La envidia, la puta envidia

No se puede hablar de ella en otros términos: es la puta envidia cuando la padecemos de otros; la sana envidia si la experimentamos desde nosotros. Lo cierto es que es una emoción humana que no es sana nunca. Aquello que nos hace sufrir o aquello que nos proporciona cierto placer con el sufrimiento de otro no puede ser sano nunca.

No es que en el reparto de defectos, taras, vicios y pecadillos unos tenían la casilla marcada y a otros se les olvidaron ponerla, no, no siempre se da en todas las personas, ni es algo que se nace con ello. Es más, es posible incluso desprenderse de ella. No se trata de una forma de ser, se trata de una enfermedad del ser: la baja estima, la desesperanza y la amargura enfocadas hacia personas concretas.

 Para que esta silenciosa y devastadora emoción se nos de, hemos de reunir tres requisitos:

1.- Fisgonear en vida ajena y compararse. «Observo que tú consigues algo que yo quiero y que yo no logro».

2.- Estar acomplejado, quejarse y no poner remedios. «Siento que no tengo recursos y nunca voy a poder conseguirlo».

3.- Extrapolar ese malestar a otros ámbitos y con tres gotas de tinta obtener siempre el agua de color azul. «En otras áreas tampoco tengo lo que quiero, así que no hay forma de compensar este dolor».

¿Qué hacen esas personas que padecen de envidia? Sufren, constantemente sufren. Llegan a tener sus ratitos de placer cuando si por ellos no llegas, si te ven tambalearte, si pueden ayudarte a no conseguirlo, si te solapan con artimañas, si te ningunean y así algún ningún desaparece en ellos, si te pisan y sangras, si afloran lo peor de ti, si resaltan tus fallos, si pierdes oportunidades, si no brillas…

En el fondo no es odio, no es rencor, no es venganza, no es maldad, es impotencia. Es una gran impotencia permanente, constante y que se aviva cada vez que te ven. ¿Cómo no desear tu destrucción? ¿cómo esperar algo más que tu desaparición y con ello su gran sufrimiento? Me tortura tu sola presencia, me recuerda lo que yo no tengo y nunca tendré. Si no lo consigues, si lo pierdes, si no brillas, si no te tienen en cuenta, si no eres bien recibido, si te ven defectos es porque ellos se ven así y entonces… puuffff… se tranquilizan un poco. ¡Éste también!

Ay, querido envidioso… lo malo es que siempre hay otro. Siempre hay otro que sí vive en la esperanza, que trabaja en la superación para sí mismo, que lleva con valentía sus debilidades, que se atreve a la competencia, que revisa sus actos, que pide ayuda sin sonrojo, que lo que detesta lo dejó por el camino, que del error hizo su escuela, que quiere ser ejemplo, que no te necesita… Siempre hay otro que vive feliz sin tu comparación, sin tu insatisfacción y por sus propios medios.

¿Te das cuenta entonces de la gran tragedia que acontece al envidioso? No eres tú, ni siquiera puede matar la rabia matando al perro. Ciertamente, es más que frustrante, estoy por hacerme del grupo…

Pero esto mismo no lo puedo dejar de esta manera tan agonizante: sí hay soluciones a esta fenómeno de tierra yerma que intenta arrasar por dónde va eliminando brotes de vida. Unas veces se vale de una plaga de mangostas, otras de pesticidas, otras de ausencia de abono… Pero siempre trabajando y esforzándose para continuar tierra seca, muerta e improductiva. Siempre procurando que su superficie surcada y bien surcada de nadas no tenga al lado tierra fértil, esponjosa y soleada.

Déjate de cuentos de vampiros emocionales y víctimas en constante queja, no hay mayor toxicidad en los humanos que quien desea tu exterminación para no enfrentarse a sus miserias. No es que aspiren tu energía y te dejen un tiempo con el depósito en reservas, de esas te recuperas. Pero de quien se enfoca en ti, observando lo que haces esperando que pierdas o coadyuvando para que eso suceda y poder así apaciguar un dolor en estado permanente… De esos, cuídate.

Es relativamente fácil su detección, terminan por mostrar su amargura en diversas formas: críticas sin enjundia, cotilleos morbosos, rechazos inesperados, actos de cobardía, hipocresía innecesaria, abuso de poder, recelos infundados… Buscan compinches, hasta para saberse con éxito en estas pérfidas empresas hay que confiar en uno mismo y ya hemos dicho que la falta de recursos, de valía, de malestar y permanente comparación evita la estima, la felicidad propia y el orgullo y es su sello de identidad, así que buscan compinches.

Se puede extraer el lado positivo cuando uno padece de envidias. La primera es pensar que algo, aunque sea remoto, estás haciendo más que bien. La segunda es que te vacunas para no volverte un envidioso. Porque una vez que te das cuenta de cómo viven esos zombies, te evita caer en el equipo de «The Walking Dead» de por vida. La tercera, es que te haces fuerte, te mantiene activo, te entrena para cosas peores.

Y como seguro que nunca entrarás en la lista de envidiosos porque reconocerse va más allá de que algo te pique al leer este artículo, digo esto que voy a decir para otros ¿eh? ni se te ocurra pensar… Si tuvieras que dividirte tu vida por áreas, ¿en qué grado de satisfacción de 1 a 10 te situarías? Si ves descompensaciones, acumulaciones de cates, áreas muy importantes que no suben… Divide y vencerás, una a una, poco a poco y sin modelos ni comparaciones, ve haciendo que tu competencia suba, que tu confianza se aferre, que tu valía invada y que tu desesperanza desaparezca a medida que creces.

Todo pasa por transformar la envidia en admiración. En verdad la envidia es un sentimiento que avisa de que algo va mal, en tu vida o en la de los demás. No seas soberbio con el envidioso, en el fondo eres digno de admirar, no decepciones… No seas dañino con los que admiras, no te va a sacar de tu estado y encima te vas a poner en evidencia…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *