Homoplanistas

Lo entiendo, da vértigo salirte de la corriente. ¡Qué ansiedad! ¿Y ahora por dónde se va? ¿Y si el equivocado estoy yo? Pues nada… mejor asentir. Tantos tan convencidos a mi alrededor, no puede ser que yo esté acertado. No voto por mí. ¡¿Hay alguien ahí aparte de Yo?! Por favor, responded.

Y un homínido que pasa justo por delante de ti te lo corrobora: tienes que hacer algo. Lo que sea, pero algo. Y además mucho. Y optimizado. Y si no lo haces cada vez «mejor» y «ganas más», es que no lo estás haciendo «bien».

Y llega un día en que te lo dejas de creer… Resulta que despiertas… Suele coincidir con ese momento en que te bajas del tren con destino a…

Y sin recriminaciones ni flagelaciones. Resulta que no te va. Es causa suficiente. No necesitas más que preguntarte si te va o no te va. Nada de poderosas preguntas acerca de tu profunda voluntad o intención (por favor, colegas, perdonadme por esta boutade), pero basta un simple y sencillo cuestionario: ¿Me va? Lo hago. ¿No me va? No lo hago.

Claro, en esta simpleza y sencillez se encierra toda una escucha consciente a tu completo intuitivo, sabio y emotivo ser: —Querido yo, ego y compañía ¿me va? ¿qué decís?

Enseguida una «corazonada» responde. Un algo indescifrable que siempre nos acompaña y que guía nuestros pasos por el mundo de una manera pacífica y silenciosa y que podemos llamar Amor, Confianza, Dios, Universo, Sabiduría, Intuición, Inteligencia Superior o NPI, lo sabe y te lo indica.

Es prontamente acallada por el ego que, acojonado y en modo supervivencia programada nos indica que estamos tontos si pensamos que podemos hacernos caso y confiar en nuestras capacidades para salir del enorme atolladero en que nos hemos colocado por siquiera plantearnos que sabemos lo que nos conviene. ¿Y si nos equivocamos? ¿Acaso te mereces lo que quieres? ¿A quién pedimos permiso? Venga, va, vas a decidirlo tú. ¿Solo? ¿Pensando en ti y en tus asuntos? ¡Egoísta!

Después, nuestra razón, que andaba por ahí perdida descifrando a la velocidad del rayo si es coherente con los sentidos, estímulos, experiencias, etc., salta a la palestra para envolver nuestra respuesta con justificaciones lógicas y argumentos sesudos, todos ellos inconscientes. Pero la pobre razón no ha caído del altar del guindo en que se subió y cree que tiene mucho que intervenir. Le gusta notarse en la cima de la cadena alimenticia y pensante. ¡La única materia capaz de pensarse a sí misma! Y equipara pensar con ser consciente…

Ego escucha con horror todo esto y dependiendo de la cuerda con que lo atemos, habrá iniciado marcha contraria a la intuición o no habrá tenido otra que seguir esos pasos hasta que se recupere y vuelva a tomar las riendas. Y ego hace lo que sabe hacer: compararse, juzgar, temer y desde ahí, actuar.

Si todo el mundo va de aquí para allá haciendo y haciendo, buscando la manera de ser más efectivos, eficientes, productivos para… para… ¿Tener? No, ahora ya no está de moda acumular riquezas brillantes como las urracas. Cambiaremos lo material por lo intangible. ¡Experiencias! Para tener experiencias. Ajá… O sea, no nos bastamos… O sea, nos convertimos en seres dependientes de lo externo. Bueno, vale… A mí no me va, pero ahí lo dejo.

Buscamos la manera de ser más efectivos, eficientes y productivos para hacer más. ¿La razón o finalidad de ese hacer más? Porque servir de materia prima al sistema industrial o convertirnos en pieza de fábricas que juntas alimentan un sistema que engulle, tritura y luego arroja, reparte y así en un ciclo sin fin para pervivir parece que no debe ser el cometido de las personas. ¿O sí? A mí, como dije antes, no me va.

Así que solo me queda escogerme el ser. Ya no quiero regirme por el tener. El hacer lo veo un sinsentido. Me vale el ser. Me dirige lo que me permite ser y con ello significa mi sentir, mi pensar, mi completud. Casualmente coincide con la mayor aportación que un ser humano hace a la humanidad. Sin fijarse en grandes métodos elaborados por… Ni siquiera por comparativas estadísticas recogidas por… Curioso.

Ante una situación que me estresa o me crea ansiedad, me pregunto: ¿a qué contribuyo con este hacer? Y si me da paz, es que va alineado con mis valores, con mi misión, con mis talentos, mis deseos. Contribuye a mis metas vitales, a mi entorno.

Si con ese hacer engordo mi cuenta que acalla mi miedo a no llegar, a confeccionarme una aparente seguridad, a sumar a mis creencias de escasez, a buscar aplausos que sustituyan los ojos de mis papis porque no he sanado mi niña interior, a encontrarme en la complacencia de los otros para permanecer aferrada al grupo… Respiro y decido en qué quiero emplear el tiempo que me es dado.

Si mi hacer me lleva a sudar para conseguir mis ilusiones, me consume mi energías en felicidad, me reparte a la sociedad, me lima con mis cariños, me agota satisfecha… Y si ese hacer me detiene al punto de solo notar mi respiración, mi mano relajada, mi sonrisa esbozada, mi paz equilibrada… No preciso medir mi productividad, soy una humana y mi mera existencia es provechosa.

¿Acaso una gaviota no se ha ganado su vida sin que la juzguemos de eficiente? ¿Puedo comparar la contribución de una sardina a un oso? ¿Hemos de pasar una criba para merecernos? ¿Quién es el encargado de juzgar que un armenio de 25 años sirve más a la humanidad que un noruego que juega al tenis? ¿Los rubios que visten una 44 o los que andan más lentos? ¿Los zurdos que hablan 3 idiomas y no reciclan? ¿Bajo qué criterios o parámetros decidimos quién sí y quién no? ¿Alguien más que nosotros mismos tiene autoridad para examinarnos? ¿Quién lo dice? Y quien lo diga ¿posee la verdad?

Hace años que desconfío de quien no contempla a las personas como personas y las clasifica en términos cuantitativos. Cuando era una cría en el cole contaba las letritas que se contenían en un párrafo. Hoy día leo párrafos, con todo lo que esa acción conlleva. No se puede comparar un escrito con otro en función del tiempo empleado, las palabras utilizadas, el estilo o el color elegido. Y además, tan precisa es la prosa, como el verso, como el cuento, la novela, el ensayo, la máxima, la fábula, el artículo, etc.

Todo suma y contribuye. Las personas señaladas como menos activas, aportan otros matices necesarios, el contrapunto o el acicate. ¡Aunque sea para que otros sean ensalzados como productivos! La contribución humana es una incógnita por resolver para uno mismo, así que todavía más ardua tarea corroborarlo por los demás.

Existe una brújula interna que guía a todo ser humano y todos los años previos a la madurez no son más que un período de aprendizaje para saber interpretarla y usarla con consciencia. No más. Así de simples somos los homoplanistas.

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