La madurez, que no la edad

La madurez, que no la edad, es lo que nos hace mejorar y ser felices a las personas a medida que pasa el tiempo. La edad quita lustre, agrieta, avejenta… la madurez saca el pulimento y abrillanta.

Lo que hago ahora no creo que lo hiciera con el mismo gusto hace años. Es más, no, no lo hice, te aseguro que no tenía la mente preparada para tomarme de esa manera el desempeño de esa actividad. Y mira que hablo de una actividad tan sencilla y cotidiana como arreglar tu casa, limpiar el suelo, recoger una cocina o planchar. Cuando me veía obligada a ello, porque yo por gusto es lo último que buscaría, antes me reventaba. Pasaba el mal rato como podía, rápido, fastidiada y deseando que terminara.

Un día no muy lejano me di cuenta que bien podría gozar esos momentos, que al fin y al cabo pertenecían a mi cajón de momentos y que no disfrutarlos, de alguna manera era desperdiciar partes de mi vida.

Me propuse corrobar una vez más si era cierto eso de que podemos hacer varias cosas al mismo tiempo:

Pensar estaba claro, creo que las tareas domésticas han sido desde antaño para las mujeres la meditación esa famosa de la que tanto se habla. Un tiempo en exclusiva para ti, sin que nadie te moleste, porque resulta curioso que casi nadie se acerque para dialogar tranquilamente no vaya a ser que se vea con otro palo de escoba en la mano o ese tan temido ¿me ayudas a doblar esto? y resulta que son tres juegos de cama con cubiertas y todo.

Así que salvo los enanos de la casa que no respetan ni los actos íntimos de contrición, es un tiempo para una sola. No eres sospechosa de «estar perdiendo el tiempo pensando». Nooo, tienes en tus manos armas de mucho valor con resultados visibles, al menos inmediatos.

También se puede escuchar música, bailar y cantar. En mi casa me está permitido en esos momentos, fuera de estas disciplinas corro grave riesgo de ser amonestada por desequilibrar la paz acústica. Mis vecinos lo deben flipar, me da igual. Es ponerme música y me sale la artista frustrada que llevo dentro. No hace falta que les explique por qué dejé el canto, yo creo que han tomado suficientes referencias, y creo que en esos quehaceres, me tomo licencias.

Aún así, tanto meditar, como escuchar música o inventar historias y diálogos que apunto en mi libreta y que a veces consiguen que me baje hasta la espuma perpetua que se le supone al detergente que utilizo, son todo actividades de evasión. Sigue consistiendo en no vivir conscientemente el presente y esto no me deja del todo disfrutar ese momento.

Sí, deben ser cosas de la madurez, que no de la edad, pues te puede entrar a los 14, a los 20, 30… o en mi segunda adolescencia, pero el caso es que me he propuesto vivir algo, aunque sea algo, en mi contemporaneidad cotidiana.

El pasado ya no me mortifica, una se vuelve práctica, lo que no puedes cambiar, lo dejas estar. Más bien me lo tomo como ese sabroso bombón que te dejas para después de cenar, que como lo sabes único lo saboreas lento, lento y así esperas que cuando llegue mañana lo puedas volver a saborear y con el resto de sabores que no me gustan… no los tomo.

Mi perdición es el futuro. Sin embargo éste no existe como lo ideas y quien diga que obtuvo lo que se propuso tal como se lo propuso miente, se autoengaña o es de personalidad harto aburridísima. Basta con escuchar a todos esos que consiguen algo estupendo y ante un micrófono dicen aquello de:

—Emocionado estoy, nunca pensé que llegara este momento y de esta manera.

No hará falta que mente el caso contrario ¿verdad? Sí, ese en el que vivimos constantemente de que las cosas no salen tal como uno las planea o como las quería, porque el incierto futuro tiene tantas variables que matemáticamente hablando, la probabilidad de que salga es de… (No tuve tiempo de consultar estudios de esos que tanto me gustan, pero seguro que alguno hablará de estos imponderables y los ponderará en una cifra asombrosa o porcentaje mágico)

Con todo ello y en pleno avance de mi estado de madurez me dio por perseguir y amarrar a ese presente, a ese que te conecta. No vale para ello decir que plancho evadiéndome, eso no es conectarse del todo, así que haciendo un gran esfuerzo me vi un día buscando qué podría encontrar en esa tediosa tarea que fuera digno de vivir con alegría, y como dijo Emilio Duró, no hay nada peor que un tonto motivado, así que bien motivada en dicha tarea… ¡eureka! lo encontré.

Me compré agua bendita de esa y cuando sale el vapor toda la estancia se ve inmersa en ese aroma sutil que inunda mis pulmones creando una atmósfera húmeda, cálida y de aroma delicado. Casi con seguridad que será cancerígena, pero ¿quién me quita el vicio éste ahora? Ya adelanté que no hay nada peor que un tonto motivado…

No diré que descarto planes para quedarme planchando, no, eso no, pero ya no esquivo la tarea, me abrazo a ella escogiendo ese momento porque es ese momento y no otro. ¿Qué tiene? Aroma, intimidad, principio y fin, tacto, propósito, mejora, sensualidad, método, añoranza, calidez… Claro que lo podría obtener en otra actividad, pero ése es el momento y no otro.

Curiosamente cuando hago esto, la vida no me pasa cada vez más deprisa como se dice que nos sucede conforme vamos cumpliendo edad, todo lo contrario, la detengo por cada momento que aprecio los detalles que cada actividad encierra. ¿Y a esto lo llamo madurez? Será por encontrarle gozo a eso de cumplir años…

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