El fin de la felicidad

Otra vez a cuestas con el tema: la felicidad. Se habla tanto de ella… Ahora parece que por unanimidad se ha de respetar el mantra moderno que corre por ahí de que «estamos aquí para ser felices».

Queda bonito y esperanzador haber cambiado del paradigma de que venimos a este mundo a sobrevivir y sufrir lo que nos pase, quizá viéndonos recompensados en otra vida o varias sucesivas, por el de que venimos a la vida para honrarla con nuestra felicidad. Sin duda, parece un elevado tributo. Mas, témome que este no sea más que otro constructo del ser humano que todo lo mira desde su miope ojo antropocéntrico.

¿Desde cuándo la vida se rige por términos de felicidad? ¿y encima humanas? ¿Es la felicidad un fin, un proceso o una herramienta de calibración? Voy a dejar esto en remojo, a ver si se ablanda…

Quizá sea una cuestión semántica, pero yo creo que no estamos para ser felices. En todo caso de haber una razón de existencia, esta no tendrá que ser algo individual. Contribuimos a nuestra especie y cuanto más hagamos partiendo de nosotros mismos, más estaremos contribuyendo a la comunidad, eso es cierto. Pero solo en la medida en que se contribuya a la común. No en el cumplimiento de fines exclusivamente propios, sino sociales.

La paz interior, el equilibro, la satisfacción personal, el amor pleno… la inmensa unanimidad de mayorías unánimes pasa previamente por atravesar dolor. Con ello se quiere decir que ese dolor es inherente y si no te mantiene tanto tiempo como para destrozarte, vas conformando tu felicidad. Así la felicidad aparece como un proceso que va guiando hacia la utilidad de vivir en amor y construcción, eludiendo la inutilidad de quedarse en el sufrimiento, que parece ahora demostrado que hasta se transmite en los genes, sin saber todavía para qué oscuros fines evolutivos.

Quizá esto de la felicidad como fin último y legítimo venga a justificar muchos caprichos egoístas. Si esto me hace feliz… esto ha de ser el camino correcto. Que conste que con ello no quiero decir que hacer nuestra santa voluntad sea per se egoísta. Pero hacerla caiga quien caiga, pese a quien pese, y cualesquiera que sean las consecuencias que acarree… Pues mire, sí, ya se sabe que mi egoísmo termina donde empieza el egoísmo del otro.

Empiezo a entender (y digo empiezo por aquello de que pese a alguna cana, si no me miro al espejo no sabría fijar mi edad) que madurar consiste en dejarse de ver un ser desvalido temeroso de su propia suerte, para aceptar la futilidad y necesidad de nuestra existencia para un fin mayor colectivo.

A mí esto me calma y tranquiliza cuando los cables de la angustia y el drama quieren cruzarse, pues aún no dudando de que me quedan muchas cosas por descubrir y hacer, ya me siento afortunada y realizada por esta oportunidad de saberme consciente y haber llegado hasta aquí. Siento que he recibido muchísimo y que algo estoy saldando esa deuda con mi aportación.

Y sin embargo, todo esto no pasa por centrarme y regodearme en mi felicidad. Ahora bien, la mejor medida de que sigo siendo útil a mi especie es chequear si en mis acciones encuentro que mi felicidad interior se crece. Porque, curiosamente, amar a los míos, apasionarme por mi trabajo, cuidarme y cuidar mi entorno, agradecer y devolverlo, acompañar a las personas con las que me cruzo y sumar mi granito de arena, es lo que más me hace feliz.

Así, la felicidad me aparece como una brújula que me guía hacia el bien común, no tan solo como una recompensa individual.

Hace bien poquito, casi antesdeayer, me percaté de la diferencia entre disfrutar y felicear. Disfrutar lo puede hacer cualquiera y casi con cualquier cosa. Felicear no. Se precisa cierto trabajo interno para sentir y hacer felicidad. Y mucho más para generarla pese a un duro golpe o ante circunstancias que nos tocan o arrasan. Encontrar argumentos para extraer el aprendizaje, para rescatar el valor de lo que se posee y para agradecer lo presentado, está reservado para jugadores de ciertos niveles de pantalla…

En sentido inverso, cuanto más carente, más necesitada y dependiente de cosas, afectos, consciencia y experiencias me encuentro, menos feliz me hallo y más resto a los demás. Esto es igualmente observable incluso en «grandes» personajes de la Historia. Cuanto más ansiaban reconocimiento, poder o riquezas, más hacían la puñeta a su pueblo con guerras y egoístas decisiones.

Creo que asociamos en exceso la felicidad con la emoción de la alegría, a la par que la confundimos con el placer. Todos conocemos personas muy desdichadas que en su impulso por escapar de esto se pasan con la bebida… comida… sexo… drogas… Les proporciona mucho placer. Algunos hasta se ríen a carcajadas. Y no, no son portadores de felicidad.

Y sin embargo, recuerdo días donde no reí nada. Según algunos, día inservible, o día no vivido he llegado a leer. Unos de esos días, casualidad, coincidieron con los nacimientos de mis hijos, la operación de mi padre, la terminación de mis estudios, la despedida de una relación… No reí, alguno no se pareció a un día alegre, aunque en ellos la puerta que abre el gran autodescubrimiento sabes que te empuja con fuerza a ese trayecto donde felicidad habita.

Claro que he perdido por momentos mi sonrisa, mas no mi capacidad para ser feliz, pues esta no es un fin en sí misma, es el camino. Saberme una parte indivisible de un todo, es lo que dota de sentido a mi felicidad.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *