Pues sólo me quedan 3 —me respondió sorprendida.

—¡Me los llevo! —le exclamé desesperada —pero pida más, ¡cien o doscientos!

—¿Tantos? ¿No le hizo efecto?

—Sí, sí, mucho, gracias. Pero volvió… al despertar me volví a llenar.

No me dijo nada más y salí a la calle mirando a un lado y al otro recelosa. Me podía pasar cualquier cosa, daba igual, estaba dispuesta a superar un accidente, un desplome, una catástrofe, pero no me repondría si me quitaran esos sobres. Eran los únicos que existían de momento, así que tenía que racionalizarlos hasta que consiguiera un stock ilimitado.

Casi rasgo el primero de ellos con las prisas. No, así no, así no, me dije intentando calmarme. Para que hiciera el mismo efecto de la vez anterior tenía que estar concentrada en la tarea.

Y te volví a ver… a tocar… y esta vez ocupabas más. Aterrada por si tu tamaño excedía la dimensión del sobre, suspiré sin más demora. ¡Uf! doble alivio, seguía controlándote en el fondo del papel y me vacié de nuevo. Como una autómata repetí la misma operación sellando el sobre y procediendo al envío. Pero ese mismo día tuve que hacerlo dos veces más…

—Los necesito, los necesito ¡ya! Haga lo que sea, dígame dónde los consigue y yo voy a traerlos. Lo que sea, ya le digo —le imploré a la dependienta.

—Vendrán mañana, no se preocupe, le aviso enseguida.

—No podré esperarme, no lo soportaré, no podré —y conforme se lo decía mi nivel de angustia subía y tú te expandías.

—Claro que podrá, usted llevaba ya tiempo antes de conseguir los sobres rojos, por tan sólo unas horas…

—Ojalá tenga razón —y salí nerviosa de la tienda debatiéndome si me iba a decidir por la confianza o si me iba a dejar arrastrar por la desesperanza que me llevaría luego a un mejor resultado si por una remota casualidad salía bien.

El caso es que pasaron las horas y tú seguías por ahí dentro, pero de alguna manera saber que iba a ir voluntariamente a comprar esos sobres para deshacerme de ti… ¿cómo decirlo sin eliminarte del todo? Me crecieron huecos en los que no te dejé entrar. No estabas antes, no eran sitios para ti, me cabía algo más… aparte de ti.

—Buenos días ¿cuántos le pongo?

—Pues… —y me quedé sin pronta respuesta porque conforme vi los sobres apilados formando un paquete grueso, te hacías pequeñito.

—No hay prisa, tómese su tiempo mientras voy a guardar los pedidos —y la dependienta se marcha al almacén dejándome sola con tu aparente pequeñez y mis ansias de cantidad de consuelos.

Allí me quedé mirándolos, todos iguales en su forma geométrica, en su tonalidad de color, en su consistencia, todos iguales y monótonos… Y que ellos pudieran encerrar mis cambiantes sentimientos, mis pasiones, mis miedos, mi desamor, mi vida estancada, mis maravillosos días contigo, mis deseos de entregarme de nuevo a alguien, mis renuncias impuestas, mis paseos de la mano y hasta mi desilusión por ti…

—Ya me lo he pensado, no me llevo ninguno.

—Muy bien —me envuelve ese ninguno en un papel de color azul ceremoniosa mientras aguardo con paciencia  a que termine el paquete.

—¿Qué debo hacer con esto? —le pregunto.

—Coleccionar sonrisas.

—Pero si no hay nada, no hay sobres, ni cajas ni nada —le protesto de buen ánimo tomando el liviano paquete.

—Los suspiros se encierran en sobres rojos, las sonrisas se escapan al ver el azul cielo.

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