Los «impartidores» de justicia

Me pirran las conversaciones cazadas así al vuelo por la calle. Venían todos a las 4 de la tarde de tomarse el café juntos, se les notaba por el compadreo. Todos con sus uniformes y chalecos marcando su función y destino: controlar las zonas de aparcamiento de la ORA. Iba a adelantar al animado grupo que ocupaba el ancho de la acera y en tres filas, pero ajusté mi marcha porque sus comentarios, pese a ser hombres y lunes, nada decían sobre el fútbol, sino que hablaban de situaciones que se les presentaba en el trabajo.

Siempre los he visto como el enemigo, todo sea dicho, como si fuesen los responsables de que no tengamos monedas o cambio en ese momento, e incluso me los he llegado a imaginar al acecho en la esquina para ver con regocijo la reacción de la gente ante la sanción porque se habían demorado en la renovación del ticket y ello pese a que me dejé el vicio de coleccionar boletas de la ORA hace muchos años. Pero desde que me metí en su conversación post sobremesa, ahora ya no me viene esa imagen de Inspector Clouseau, no, ahora los asocio a los jueces.

—Yo lo siento, pero un coche que se pase más de 30 minutos…

—Pues yo perdono al que lleva ticket si me lo explica, pero con los jetas que ni se molestan…

—¿Pues no va el tío y pone el ticket en mis narices después de que se le pasaran 15 minutos? Que no, que no, si vieras con qué cara de listo me miraba.

—Yo con quien no puedo son los que te ven y te dicen que acaban de llegar y lo tienen en la puerta de su tienda.

—¡Ah, eso sí que no! yo a los currantes se las paso.

¿No es fantástico? Las leyes, normas y reglas colectivas están escritas para que luego lleguemos las individualidades para hacer las excepciones que queramos. Hombre, es que esto no es importante, se trata de… Enseguida nos solidarizamos ante el que se evita medidas recaudatorias, comprendemos al que se salta una lista de espera porque conoce a un médico, el que accede por la puerta de atrás a un evento porque es familia de, al que se libra de pagar por un descuido… En la distancia siempre tendemos a ponernos de parte del aventajado, eso sí, al ladito, a la vera misma, no le pasaríamos ni esto:

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¿Por qué ocurre esta disparidad? Me puse a formular teorías. A los agentes de la ORA quizá porque se vean revestidos de poder y actúan bajo emociones de compasión, venganza, indiferencia, saña, etc. según se hayan tomado un buen o un mal café. No es que cada uno reaccione frente al poder de una manera, es que uno se descubre en esas situaciones en las que se sabe con la vida de otro en sus manos. A los espectadores de «saltadores de vallas» supongo que es porque pensarán en ese posible día en que se puedan ver en la misma situación y precisen disculpas y descargas de conciencia antes de tiempo. Y a los que viven casi en sus carnes cómo alguien incumple la norma que les afecta, les sale la vena cumplidora: ¡no es justo!

Llegó por fin el valor maldito. Ese valor que depende de la cultura, que no puede ser absoluto; ese valor que desde niños sentimos muy arraigados y defendemos a capa y espada ante compañeros y hermanos. Ese valor es un valor impreciso, pues no puede partirse y administrarse como las matemáticas: a todos lo mismo venga, por igual. Es un valor que requiere dar a cada uno lo suyo y ello implica conocer a ese cada uno. ¿Que no puedo saberlo porque no lo conozco? Entonces, o me pongo rígido o me vuelvo flexible y en función de lo que me convenzan, así decido. ¿Justicia o arbitrariedad? Ahora entiendo por qué mis compañeros de profesión, los abogados, cuánto más ejercen, menos creen en la Justicia.