La estación

Una de mis mayores atracciones cuando era niña, y que todavía quedan grandes reminiscencias de ello, es ir a la estación de tren a verlos llegar, partir…

Y con quien recuerdo ir con mayor placer y disfrute era con mi abuelita. La madre de mi padre. Como yo era la pequeña de casa, cuando alguna vez me dejaban a su cuidado y mi abuela estaba por la labor de agradarme, ya sabía que le tocaba un paseo hasta la estación. No sé si a ella le fascinaba tanto como a mí, pero por el camino me iba contando animadas historias donde las partidas, las despedidas o los medios de transporte eran los protagonistas.

Me gustaba esa sensación de melancolía que me producía esperar… Esperar que un tren llegara a la estación. Pero en realidad no era un tren. Yo estaba esperando a alguien. Así lo sentía. ¿Cómo era posible? Yo era una niña, no había experimentado el amor romántico, ni las separaciones, ni los pactos.

Lo mismo que un amante, yo aguardaba ansiosa y callada, como quien atesora un secreto, el regreso de una anhelada compañía. En mi interior algo me decía que cuando esa persona llegara todo sería perfecto, como así previamente habíamos planeado. Y nuestro tiempo se pondría en marcha. Mi motor se volvería a encender. Y me imaginaba un rostro que me buscaba, un abrazo profundo que no te suelta… y todo en aquella estación.

A veces llegábamos y como por aquellos entonces no había tanto trasiego, teníamos que esperar bastante hasta que llegara uno. Yo le rogaba a mi abuela que mientras, paseáramos por los andenes, arriba y abajo, pero que no nos marchásemos, que fuéramos pacientes. Y ella, encantadora de historias, me amenizaba con cosas de su familia, de sus amistades, de su pasado, de sus sueños truncados, de sus resignaciones y su ánimo de sostenida tristeza sin queja se acompasaba con el mío.

Entones ¡llegaba un tren! Ilusionada, escudriñaba entre los rostros y miradas de la gente. Y ese alguien no llegaba… Me sorprendía siendo una niña experimentando esas extrañas sensaciones. Cuando además, esto solo me acontecía en aquella maldita estación.

Creo que de ahí me viene ese morbo por el dolor placentero: inducirme determinados estados… apegarme a situaciones sin resultado… quedarme en espirales que hunden… fijarme en personas a las que no importo… recrearme en imposibles… no disfrutar lo tenido por anhelar lo desconocido… deshacer de noche lo que de día tejía…

No comprendía por qué seguía yendo y pidiendo a mi abuelita que me llevara en cada uno de nuestros paseos. Pues con el transcurso del tiempo, ese placer de ir a esperar en balde se tornó agridulce. Y entonces ya no ideaba llegadas, empecé a ensoñar en mi partida… Sin un destino. No importaba, si ese alguien no regresaba, mi permanencia allí no tenía sentido. Así fue como empecé a fijarme en las partidas de trenes, que me incitaban a subirme y marchar de inmediato.

Aún así, recuerdo el camino a la estación con alegría, con la mano que me apretada cuando la prisa me ponía alas y muelles en los zapatos y nervios en la barriga. El regreso a casa era con una congoja infinita, que mi abuela acusaba como consecuente acompañamiento a su cansancio de paseo de anciana, cuando a mí en verdad era el estado en que me dejaba esa muda, abatida y estéril espera. Al tiempo que una especie de cobardía por no haber partido rumbo a.

Aún hoy me impone respeto acudir a una estación, esperar, recoger a alguien, despedirme, subir al tren… ¿Y si viene y no me ve? ¿Y si no estoy? ¿Y si no le encuentro? ¿Cómo soportar hasta ese momento?

En ocasiones en mi vida te he visto bajar del tren, recorrer el andén. Mi niña te ha reconocido, aunque yo no supiera quién eras.

3 comments

  1. ¿Pero alguien no tiene ese tipo de emociones y sensaciones cuando está en una estación de tren?
    «Si una noche de invierno», de Italo Calvino, comienza con un personaje en una vieja estación.

  2. El título completo del libro de Italo Calvino es «Si una noche de invierno un viajero»

  3. Laura Segovia

    Pues no lo sé, no he hecho la encuesta. A mí lo que me sorprendía es que me pasara de niña y que esos sentimientos y sensaciones yo sabía que no me correspondían ni por edad ni por experiencias. Y qué bonito empezar así una novela…

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