Guía para sobrevivir emocionalmente (y con lejía) a sitios cutres

Algo tenía que hacer para no amargarme más la existencia. Que conste que intuía, podía saber, me suponía que… que esa inmediatez en la reserva en un enclave tan privilegiado… pues como que se ha de pagar un plus por otro lado. Estaba dispuesta a asumirlo.

Agradecí enormemente el estilo espartano y minimalista en la decoración de la casita alquilada, así como ese viejo y sabio gusto tradicional por las cocinas y baños alicatados hasta el techo. Nada más verlo, abrí la ventana de mis ojos a lo que realmente me había llevado allí y al resto…

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Con los pulmones bien cargados de brisa marina les indiqué a mis hijos:

—Chicos, este viaje va a ser magnífico por muchas cosas, pero entre otras, porque nos vamos a entrenar en dos cosas.

Ellos me miraban expectantes… «A ver qué se le ocurre a mi madre…»

—Nos vamos a entrenar en fortalecer nuestro sistema inmune. Esto son las cosas que poco a poco os preparan el organismo frente al colegio y hace que en verano no bajéis la guardia para seguir así de fuertes y sin antibióticos en vuestras vidas.

Mi hija, que se ve que de noche vuela en el barco de Peter Pan pero en vez de llegar a Neverland se queda en los pasillos de Buckingham Palace contemplando el almidonado de sus encajes, optó por dar como buena mi enseñanza siempre que la segunda le compensara, claro.

—¿Y la otra cosa en que nos vamos a entrenar? —me interrogó con recelo.

—En hacer obra social para los que vengan después —le contesté con el bote de lejía en la mano. Y ante la idea de hacer un gran bien, aunque fuera a desconocidos, no pudieron más que rendirse.

Lo cierto es que me llevó poco tiempo aparentar que se había recobrado nuestro equilibrio de microorganismos, porque yo con compañeros no invitados muy aparentes (bichos con patas, colas, alas y demás elementos visibles) no puedo, no puedo… Pero tal como estaba el sitio, aunque supiera que los microorganismos habían patentado su propio universo, lo llevaba mejor.

Mi hija debió de pensar lo mismo, o quizá su todavía ignorancia la defiende de ciertas actitudes pusilánimes, y pese a que dichos minúsculos seres puedan ser más dañinos, los prefiero. Esto me pasa lo mismo como con las personas, prefiero ir descubriendo poco a poco a los gilipollas camuflados, que a los que ves venir.

A los que lo llevan escrito en la frente no tienen gracia, ya son de suyos conocidos y te predispones a pasar el mal trago y buscar escapatorias, pero con los novedosos… ¡ah! al menos con esos te entretienes. ¡Ostras! he tardado 25 minutos en descubrir a éste. ¡¿Será posible?! éste me llevó semanas. Tengo mi récord en un vistazo y con otro tardé años… aunque luego le cogí cariño. ¿Quién no encuentra cierto placer en criarlos en un botecito?

Pecera improvisada con el fondo de una botella de agua
Pecera improvisada con el fondo de una botella de agua

Ni dos minutos, no hay circunstancia ajena a nosotros que merezca la pena estropear un reconfortante descanso. ¡Fuera negativos!

¿Que te encuentras sin televisor para entretener fieras? Tranquilo, sacas las p… tablets que tenías escondidas en la bolsa de primeros auxilios, y listo.

¿Que los mesoneros olvidaron su principal misión de servicio y atención al público? Tranquilo, resta un euro a la propina que tenías prevista por cada gazapo importante y con ello te pagas un postre en otro sitio.

¿Que el niño de al lado campa a sus anchas sin supervisión? Tranquilo, tarde o temprano tus hijos rebasarán esa fina y delgada línea de «tu libertad termina donde comienza la de los progenitores del susodicho» y entonces no te harán sentirte tan mal.

Y así, uno a uno voy limpiando con lejía todos los malos rollos que un sitio cutre, un restaurante atestado en hora punta, o personas sin educación conviven en tu hábitat.

También puedo sacar el arma de la «asertividad» (ni comportarte como un energúmeno, ni aguantar todo lo que te venga), pero aunque esté mal que yo lo diga, hay veces que con cambiarte al modo «jabón» (me resbala), basta y sobra.

Limpiarte con jabón perfumado, eliminar lo que sobra, lo que altera y quedarte con la esencia, con lo que de verdad importa y aporta. No todo lo podemos cambiar, no todo lo debemos consentir, tan sólo si decides quedarte y estás dispuesto a disfrutar… compra lejía 😉

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