El día que me reconcilié con las mujeres

Me reconcilié con las mujeres cuando dejé de defender a los hombres. Acepté a mi madre y dejé mi lealtad ciega a los hombres por buscar el reconocimiento de mi padre.

Me reconcilié con mi yo mujer, con mi esencia. Con la que crea un hogar sin casa porque en mí está el cobijo. Allá donde yo vaya, con los vacíos que separan mis dedos, forjaré un hogar para los míos.

Me reconcilié con esa que entre sus caderas y senos atesora energía para dar calor, volumen para recoger contactos, olores para nutrir disfrutes, suavidad para olvidar asperezas, oscuridades para señalar el regreso.

Sí, al fin gozo de mi parte mujer que abandona la fuerza para luchar contra el mundo y se fortalece para unir y construirlo.

Me detengo a celebrar cada logro de independencia que me desata de lo que sirvió para forjarme y sacarme a flote y que luego me apretó hasta asfixiarme. Puedo entrelazarme con ternura y desasirme con gracia y en ese vaivén te meceré.

Ya no me escondo de llorar, de pedir ayuda, de mostrar lo vulnerable que soy. Como tampoco de exhibir la sabiduría, serenidad y grandeza que voy acumulando.

Me reconcilié con todas las mujeres que no se encontraron y andan deslumbradas tras pedestales masculinos olvidando que han de admirarse de sí mismas. Con aquellas que por migajas de atención y miradas solo ofrecen lo que los demás quieren y entierran sus querencias. Sacrificadas voluntariamente por una mayor gloria con profunda ira contenida.

Abrazo a las que se pasaron de madres e incapacitaron para ello a los hombres. Incluso a ellas, las que más me dañaron porque me dejaron conformada con la debilidad masculina para resignar torpezas, olvidos, egoísmos, rudeces, insensibilidades, vanidades y caprichos.

Ya estoy en paz con las resentidas por haber sufrido infinito, por las victimarias de conductas aprendidas de cientos y miles de impotencias. Con las que descubren su voz y no pueden parar de gritar; sus pies y patalean; su sitio y empujan.

Bienvenidas sean a mi vida las mujeres, todas las que están en mí. La que esperó palmaditas para seguir en la brecha de quien las abría. La que entregó su cetro porque no sabía manejarlo y rencorosa se quejaba de su despojo. La ciega que daría su amor propio por conseguir el tuyo. La que repudió su redondo cuerpo, la que se avergonzó de destacar y sobresalir, la perdida en bucles inocentes y la que se hundió profundo el puñal por miedo a clavarlo en quien debió apartar.

Me reconcilié con todos los hombres a los que no dejé ser valientes. Con los que les hice las cosas para bajarlos al sótano de la inutilidad. Con aquellos de los que me enamoré no dejándoles ser ellos para así no reemplazar mi ideal. Aquellos a los que busqué para que fallaran y poder reafirmarme.

Aunque también me tocó reconciliarme con los hombres recelosos de su libertad, los cautelosos de manipulaciones, los proveedores forzosos, los confundidos por vientos, los que poseen en su mente y cuerpo todos mis anhelos. Y contigo, tú, que remueves sin permiso mis cimientos.

Para sentirme en paz con las mujeres me ha tocado saber de mí, celebrar mis maduros frutos, tolerar mi mudable ánimo, restregar mi orgullo contra el suelo, detener la mano por lamentos ajenos y mirar muchos ojos para verme en ellos.

Mis queridos hombres, idolatrados en lo absurdo, renegados en lo cierto. Disculpados para no crecer, temidos por no doblegarse. Envidiados desde la pasiva queja, rechazados cuando responden a mi ser. Discutidos para poder hallarme, mimados para luego exigir complacerme.

Me reconcilié con las mujeres, seres plenos que crean carne, mueven rocas, se pierden constante, mandan sobre el horizonte, sueñan despiertas, se arremangan frente a la vida.

Me reconcilié con los hombres, hijos y semilla de la tierra madre, exploradores de mundos que paran golpes, sujetan el aire, centran ideas, abrazan más sinceros a escondidas.

Y de todas las reconciliaciones, la más hermosa ha sido conmigo. Mujer.

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