El mejor niño

A veces uno se deja llevar por este sistema educativo generalizado que ya está montado. Tampoco me siento culpable, soy parte del tinglado como madre y antigua reincidente. Aunque cuando lo detecto, me planto, me dan ataques de cordura y me planto.

Exámenes, deberes, pruebas, trabajos, clases, refuerzos… Parámetros rígidos, sopa para todos, estrecheces de miras, prejuicios, imposiciones… Educar a niños debería ser el oficio más grande del mundo. Como ser humano, casi estamos consagrados todos a ello, ya tengas hijos o no, ya seas profesor de infantes o de mayores, ya prestes servicios a la comunidad directa o indirectamente… Como adultos somos los que creamos esta sociedad y damos ejemplo de cómo lo hacemos. Eso ya es pertenecer al «sistema educativo».

Escucho a padres que se enorgullecen de que sus hijos sean de los mejores de clase. Sean de los que saquen las mejores notas. Creen estar legitimados para tratarlos incluso mejor, porque son de los mejores alumnos. Y encima alimentan más a la bestia con exaltaciones de la barbaridad de esfuerzo que hacen sus niños aplicados, mirándolos muy sonrientes a la cara y mostrando así para mi asombro, el germen de la semilla de su dependencia afectiva de por vida…

¿Cuándo se van a enterar los padres de que los niños hacen las cosas exclusivamente para recibir amor de ellos? Los niños jamás de los jamases estudiarían las tontadas que les hacemos aprender sin siquiera antes experimentarlas ni haber sentido inquietud por ello si no fuera porque ese contenido tiene la aprobación y el agrado de sus padres. Y ni mucho menos, los niños harían y seguirían los medios de tortura para retener toda esa inútil información para sus vidas si no fuera porque así se la imponen y jalean sus papaítos.

Un niño que sacrifica sus verdaderos gustos, talentos, deseos e inclinaciones por estar sentado y encerrado en un cuarto o aula memorizando conceptos o repitiendo métodos por los que no ha sentido una curiosidad previa, ni se ajustan del todo al funcionamiento de su ser, no es por él mismo ni por un sentido de autorrealización personal. ¡Es por ti! Es por agradarte, es porque lo ames. Y cuanto más le demuestres tu cariño por su esfuerzo en sus hazañas escolares como reclamo de tu atención y amor, más se esforzará por agradarte y más hará depender su estima de ti para obtener aquello que más te enorgullece de él: que sea de los mejores niños de clase. Que saque de las mejores notas.

El mejor niño ya lo tienes. Aunque no obtenga notables, aunque no estudie, aunque no memorice, aunque prefiera el Pokemon Go a leer, aunque no puedas pavonearte en las cenas de familiares y amigos de sus medallas. Es el mejor niño. A partir de ahí, construye lo que quieras. Justifica que ha de convivir dentro de los estándares, que es por su bien futuro, que precisa esos recursos para luego volar libremente y más argumentos ligeros o de peso.

No se trata de premiar su esfuerzo por agradarte, se trata de inculcarle que la persistencia en algo conduce al desarrollo de su persona, se consiga o no el resultado esperado. En esta cultura del «exitismo», comprendo que esto choca… ¡Puah! la de cosas en las que me he esforzado y no logro resultados ¿y? No doy por perdido el tiempo invertido, todo lo contrario, me sirve como fuego que forja mi carácter. Y otras… madreee… no lo diré muy alto, pero la de conquistas a cimas que no me han llevado ni tres respiraciones… ¿Y?

No se es mejor persona, ni niño, ni hijo por obtener buenos resultados, ni siquiera por empeñarse con todas sus fuerzas en intentar conseguirlo. Si cuando más lo premiamos es por sus resultados o por enfocarse en aquellos logros que a nosotros nos parecen estupendos sin contar ni involucrarlos a ellos, más estaremos alimentando nuestro ego como padres, pero no alimentaremos la estima y valía de nuestros hijos.

Ya tienes al mejor niño. A veces eso es lo malo, que por traerlos al mundo, vestirlos y responsabilizarnos de ellos ya nos pensamos que los poseemos, que los tenemos y por ello podemos usar sus logros para sentirnos nosotros… mejor.

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