El meñique de Aquiles

Siempre lo tuve claro, y cuando trabajaba en una organización, más. Todas las piezas son necesarias para que el producto salga. Cosa distinta será que el diseño del proceso sea incorrecto, no obstante suponiendo que es válido, el resultado precisa de todos los componentes. Está claro que hay órganos más vitales, corazón, pulmón, cerebro… pero el meñique cuenta…

Tendemos a fijarnos metas presuponiendo que las piezas principales y todos los recursos no varían y sobre ellos trazamos los planes que seguirán como los planeamos, que para eso somos los directores de esos planes y… el meñique también contaba…

Noté enseguida que no era un golpe como otro cualquiera. Lo peor es que encima lo tendría que contar a cualquiera que me preguntara exento de todo glamour o gloria. Ya podía haber sido culminando una etapa de triatlón; claro, que no lo practico… O tal vez al aterrizar desde uno de mis tacones de vértigo tras una Conferencia televisada mundialmente porque el escenario se hallara con exceso de aforo; claro que parece aún más improbable… ¿Pero un tropiezo con el artículo más vulgar del verano contra una ordinaria pata de mesa?

Al verme el resultado de mi enérgico levantamiento de sillón mal atinado, confieso que se me vino el mundo encima. No era ni dolor, ni miedo, era pura frustración por todo lo que me iba a perder… Aún así un meñique no va a dar el traste conmigo, me dije, y mientras llamaba para que me llevaran a urgencias me iba arreglando por el pasillo de casa: minifalda para hacer más fácil el cambio de ropa, aunque también sirvió para deleite de la sala de espera en mi silla de ruedas… Rímel y gloss para no parecer la típica accidentada que se descuida, aunque luego desapareció por ciertas lágrimas y mordedura de labios ante una recolocación de hueso a lo vivo… Menos mal, eso sí, que llevaba las uñas pintadas en tono coral, y aunque las fotos que me tomaron en blanco y negro no lo recojan, yo me acordaré de ese detalle toda mi puñetera vida.

Será estúpido pero es en esos momentos cuando me acuerdo de los detalles y pormenores. Ya que no puedo lo grande, me ocupo de lo menor. Igual que ante el dilema de muletas o zapatón ortopédico, escogí este último: ¿cómo llevar el bolso con muletas? ¿en bandolera? Podré quedarme lisiada, pero no me doblegará a no ser yo.

El colmo de mi sentimiento de fuera de control aconteció cuando aquellos dos médicos de urgencias deliberaban ante mi radiografía frente a una mesa más transitada que la Gran Vía madrileña: ¿clavito o atillo?

—¡No puedo más con esta incertidumbre! ¡Y mientras esto se estará soldando mal!

Esa que hablaba era yo en mi personaje de pésima enferma y perfecta impaciente…

—Tranquila, no tienes 6 años, no te recuperas tan pronto. Ventajas de ser mayor.

Y ése que hablaba era quien bien me conoce y pretendía consolarme dándome del botiquín de mis medicinas…

Llegué a pensar en llamar a la alcaldesa de Jerez y pedirle el contacto de su proveedor de cuñas modelo flaps. Y mira que encima se metieron los enfermeros con el diminuto tamaño de mi dedo. La verdad es que es inútil el tío, ahí chiquitito, en la parte de abajo de todo mi cuerpo. ¿Y que por éste nos tengamos que fastidiar todos?

—Si a mí me da igual como quede, una lástima si lo pierdo porque hace juego en simetría con el otro pie en número de dedos, pero yo lo que quiero es ir a la playa, correr, bailar. ¡Es verano!

—Ya le hemos dicho que son seis semanas, pero si prefiere escuchar otra cosa, también le puedo decir como mi compañero antes, que son 45 días.

—¡Mes y medio! —me replicaba otro por detrás de guasa.

—Y si no nos hace caso, estará mucho más tiempo sin correr, bailar, llevar tacones… ¿Qué prefiere, seis semanas o años?

Aquí zanjamos la negociación. No hay más argumento que la amenaza de duplicar la desdicha presente, ellos lo saben y juegan con ventaja. Son unos magníficos profesionales conocedores de la tozudez y resistencia humana a los cambios. Te dan cuerda para que te desahogues en los momentos críticos y luego ya casi previo a pasar a otro paciente ¡zas! te sueltan el golpe final para callarte.

Una vez ya pasado todo y con el pie en alto en mi casa desde donde me puse a escribir esto, no paro de pensar una y otra vez… tan menudo y tan necesario… tan insignificante y tan valioso… Está claro que puedo sobrevivir sin él… nada ni nadie es imprescindible… pero sí irreemplazable.

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