Qué manía por poner nombres difusos para confundirnos. Inteligente es el que se adapta, el que crea, innova, despierta, cuestiona, sirve, imagina, idea, ama, se inspira. El lenguaje informático reproduce y mezcla los datos hasta el infinito. Pero no es inteligente. No es misterioso, no se le ha ocurrido, tan solo a la velocidad del rayo su estadística y probabilidad es tremenda, pero le falta intuición, emoción y alma. No posee lo que más nos diferencia y que por ello estoy escribiendo y tú, lector, leyendo: somos vibración consciente.
Por lo visto, hay una máquina o programa, que yo sepa solo una y se le ha dado más pábulo que al gran Oráculo, que una escritora no era la autora de sus dos últimas novelas. Una tal Camilla + apellido sueco. Artículo Mujer Hoy. Camilla Läckberg Y digo yo ¿y qué? ¿Acaso Shakespeare pudo escribir todas las comas de sus obras? ¿No sabemos ya que muchos grandes pintores comienzan y su escuela continua hasta terminar el cuadro? Ni una sola letra puso Sócrates de todo lo dicho por él. ¿Y?
Nadie ha denunciado por plagio, nadie duda del ingenio de esta escritora. ¿Por qué se esfuerza tanto alguien en apretar un botón de máquina para señalar la mano de una humana? Creo que esta IA y las personas de carne y hueso que invierten su tiempo en eso, no han escrito jamás una novela.
No tienen ni la menor idea del proceso creativo de plasmar una inspiración en un texto lingüístico comprensible. Dudo de que sintieran en su cuerpo la fuerza del campo de información que extrae de tu inconsciente conocimientos y sabidurías de ancestros y clanes de la humanidad. Uno no sabe de dónde sabe lo que sabe. Ni qué palabra del vocabulario te viene en mente cuando no la usabas desde hacía años. Resulta impactante que un personaje de tu imaginación cobre vida y actúe incluso en contra de tus deseos o de tus intereses editoriales. Y te preguntas ¿de dónde sale esto?
Está más que demostrado por la ciencia que nuestro cuerpo y mente es un vehículo de recoger y transformar la información. La vida es información cambiante. Así que toda obra que provenga de un ser vivo, no le pertenece en exclusiva, nos pertenece a todos. Quién le gestó, le cuidó, enseñó, le mostró, compartió… No somos un producto exclusivo y único del azar, somos la suma de todos y de todo lo que nos rodea.
Por lo visto, en la historia de la humanidad no es casual que cuando una persona invente algo, en el otro extremo del planeta, a otra persona también se le haya ocurrido. Esto se ha comprobado infinidad de veces, de hecho, como estamos conectados todos de alguna manera, parece que unos plagien a otros y no pensamos que puede ser fruto de la propia evolución. Yo misma recuerdo que en octubre de 2016 subí un vídeo a Youtube donde puse como ejemplo de elevator pitch un trozo muy reconocible de una película ochentena, La princesa prometida. Pues bien, al poco las redes se inundaron con esta idea, que a mí me pareció buena y genuina, y que seguro que nadie me copió, sino que algunos empezaron a darse cuenta al símil tiempo.
No me parece nada inocente esta noticia. La tecnología ha de ponerse a nuestro servicio, a nuestra intención primaria. Si alguien denuncia un delito, la tecnología ayuda. Si alguien no alcanza una altura, la tecnología te ayuda. Si alguien precisa medir o contar granos de arena de un reloj de dos toneladas, la tecnología ayuda. Ponerse a buscar defectos, fallas y faltas de coincidencia para señalar a alguien «gratuitamente» me parece un despropósito. Ya la hemos fastidiado mucho con la informática, ya vemos las consecuencias de abandonar nuestra memoria y nuestros rastros en apuntes en la nube donde no somos los dueños y nuestras llaves parecen de plastilina.
Si vamos a usar la tecnología desde sesgos ignorantes y malintencionados, ahora entiendo esa confusión que nos inunda la boca con la palabra inteligencia artificial. Ya he pedido la segunda temporada de esta serie de terror: amor artificial.
No sabía lo de Lackberg. Los libros suyos que he leído no me parecen estupendos pero creo que se pueden leer. Y es indudablemente una escritora de éxito. Si ha cambiado de estilo o ha contratado un ayudante, no está mal.