La TV también educa

De un largo tiempo a este parte pensaba todo lo contrario, pensaba que la TV no contribuía a la educación positiva de la sociedad, pero tengo que retractarme. Viví este fin de semana una experiencia que bien podría ser consecuencia de un programa que observo que está cambiando hábitos en el consumidor y en el prestador del servicio: la restauración. Hablo de «Pesadilla en la cocina».

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En otras partes de España el servicio en cafeterías, bares y restaurantes no se corresponde del todo con lo que aquí se acostumbra, que es despacharte, más que propiamente servirte y si bien es cierto que en negocios propios o más localistas tiende a cuidarse más por la cercanía con el dueño, me extrañó sobremanera lo acontecido  cuando debería ser la tónica habitual.

Vamos a situarnos en pleno centro, sábado, hora punta (14:45) y franquicia. Aún con reserva no cabía un alfiler con gente esperando en la puerta cual ave rapiña para tomar mesa libre y además íbamos con criaturas ruidosas de por medio. Tan acostumbrados estamos a estos tratos de ignorancia, prisas y caras de estrés, que incluso comentamos que destilaríamos paciencia extra para sobrellevar la situación. Que tardaron en tomarnos nota, dentro de lo habitual; que la bebida llegara veinte minutos después, también iba en el paquete; pero que viniera al fin una chica con una gran sonrisa, nos hizo a todos callarnos y prestarle atención:

«Perdonad, hemos tenido un problema y estamos más saturados de lo que pensábamos, pero tranquilos que lo vamos a compensar»

A ver ¿dónde está la cámara oculta? pensé. Mira que si nos están grabando para la tele o algo así… ¡Claro, para Chicote! De verdad que lo pensamos varios, que gracias a este tipo de programas, tanto los comensales como los restauradores y camareros empiezan a entender que servir a los clientes parte precisamente por la literalidad del verbo: asistir a la mesa trayendo o repartiendo los alimentos y bebidas. A su vez el verbo asistir remite a atender y aquí es donde reside la belleza del oficio: satisfacer un deseo, ruego o mandato, así como tener en cuenta a alguien, mirar por ella o cuidarla.

A partir de ese momento, todo nos pareció estupendo, ¿que lo traían tarde? ¡qué más daba! venía con sonrisa, buenas formas, entendimiento y ganas de complacernos en todo lo que pedíamos, que ya nos pusimos caprichosos con el extra de queso, todo sea dicho. Y digo yo, que tratarían al resto por igual, pero nos hizo sentir comprendidos y especiales. Ni tan siquiera esperábamos una disminución en la cuenta, una invitación a cafés, nada, de verdad que con el trato recibido nos quedamos más que satisfechos.

Eso sí, a la salida me despedí y le felicité expresamente por el servicio. ¿Lo hice por agradecimiento? pues no sólo por eso, quiero dejarle bien claro que cuando vuelva deseo lo mismo. Lo dicho, la «educación» es para ambos: el restaurador y el cliente, y si algo te gusta, refuérzalo porque será para tu propio interés.