No me voy a meter en rellenar esos puntos suspensivos, porque no lo sé. No tengo idea de para cada empresa, mejor dicho, para su empresario o accionista, cuál pueda ser su finalidad, pero asombra a estas alturas leer y escuchar que para la inmensa mayoría es obtener un lucro. Lo voy a traducir a términos simplistas estilo Tik Tok: ganar dinero.
Una de las formaciones que más me impactó en mi formación consciente (me refiero a esa que hay tras la Universidad y muchos años más de conocimientos técnicos) fue en el curso de Mediación en la empresa cuando estuvimos toda una tarde entera reflexionando acerca de lo que la palabra empresa significaba para cada uno de nosotros. Desligarla o vincularla con negocio; qué relación tenía con el dinero; qué asociación de ideas hacíamos con familia, jerarquías, etc. Si no teníamos bastante con este quebradero de cabeza personal, luego intentamos consensuar estos conceptos para aunar criterios. Tal como debería plantearse toda organización con su gente, antes de ponerse a funcionar o, al menos, revisar cada poco para mejorar su funcionamiento.
Pues bien, entendí hace tiempo que una empresa es un ser vivo que nace (se constituye), se desarrolla (acciona y se nutre de recursos), se reproduce (influye o impacta en su entorno) y muere (se transforma o liquida).
Así que, expresiones tales como: «la empresa está para obtener beneficios», «lo que no es rentable no cuenta», «no somos una ONG», y algunas más que quieras añadir, dan a entender que solo tienen en mente que la finalidad de una empresa es ganar dinero.
La empresa es un ser o ente que se compone de individuos, que a su vez son seres y entes más pequeños. Y que dentro de éstos, también podemos ver su composición por seres más chiquitos. Estoy hablando de las bacterias que viven en nosotros y que sin ellas, tampoco existiríamos. Pues eso es una empresa. Decir que la finalidad de la empresa es ganar dinero, es como decir que la finalidad del ser humano es tener una casa.
Ganar dinero es la consecuencia, es el resultado, pero la finalidad ha de ser construir y andar el camino. Cuando un emprendedor monta una empresa con la finalidad de ganar dinero, no hace más que demostrar su mente carente. Hay empresas riquísimas, que ganan millones de euros, pero que siguen viviendo en la escasez, y no en la abundancia, porque solo quieren hacer más, amasar más, trabajar más, producir más… ¿Para? Para ganar más. Para recibir más. Para obtener más resultados económicos. Pues todo eso se llama inmadurez, infancia, mente en carencia.
Solo los niños son los que reciben, son los que piden, los que aprenden a hacer las cosas, las que sean: estudiar, comerse las verduras, estarse calladitos, soportar gritos… para recibir felicitaciones, palmadas, medallitas, abrazos, sonrisas. Solo cuando estamos en esa etapa inicial de la vida somos seres inválidos, dependientes de otros y narcisistas. Es lógico, sano y natural encontrarnos así en nuestra infancia.
En la adultez, se supone que somos seres plenos que hemos recibido, hemos interiorizado, procesado y completado lo suficiente como para salir al mundo a ofrecer y dar. Así que una empresa que tiene como fin aportar a la sociedad, ya sea su pan en su barrio o sus coches en todos los continentes, confiando en que le será devuelta su contribución en las variadas formas que los humanos nos damos: dinero, prestigio, recomendación, influencia, voz, participación, etc., es una empresa madura que entiende que el universo es abundante y que cada uno ha de encargarse de entregar lo mejor de sí y lo demás, vendrá por descontado.
Una empresa que solo piensa en sus rendimientos, en sus resultados, que toma medidas constantes de aumentar sus ganancias y que prioriza todo esto por encima del bienestar de las personas que le ayudan con sus talentos a obtener esto, que aprovecha circunstancias desfavorables y de primera necesidad de sus clientes o consumidores mirando para otro lado, es una empresa inmadura que no ha evolucionado y sigue en carencia, aunque su cuenta corriente tenga muchos ceros a la derecha, porque solo está pensando en lo que recibe, como los niños.
Y por supuesto que estoy diciendo que cuando damos, ofrecemos y contribuimos nos damos valor poniendo precio a ello, pero el foco y la actitud desde donde se hacen las cosas, lo cambia todo. Pensemos como personas individuales: si cuando hiciéramos algo en nuestro trabajo nos concentráramos en hacerlo de la mejor manera posible y en ese momento presente, amando lo que hacemos aunque haya cosas que no nos agrade del todo, desapegándonos del rédito que con ello conseguiremos, que puede ser reconocimiento, facturación o compensación, alcanzaríamos esa famosa excelencia que tanto nos llena la boca decir, y nos llegaría por ley natural la abundancia que sabemos merecer.
Pero confesemos, que cuando estamos «necesitados», hacemos las cosas apuntando lo que vamos a ganar y así poder pagar tal cosa, o que nos digan lo bien que lo hacemos para seguir en ese empleo, o ascender en ese puesto, o aventajar a nuestro competidor, o colarle a ese cliente un producto más, etc.
La acción o conducta puede parecer la misma, pero la intención y finalidad lo cambia todo. Querer mejorar este mundo con un software, un batido, una sombra de ojos o sacando a pasear perros es diferente a sacar un producto o prestar un servicio solo por lo que vamos a cobrar, poniendo foco en percibir y no en dar y ofrecer en ese momento lo mejor de nosotros o de nuestro equipo. La acción es el camino, el dinero su resultado.
La mayoría de veces, por no decir, en todas las ocasiones, el resultado es impredecible, no depende de nosotros y si el foco está en ello y no sale, frustra. La acción nos compete, se sitúa bajo nuestro control y normalmente va transformando al sujeto («Caminante no hay camino, se hace camino al andar»).