El placer de las pequeñas cosas

Fue una charla reveladora la que tuve con un chico joven en una de mis tutorías de empleabilidad. Me bastó mirarle a los ojos… Un joven inteligente, sereno, guapo, educado, con una magnífica formación y con la capacidad para ser lo que crea merecerse en el ámbito laboral… y en la vida.

Tras recorrer en esa sesión sus grandezas, un halo de profunda melancolía, algo así como una alegría arrebatada le subió al iris de su oscura pupila.

—¿Adicciones? —Le pregunté guiada por mi intuición.

—A ***. Ya he dejado todo eso atrás. Pero creo que mis neurotransmisores, como he leído, han quedado afectados para proporcionarse dopamina y serotonina sin esa recompensa inmediata que me proporcionaban esas adicciones.

Vaya, qué sentencia de muerte más estupenda se acababa de dar. Y con ello, su resignación se mezcló con impotencia en un gesto indescriptiblemente triste.

—Ya no encuentro placer en las pequeñas cosas de la vida.

La verdad es que cuando uno se pierde, en su personaje o en el paisaje, el sentido del simple caminar también se pierde. Necesitamos un propósito para cada cosa que hacemos o pensamos. Mas lo cierto es que no se precisa tanta concreción ni asignación de tareas.

Estar ya debería ser una fiesta, la gran fiesta de la conciencia. Pero no nos basta… Nos decimos que «necesitamos» un sentido. La vida ya tiene sentido en sí misma. Nuestra existencia es un sentido en sí misma. Descifrada o codificada tras largas explicaciones científicas, religiosas o espirituales, al gusto.

Si pensar en tu propósito o en tus quehaceres te proporciona paz, pues perfecto. Podemos seguir la numerología, la causa y el efecto, la relación sistémica, el orden, el caos… Si esto nos proporciona paz, perfecto.

Pero si nos angustia, nos atenaza, nos inquieta no obtener sentido a las cosas o a nuestra vida, bien podríamos detenernos en un sentir y conformarnos. Un ya está. Un aquí y ahora. Un fluir. Un sentir corporal, físico, mental o conjugado. Se puede. Se puede dejar de buscar coherencia y explicación para todo. Es más, encuentro sanísimo no tener respuesta… y confiar en que todo está bien para el momento que es.

El que anda buscando disfrutes y quietudes… normalmente parte de displaceres y batallas. Parece poco probable que desde un lugar de carencia se halle la abundancia. O siquiera que se reconozca.

¿Cuántas veces he anhelado algo que tenía delante y al tropezarme con ello lo he apartado de mi vista como si fuera un incordio?

Nuestra tramposilla mente nos incita constantemente a tragar razones y conclusiones cual vulgar «comecocos». Nos hace creer que ella es la que nos domina y que servimos a su majestad, La Testa, sin poder rechistar. Y claro, se alía con ego para reforzar nuestra dependencia, nuestra carencia, nuestra invalidez e incapacidad.

Cuando descubrimos la trampa tenemos la gran oportunidad de contemplar sin analizar, de escuchar sin juzgar, de vivir en el sentir sin razonar. Complicados hábitos para profesionales de la autoexigencia, la culpabilidad, el desmerecimiento. Olvidar nuestro drama, que tanto alimenta a nuestro personaje, relativizar nuestras aparentes desgracias y extasiarse en cuánto hemos recibido y cómo nos ofrecemos a los demás son los primeros pasos para un alma novata.

Si nos dejamos respirar en nuestra inocencia, en gratitud con lo hallado, en inteligencia tocada, en amor compartido… el sentido carece de reino. Simplemente nos vivimos en todo lo que a nuestro paso acontece y toda la magnitud se hace pequeña y las cosas cobran placer en sí mismas.

Desde que tengo recuerdos, maravillarme con la complejidad de lo aparente, con la sencillez de un proceso, con el orden que se encierra en un revoltijo y embobarme… Ese ensimismamiento me reconectaba con la alegría de mi pequeño mundo.

Cuando me pierdo… vago por las minucias de lo cotidiano. Me suelo encontrar reflejada en algo.

Quizá la solución no venga de acontecimientos de peso ni de logros con magnitud cuantificable. Tan solo estar atento a ese dolor que se atenúa, a ese esbozo de sonrisa, a esa asomada calma. Me fascina observar en cada instante todo ese universo aún por descubrir, donde me incluyo asombrada de mí.

Más de un día de hastío o de bajón me cogí papel y lápiz con la intención de ponerme a escribir esas pequeñas cosas donde encontrar placer y me detecté parada en el tacto sedoso de la hoja… en el aire que rozaba mi espalda… en ese momento concedido para mí…

Y tantas veces me ha anulado la indiferencia o la desgracia, como tantas he salido maravillada y reconciliada con esos detalles. En esas sinuosas curvas de las líneas rectas es donde he encontrado un hilo del que tirar para salir adelante. Significativas cosas contenidas en aparentes indiferentes actos. Y no son las cosas, son los sentidos que atentos, lo captan. Normalizar lo excepcional que resulta el mundo nos convierte en seres ingratos, llorones y egoístas.

Y cuando me pierdo… y cuando no encuentro… y cuando no veo…

…Apurar un buen café, morder tu cuello, abrir un grifo, quitar el tacón, alzar el brazo, dibujar tu risa, pisar hojas, abrir la mano, aspirar a quedarme a vivir en tu pensamiento, cerrar una puerta, abrazar un rato, soñar despierta, tenerte dentro y mirar tu gris, distinguir matices en los colores, escribirte en forma de garabato…

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