Las mujeres, nuestras mejores amigas

Los mejores piropos, los ánimos más calurosos, las palabras más bonitas, los consuelos más apropiados y los  apoyos más certeros los recibo de mujeres. O puede que yo le de más relevancia…

Que una mujer sin esperar nada a cambio te diga que eres un encanto, que le inspiras el día, que eres un regalo para su vida… No sé qué interpretación darle, pero echa por tierra esa absurda y machacona cantinela de que somos nuestras peores enemigas. Hasta un colega me dijo que le sorprendía que mis mayores seguidoras fueran mujeres incluso cuando subía mensajes con mi foto de fondo ¿por qué? se ve que chirría todavía que las mujeres nos admiremos entre nosotras.

Eso de enemigas, vaya, para rivalizar por conquistar hombres cual guiones de películas escritos por interesados en que así sea; o para competir en concursos de belleza creados a mayor gloria de apostadores; o para disputar tu eterno puesto de existencia cuando tu mortalidad terrenal asoma en la primera pata de gallo, puede ser, puede ser…

Pero la cotidianidad me dice que nos apoyamos, que creamos hermandades donde convergen las «fracasadas» y las «triunfadoras» y acabas por ponerte el cartel de ambas con orgullo porque sabes de dónde viene la impresión de dichas proclamas y que no hay materiales tan resistentes y fuertes como los lazos entre mujeres.

La realidad demuestra que si una inicia el camino, nunca la dejan sola. Esto es una certeza incuestionable desde que existen los baños públicos. Compartimos intimidades, cicatrices y subidas de suflé y cuando hablamos de mujeres, nos identificamos enseguida como parte de ese grupo, así que no, no somos nuestras peores enemigas, somos unas grandes aliadas con gran carácter crítico, eso sí.

Nos comunicamos de manera diferente y si bien desconcierta a los hombres esas puñadas por la espalda es que en el fondo nos importamos. El ninguneo ya ha conocido género, nosotras somos más del señalamiento. En vez de ir de frente, le damos vueltas y vueltas y claro, a veces fallamos en la diana. Quizá de ahí nuestra archiconocida falta de puntería. Cosas a corregir…

Últimamente observo programas de formación, charlas, acciones empresariales y actos de networking donde las mujeres somos el problema y la solución. Con ello no quiero decir que vea mejor la exclusión del otro género para cambiar las cosas, ni mucho menos, pero sí entiendo que quien más incómodo está en una situación es quien más se mueve para llegar a otra.

Creo que pasamos, afortunadamente, esa época en que las mujeres entendimos que luchar contra un sistema que nos había apartado consistía en perder nuestra identidad para ser admitidas en ese club que no queríamos, y ahora estamos más en que ese esfuerzo bien puede emplearse en crear otro sistema o modificar el existente. A eso responde el llamado «liderazgo femenino».

No pretendemos vivir solas, por muy bien que nos llevemos; no deseamos vengarnos de situaciones históricas, si de algo nos ha servido vivir a la sombra es para observar que el tiempo es quien entierra en su sitio; y que si en algo nos apreciamos mutuamente los géneros es precisamente en que somos diferentes, complementarios y comunes.

Sabemos hacer aliadas como ningunas, y si no, miren sus whatsapps, grupos de contactos y listas de miembros. Nos encanta estar comunicadas, transmitirnos tradiciones y cuando alguna descubre una novedad que nos mejora la vida, desde un nuevo material de medias hasta una App de agenda, vamos corriendo a propagarla.

Yo sí que creo en esa camaradería sincera, profunda y buena entre las mujeres. Pero no sólo entre mis íntimas y conocidas, creo, hablando literalmente, que las mujeres somos nuestras mejores amigas. Y si no fuera así… ahora mismo cambiamos las reglas del juego. De nuevo, estoy hablando de «liderazgo femenino».

Antes nuestro mundo era entendido como el mundo de la sensiblería, la costumbre, la paciencia, el sacrificio… Ahora queremos manejarnos en el mundo de la inteligencia emocional, la experiencia, la proactividad y el compromiso. Nos queda conquistar desde la asertividad y desterrar nuestros deseos imperantes de agradar y ser queridas, por otros más sanos y rentables, como ser respetadas y amar.

Claro que necesitamos de los hombres, ya está bien de renuncias, exclusividades y exclusiones, pero si tenemos interiorizado que para cambiar el mundo debemos empezar por cambiarnos nosotros mismos ¿qué mejor que conseguir con mujeres objetivos sociales que afectan a las mujeres? Eso es para mí el «liderazgo femenino».

Como mujer no tengo que imponer mi estilo de liderazgo, pero tampoco tengo que someterme al estilo de otro. Se trata de convivir sin perderme, se trata de alcanzar un acuerdo integrador, un nuevo producto, una nueva forma. Si estamos en el mundo laboral, social y político no es para «estar», es para «hacerlo». Las mujeres no necesitamos permisos, ni pedir admisión, ni aceptación, las mujeres somos sociedad y como tal, la creamos. De nuevo, hablo de «liderazgo femenino».

Y volviendo a la amistad… Si pretendes formar un equipo y tener nuevas reglas de juego ¿a quién llamarías?

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