Una insensibilidad con buena intención

Pasan, estas cosas pasan, de verdad que pasan con la mejor de las intenciones, pero el resultado sigue siendo el mismo que si se hubiera hecho a mala baba: menospreciar los sentimientos de otro. Que conste que no me sorprende, más que de ofensores, el mundo está lleno de torpes. Y en este caso concreto tratándose de niños, tratándose de los niños de otros y en un contexto enfocado a resultados y no procesos, no me sorprendió lo más mínimo. Hablo de colegios, por supuesto, hablo de cómo tratar un duelo con un puñado de niñas llorosas por la inminente partida de una compañera de clase.

El caso es que mi hija me lo contó muy enfadada con una profe que ante las muestras de dolor porque una niña de su colegio se va a vivir a otra ciudad, les contesta que no es para tanto, que no tienen por qué estar tan tristes.

—¿Y ella qué sabe? A mí me da mucha pena, a ella no, está claro.

—Bueno, hija, es su manera de consolaros.

Hasta ahí y más desahogo de mi hija entraba dentro de lo normal, pero ya me temía la preguntita de marras: «¿Es que no podemos estar tristes?» Ala, ya la lió, ya me tocó dejar lo que estaba haciendo para prestarle verdadera atención. «Pues claro que podéis, pero no se os ocurra manifestárselo porque se incomoda. ¿Cómo osáis hacer tal cosa, insensatas?» Ante la cara de interrogación de mi chiquilla caí en la cuenta. ¡Ay, vaaa! nunca me acuerdo que los niños no pillan las ironías.

—Mira Carol, los sentimientos son tesoros que uno comparte con quien sabe apreciarlos. Son joyas en sí y llévalos a gala, pero si a alguien no le gusta, no dudes de su brillo, si no de su ceguera. Tan lamentable es que ella no entienda tu tristeza como que tú no entiendas que quiere ayudarte.

—¡Pues no me ayudó! —contesta enfurruñada.

—Sin querer lo hizo, en vez de dejarte que te pusieras más triste, ahora estás enfadada y tú de eso ya sabes cómo salir ¿verdad? —le digo con retintín y se le escapa una sonrisa.

Volverá a la carga, lo sé, le falta todavía aprender a gestionar el duelo por pérdida, signo de que su infancia está siendo lo que se dice «feliz», pero quería que aprendiera un poquito más de empatía. La pobre está soportando mi final de curso de Mediación porque esta tarde me examino de la práctica previa a la obtención del título oficial y si de «algo me ha servido» el curso está claro que es para reforzar la idea de que la empatía es la primera herramienta de toda profesión. Sí, he dicho de toda, de médico, de comercial, de ingeniero, de publicista, de asesor financiero, de político, de taxista, de titiritero…

Desde el momento que salimos de nosotros, la empatía ha de ser como el aire que se interpone y circula entre nosotros y los demás. La mejor de las intenciones, el mejor acto a realizar, los más puros afectos, decaen si antes no nos ponemos en el lugar del otro. Así que si todavía no nos hemos dado cuenta que en vez de ayudar, estamos molestando más, seguramente es porque seguimos diciendo esas frases hechas de «No te preocupes» , «Si no es nada» , «Eso es una tontería», «No te pongas así», «No te enfades» , «No estés triste», «Anda ¿por eso estás como estás?»…

Cuando alguien nos muestra su emoción o nos comenta su estado anímico no tenemos que intervenir a la primera de cambio con lo que nos gustaría que pasara, tan sólo escuchar, ofrecerse, recibir, con eso es suficiente. Pero no, o bien nos remueve algo por dentro que nos dice «sal de ésta que tú tampoco sabes», o bien nos entra la vena salvadora «si éste infeliz siguiera este gran consejo que le voy a dar». Y ya termino porque al rato volvió la insatisfecha niña en busca de respuesta: «¿A que tú también llorarías cada vez que la seño nombra nuestro concurso de baile y ella no va a estar en él?» Me imaginé entonces a la pobre seño… Ahhh, y paciencia, me olvidaba de la paciencia…