La radio y su magia

Sólo era hincando los codos donde encontraba por aquella época estudiantil, momento de escucharla. Pese a que era un programa de variedades, tertulias y temas de rabiosa actualidad, que no siempre concuerda con el rabioso interés, la fidelidad a su encuentro era casi enfermiza. Era capaz de despreciar un buen plan para quedarme a estudiar… la radio.

No era de lo que hablaran, ni que lo hicieran correctamente, ni que encontrara refrendo en mis ideas políticas o sociales, pues más de dos o tres, me vi resuelta apretando el botón de off o dando la vuelta hasta el click en aquellos preciosos trastos negros y plateados. La indignación juvenil me corría desde las encendidas mejillas a mi índice y pulgar, porque exclamar improperios en voz alta, lo que se dice en voz alta, me lo reservaba para aleccionar al personal con el que me cruzaba conduciendo.

Todavía recuerdo un día que conocí lo que se llama la magia de la radio. Era una de tantas tardes y como excepción a la regla, en vez de estudiando me pilló en el cuarto de baño haciéndome algo también viejuno como esos aparatos: me estaba depilando las piernas con cera caliente.

Ciertamente no recuerdo el tema, pero Jorge Verstrynge y otro contertulio hacían la contrarréplica de una Julia Otero preguntona y cordial conductora de un programa radiofónico de «pasa tarde».

Casi nunca era el tema, la verdad es que en aquellos tiempos todo el pescado se vendía por la mañana, ya fuera en prensa o en noticieros, y dejaban la tarde y noche para los contestones, indignados, reposados, analíticos y desdecidos. A mí siempre me gustó la tarde…

Pues no sé qué paso en ese rato, pero en aquella atmósfera de mi cuarto, cálida, cerrada e íntima, me encontré conversando mentalmente con ellos y participando activamente de esa conexión que se creó. No sólo lo noté yo, cierto es que ellos mismos comentaron lo que en ese programa aconteció. Se crearon silencios necesarios, palabras que acariciaban la inteligencia y por encima de todos nosotros, habíamos creado un espacio común.

Tres años más seguí escuchando el mismo dial a la misma hora, y hasta volví a repetir el ritual cíclico femenino para ver si… mas no volvió a repetirse. Pasé tardes fantásticas escuchando y dialogando internamente con aquellas gentes, pero no regresó esa magia.

Bueno, al menos lo viví una vez. Puedo contarlo y recordar aquél día como testigo de lo que la radio puede causar. No hay imagen, no hay rectificaciones, no intervienes, y sin embargo casi los podía palpar, notar sus contenciones emocionales y sentir que participaba, envolviéndome en sus voces y enredándome en la arquitectura de sus argumentos. Estábamos allí todos los oyentes bajo el mismo techo y contemplando el mismo escenario.

Ayer me encontré en la casa de mis padres trastos que abandoné tras de mí cuando me marché y que por desidia, morriña o costumbre, todavía me guardan. Y allí me la encontré, plateada, grande y con marcada sonrisa formada por la tapa de cassette y los redondeles de los altavoces. Miré mi iPhone en la mano y sus más infinitas posibilidades… y le pedí que me devolviera la magia.

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