Estoy mal, luego existo

Es terrible que en estos tiempos de «felicismo» se nos impida ser personas. ¿Qué hacemos los que padecemos y sufrimos? Qué horror, hemos pasado de moda, tendremos que emigrar a otro planeta cual bichos raros, como en la película de Desafío Total de Arnold Schwarzenegger donde acababan los que no encajaban, o reconocer como Isra García en su más que recomendable blog, que «Tener un mal día es perfectamente ok».

Ahora casi nadie duda de que podemos ser felices si nos lo proponemos. Unos más, otros menos y otros nada piensan que también depende de las circunstancias, pero aún así, estamos imbuidos en la corriente de que la felicidad no la reparten con la mano en la cola de algún sitio, sino que todos tenemos el boleto y que podemos canjearlo. El cuándo, cómo y dónde no parece estar escrito en el reverso y esto, ciertamente, aunque parezca un gran inconveniente, puede resultar una franca ventaja. ¿Y si lo que ponía no me venía bien? Pues eso, así lo dibujamos, lo inventamos o lo recreamos varias veces en varios sitios y de varias maneras. Mas… ¿quién fue el primero que dijo que había que tenerlo todo el día activado?

Dejemos para otra ocasión si la felicidad es un estado, una emoción, o la suma de muchos momentos, lo que está claro es que no es un inhibidor de las demás emociones o sentimientos. Negar que estamos mal, que algo no funciona, que nos frustramos, que nos sentimos heridos, que tenemos un mal día, una aciaga hora o un minuto insoportable no lo va eliminar y sí, por el contrario, nos privará de sentirnos vivos. Ser una persona feliz, estar razonablemente satisfecho o sentirte enormemente dichoso no se arruina porque seamos humanos. Sí señores, somos humanos y las emociones y sentimientos desagradables que experimentamos son inherentes a nosotros. No pasa nada, tranquilos, salvo el apéndice que no está del todo claro para qué sirve, todo lo demás que traemos al nacer tiene una utilidad.

Ufff, qué descarga sentí el día que podía permitirme esto. ¿No es fantástico? Estoy mal, lo reconozco, lo siento, lo experimento, lo razono si puedo y luego lo uso más o menos correctamente. Ya sé, hay emociones que pueden llegar a convertirse en un vicio, como la melancolía, pero reprimirlas nos pasa factura a medio o largo plazo. De esto sabe mucho mi amiga Tania Evans y quizá sea la causante de este post reivindicativo por reunirme ayer con ella y enseñarme a abrazar «corazón con corazón».

Quiero ahora vivir mi mal rato, tengo derecho a ser persona, a no añadir más «mierda» a esta emoción desagradable, para luego salir reforzado, vencedor, superviviente o no muy maltrecho, pero al fin y al cabo adueñarme de mi estado emocional. Así que una vez quitados esos falsos mitos de felicidad intravenosa las 24 horas del día, concedámonos ese placer necesario de sentirnos mal en algún momento, de alguna manera, en algún lugar.