La mesa indiscreta

De esas citas en las que quedas en una cafetería y un ratito de espera se convierte en… una ocasión para cotillear qué dicen los de la mesa de al lado. De verdad, lo hice sin querer, pero el aburrimiento y la baja cobertura de red me llevaron a ello. Sí, lo confieso, escuché la conversación, y no contenta con ello, además tomé notas. No es que me interesaran sus vidas, me interesaba su actual problema: la falta de una buena comunicación.

Pongo en situación: día entre semana, terracita al sol, gente de ocio, escaso personal de trabajo y una pareja de «medianaperonomadura» edad cada uno mirando a un lado con cara de pocos amigos, o sea, ajuste de cuentas al canto. Ella esquivaba con su cuerpo cualquier atisbo de sintonía con el hombre que, ante su asir y desasir del vaso, se inclinaba de vez en cuando sobre la mesa para intentar mantener un diálogo. Hasta ese momento, tan sólo me fijé en su lenguaje corporal, pero ella dijo unas palabras mágicas, que despertó mi interés por el contenido.

—Me molestan tantas cosas de ti…

—Dime una, dime.

—No sé, ahora no caigo —contesta ella con indiferencia mientras bebe y no bebe de su vaso.

—Si son tantas como dices, dime una, venga, dime una.

—No sé, déjalo, ahora no me acuerdo —le dice ella después de una pausa larga.

—¿Ves? no serán tantas cosas para que no te acuerdes.

—Eso será —espeta cortante con cara de perro.

—Pero venga, dime.  Siempre estás igual y luego nada. Lo dicho, no serán tantas —insiste él.

—Mira, te voy a decir una: te has dejado la ropa tirada por el suelo, y ayer en la comida…. —y así poco a poco me parece que le reprocha como una o dos más anécdotas. ¡Ale, valiente! me digo yo pensando a ver cómo va a salir de esto.

—Bueno, eso no lo puedes decir porque fue a ti a quien se te cayó y ayer en la comida… —replicando así a cada una de los relatos anteriores con estudiados argumentos.

En ese momento desconecto, a nadie le agrada escuchar los malos rollos ajenos. ¡¿Verdad?! Bueno, si nos lo ponen en la tele, en esa hora que nos coge desprevenidos de criterio y mermada la voluntad, hay hasta quien lo ve con gusto, pero si son de carne y hueso y hasta de rebote nos suenan los temas a tratar en el orden del día… El caso es que saqué mi libreta para apuntar lo hasta entonces relatado cuando me volví a meter en la conversación al sentir que él seguía con su cháchara mientras la chica permanecía en silencio y en actitud indiferente.

—¿Ves? —entona él en voz triunfal y más alta que antes —Ni una sola cosa, no puedes decirme ni una sola cosa que te moleste de mí.

Hubiera sido el momento ideal para que se callara y cambiara a un tema donde pudiera lucirse más, pero no:

—Venga, dime, si tantas cosas te molestan de mí, al menos podrás decirme una, una sola.

—Es que ahora no caigo —vuelve a repetir ella y ahora sí aprecio en su voz un deje de hartazgo y diversión.

—Dime una, venga, dime sólo una…

—No sé, muchas cosas, las de antes y más.

—Las de antes no valen, son cosas, dime, dime sólo una de mí.

En ese momento llegó mi cita y cerré mi libreta, observando de refilón cómo él cuanto más miraba ella al lado contrario más se inclinaba suplicante y a ella en cierto modo le agradaba tenerlo así. Estaba claro que jugaban a eso que los niños empiezan riendo y terminan llorando.