Grandes aprendizajes de pequeños personajes

Me quedo fascinada con lo que se puede aprender de los hijos. De verdad, quien no lo haga más de ellos que de sus propios padres, es que no ha entendido de qué va esto… Aprender de los hijos es aprender a conocerte, a negarte, a aceptarte y a superarte. Por supuesto que no se lo digo a ellos todavía, ni con esas palabras, no vaya a ser que me pillen y les deje huérfanos antes de tiempo.

Con ocasión de un cambio de ciclo, de curso y de compañeros, mi hija ha abierto la caja de las lecciones en vivo. Ya no son experimentos con gaseosa, ya van siendo explosiones controladas con elementos reales. No ha sido tanto una prueba a superar por ella, como una prueba hacia nosotros, sus padres. La vida pone delante un obstáculo a tu hijo y tienes que calibrar qué confianza tienes en él, qué relación mantenéis, qué has acertado, qué has fallado y qué carencia tuya estás obligando a tu hijo a suplir.

Un simple cambio de clase y compañeros en primer curso de la ESO se ha convertido en una gran lección. Sinceramente, ya me da igual si le calan las mates, la biology o sube de marca en salto con peligro, después de ver cómo ha afrontado este tema, el colegio ya ha hecho su cometido de ser el escenario donde los niños extraen aprendizajes útiles para su desarrollo.

Separada de todas sus amistades su primer impulso fue la queja con lágrimas y pedirme que reclamara a sus profesores para estar de nuevo con alguna amiga. Si cedo a ello te estoy transmitiendo que no confío en tu capacidad de mantener tus amistades actuales ni tampoco en hacerte nuevas, le dije a sabiendas de que entonces su enfado se dirigiría a mí.

«Me siento sola», repetía una y otra vez. Yo la escuchaba y me mordía la lengua para no expresarle esas cosas tan tontas que solemos decir los padres para calmar nuestra conciencia más que ponernos en el lugar de nuestros hijos: es una tontería, ya verás como, no estás sola, todo irá mejor, es por alguna razón, se te pasará, no te preocupes, etc.

De una angustia incipiente empezó a crecer a tragedia griega como suele acontecer a cierta edad. Me podía haber puesto tajante entre mi postura y la suya, pero incluso pensando que podía equivocarse, le di lo peor que le puedes dar a alguien: libertad. Está bien, pues decídelo tú, búscate la vida, intenta cambiarte, o quédate donde te ha tocado y aguanta la presión del grupo, prepara tu estrategia y lucha por lo que quieras, ésa será tu recompensa y hagas lo que hagas, te apoyaremos. Escucha esa voz interna que te habla y consulta con la almohada, o sea, reposa las decisiones.

También me dio por «jugar» con las cartas que me había dado: te sientes sola ¿y qué? ¿qué vas a hacer con ello? Aunque al inicio le sobresaltó la pregunta, estaba clara la pronta respuesta: «Pasar el año más horroroso de mi vida». Pues efectivamente así será, hija mía. Ante el mismo curso, mismos compañeros y mismas circunstancias puedes pasar el año más horroroso de tu vida o hacer que sea un año fantástico. Dependerá de cómo te lo tomes y de lo que quieras en verdad vivir.

He de reconocer que me tocó bastante cuando me dijo que era una decisión trascendental en su futuro y que de ello dependerían muchas cosas. Pues claro, cierto es que hay decisiones trascendentales, pero como al decantarte por algo nadie comprueba en paralelo el resultado de lo que hubiera pasado si, pues el misterio de la trascendencia está servido, degustado y fagocitado.

Nos pusimos a enumerar las ventajas de quedarse en la clase asignada o irse a otra, las posibilidades que cada cosa le supondría, los temores a perder, los dilemas morales que le surgían por lealtades varias, los retos que quería enfrentar y la fortaleza que se quería probar a sí misma.

Con independencia de los detalles que he comentado, lo que allí se planteaba era cómo de capaz considero a mi hija para desenvolverse en situaciones acordes a su edad y cuál es mi actitud para con ella. Me replanteé muchas cosas: si primaba la comodidad, cómo gestionaba la resistencia al cambio, si protegía por mis miedos o por verdaderos peligros, si extendía mis vivencias pasadas, si predicaba con el ejemplo, qué tipo de expectativas pongo en mis hijos, cuál es la misión de los padres en las diferentes etapas…

Realmente la prueba nos la han puesto a nosotros. Al final de curso miraremos en sus calificaciones nuestra casilla en la asignatura «educar».

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