Ese lugar llamado pareja

A veces pensamos que es el estado natural y deseado de las cosas, la pareja. Nos confunden nuestras necesidades con nuestras razones de ser. Las necesidades deberían venir con el carnet entre los dientes con su certero cuño: debilidades.

Y claro, en uno de sus extremos, o con letra pequeña y firmado con cada uno de sus portadores: acepto que soy gota de agua, pero me empeño en reinventar este líquido con mi solita limitación y cuando me entre el acojone, pues me voy juntando por ahí para hacer chorrito y creernos grandes y ajenos al resto de gotitas que parece que nos sigan los mismitos pasos…

Nos tranquiliza eso de que las personas cometan las mismas majaderías que las nuestras. Y ahí anda todo el mundo empeñado en consagrar la pareja. Algo tendrá, nos decimos. Como ese famoso dicho: algo tendrá el agua cuando la bendicen. Sí, H2O.

Y mira que Dios nos pone el vino una y una otra vez delante, y nosotros emperrados en el agua… En fin, humanos. Y hablando de Dios, ya que tanto lo seguimos para tomar como ejemplo y cada uno le pone la identidad que quiera (ser superior, mente pensante, energía, fuente única, consciencia, etc.), a este no le mola nada esa combinación dual.

Como dijo Carmine Saccu, «La pareja no le gusta a nadie, ni siquiera a Dios». Incluso se ve fielmente reflejado en esas Escrituras de pastores que andan circulando todavía en este siglo de veganos, ya superadas en forma de metáforas.

Pues bien, metafóricamente hablando, cuando Dios tenía a esos dos muñequitos y pensaba que iban a formar trío, como el Espíritu Santo y el padre y el hijo, mandando a cada uno a su esquina o rincón de pensar, van esos dos y se compinchan. Dejan de mirarlo solo a él y los pilla ¡mirándose entre ellos! a más, ¡comiendo manzanas!. Le faltó tiempo para mandarlos al Infierno, o expulsarlos del Paraíso, que lo mismo es. Semejante ataque de celos… Si se llegan a montar una barbacoa con las ovejitas que paseaba Moisés, no nos deja ni la posibilidad de reunirnos con él tras nuestro paso por esta casita de juegos llamada vida.

También en otras obras de teatro en las que Dios representa el papel de prota, nos pone a los muñequitos solos, desapegados, místicos, ermitaños y con los ojitos vueltos hacia arriba, para no fijarte en lo que te rodea. O sí los puedes mirar y concubinar, pero solo un ratito ¿eh? Para que compares los malos bichos que hay por ahí y regreses corriendo a sus brazos que nunca te fallarán.

Todo es fantástico y armónico, hasta que nos damos cuenta de que papá y mamá ¡son pareja! ¿Y qué me queda a mí? Pues meterme en medio, incordiar. Y así lo vemos replicado con todas las demás. Basta mirar incluso en el grupo de amistades cuando se emparejan… Siento ser la portadora de malas noticias, por si no te habías dado cuenta, pero tus preciados hijos ¡mirarán a su pareja! Sí, se darán la vuelta, se combinarán binariamente con otros.

La pareja entonces aparece como algo forzado, contra natura. La pareja divide, separa, individualiza, distingue del resto. Y claro, eso no se soporta bien por la masa ingente de gotas que conforma el océano. Todas las fuerzas se oponen a ello. La sociedad, tus hijos, tus padres, tus compañeros, tus vecinos, tu familia, tus amigos, tu trabajo, tu propio ser.

Le ponemos empeño, nos superamos, nos reconocemos, nos sacrificamos, nos elevamos en ese estado de pareja. Donde más sufrimos, donde más satisfacciones encontramos, donde más desgraciados nos dramamos, donde más felices nos sentimos.

Y sin embargo es el lugar donde todos van a tirar sus piedras, arrancar sus envidias, zarandear sus creencias y escupir sus males. Ese lugar llamado pareja…

El tres parece que es el mejor número, pues diluye y dirime para que no haya fuerzas que se impongan unas sobre otras. Y no me refiero a esa idea tan manida de triángulo amoroso, no, eso no es más que la burda consecuencia de nuestra incapacidad para comprometernos con nuestras propias creaciones, como es la pareja. Me refiero al número tres como más allá de la dualidad. Cualquier combinación que rompa el equilibrio, estará destinada a ser atacada.

PD:  Te puse en el lugar de Dios y yo estaba aquí jugando sola al papel de Adán y Eva. Era maravilloso, así, ni tú siquiera podías estropearlo…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *