Madre mía, que cacao más tremendo siguen teniendo los jóvenes. Yo pensaba que con esto de que ahora recibían educación sexual… Pues parece que del todo no.
Les hablan de enfermedades sexuales. Que está muy bien. Les muestran las partes genitales al tiempo que aprenden los músculos del cuerpo en vasco, valenciano, catalán, inglés y castellano. Muy ilustrativo, sí señor. Les informan sobre diferentes métodos para evitar la concepción. Imprescindible en estos tiempos. Aconsejan acerca de situaciones que bordean lo delictivo, lo peligroso y distinguen mitos de realidad. Bravísimo.
¿Y lo más importante? Ah, vale, esto cuesta más extraerlo como aprendizaje, pues como toda teoría, precisa de su práctica para refutarla.
Para no armarme un lío, suelo empezar distinguiendo sexualidad de sexo. La sexualidad la llevas puesta, la creas, la recreas y te lo montas como quieras. Pero el sexo escapa de tu esfera. Practicar sexo es un acto social, involucra a otros. Los chicos, será por su condición biológica de que sus cosas son más accesibles porque andan por fuera, se empiezan a familiarizar con sus cosquillas antes que las chicas. Incluso a veces la naturaleza te pone en la casilla de salida para ser madre antes de que tengas claro por qué pliegue se puede colar la abejita.
Aún así, que la vida recién estrenada y las hormonas son muy osadas, se lanza uno al ruedo de hacer experimentos con pólvora sin haber probado antes la gaseosa. Los humanos, que todo lo imitamos, y los jóvenes que aún más, toman como ejemplo lo que pillan al vuelo. Y como todo de lo que se habla, se ve, escucha y practica en Apps, hacen la asociación inmediata: sexo equivale a coito. Ale, pues ya está.
Da igual que tengas que aprender a montar en bici poco a poco antes de hacerte el Tour de Francia. En el terreno sexual, si miras en el escaparate de la tienda, se da por supuesto que tienes que apuntarte ya al Gran Premio. ¡Qué presión, tú!
Pero el sexo con otros, como acto social donde se desarrolla tu individualidad (complejito ¿verdad?) precisa de límites, de asunción de responsabilidades. Y aquí creo que está el meollo de la cuestión. Para poner y respetar límites con los demás, primero he de saber cuáles son los míos.
Entonces llega el mantra postmoderno de que en el sexo no hay límites… ¿No? Iré ampliando mis fronteras, explorando, retrocediendo, avanzando… Pero habrá que partir de algo: ¿seguridad? ¿dignidad? ¿gustos? ¿cultura? ¿consecuencias?
No sé, digo yo, suponiendo, por suponer, que soy una tipa generosa y algo desprendida. No se me ocurre intercambiar mis chanclas con el primer desconocido de la urba que se me acerque en la piscina. Ni para un ratito. A saber cómo limpia sus pies y cómo me las trata. Y sin embargo…
Hay quien se atrinchera bajo el socorrido lema de que entre adultos que libremente consienten, todo es válido. Bueno, esto es tan ambiguo. ¿Qué se entiende por adulto en este tema? ¿Cómo se manifiesta la libertad? ¿de qué forma se da y se obtiene el consentimiento? ¿qué abarca ese todo? ¿para qué ha de valer?
A mí me parecía que cuanto más desarrollados como especie más respetuosos nos volvíamos. Si me molestaba alguien o se ponía en medio, pues de un empujón lo apartaba. Si me entraban ganas de soltar gases o escupir, pues nada me lo impedía. Y si me picaba, pues me rascaba, donde fuere y ante quien fuere.
Y todo esto que nos hace más sensibles, más refinados, menos invasivos, más sublimes… se va a tomar viento en el tema del sexo: Me pica, pues me rasco.
No lo veo más acorde con la naturaleza humana despojar al sexo de la relación de comunicación, de intercambio, de intimidad, de especial encuentro con otro ser. Y ahora en nombre de una mala entendida libertad, se aboga por embrutecerlo cosificando y usando a las personas para tapar traumas, incapacidades, debilidades, incontinencias y desviaciones.
Hemos llegado, alguna parte de la humanidad, no toda, a respetar a los menores, a abolir la esclavitud, a poder rechazar aunque figure presupuesto en un convenio (matrimonio), a no aprovecharse de posiciones y ocasiones. Y sin embargo…
Y sin embargo estamos dando instrucciones claras y expresas a nuestras generaciones más jóvenes de que el porno es una recreación de relaciones sexuales sanas y satisfactorias, que es normal desvincular el sexo del afecto (no hablo de romanticismo), que el gustirrinín y la diversión es el máximo objetivo a extraer de las relaciones sexuales con los demás y que mi placer individual todo lo justifica.
Así nos hemos encontrado estos pasados días con algunos sucesos puntuales que no son más que consecuencias magnificadas de lo que venimos haciendo como sociedad.