Cualquiera diría que es de lo más gratificante… Y la verdad es que lo es. Aunque a mí el amor me persigue para que observe cómo los demás lo hacen 😉
El amor me persigue en el trabajo. Da lo mismo de lo que hable, el tema se deriva hacia el amor. Que si quise, que si me quieren, que si no me quieren, que si me mal quieren, que si no quiero, que sí pero no como quiero, que si me seguirán queriendo… ¿Que tratamos de gestión del tiempo? Sale… ¿Un conflicto laboral? No podía faltar… Hasta en oratoria… algún alumno siempre escoge ese tema para exponer.
Lo último fue un cliente que nos cruzamos en la calle. ¿Que qué me contó? Pues su vida amorosa… ¿De qué van las tertulias de café? ¿Las salutaciones navideñas? ¿Una cerveza con un viejo amigo? ¿Esperas en el baño?
Está claro, me habré puesto las gafas que todo lo filtran desde el mismo color. Aunque las historias sean nuevas, huele a antiguo. Huele a repetición, a tropezones de mismas piedras, a vueltas, a idas y venidas…
Si miro mi móvil, cada cinco minutos al menos tendré tres mensajes nuevos de amigos o conocidos que me cuentan que… Memes de grupos que se ríen o sorprenden de…
No hay otro tema. En verdad el ser humano, una vez cubierto su cupo de trabajo, y una vez huido del tema de la muerte, no habla de otra cosa. Eso sí, en diferentes versiones: pareja, encuentros, sexo, fuckbuddy, comunidad de levanta egos, contratos de maridaje, etc.
En todas sus variantes, hoy día todo a mi alrededor gira en torno al amor. Lo he puesto con letras minúsculas para que nos enteremos de que hoy no hablo del gran y único Amor, sino de ese amor de menudeo necesario para la perpetuación de la especie humana.
Yo creo que debe de estar afectándome ya la edad, pero el tema me está empezando a sentar cual corriente gélida en pleno invierno… Tanta molestia se está tomando el Universo en mandarme señales que he dejado lo que estaba haciendo para prestar atención.
¿Y sabes que veo? Que en verdad todo habla de mí. Habla de mis errores, de mis aciertos, de mis miedos, de mis limitaciones, de mi potencial, de mis carencias, de mis derroches. Si el amor me persigue, debe de ser porque yo lo persigo, no me explico otra cosa.
Desde chica, desde púber, desde joven, desde hace dos días, siento que entre mis manos no puedo contener más todo lo que puedo llegar a dar. Lo reprimo, lo exploto, lo recojo, lo regalo, lo dispenso, lo estampo, lo retengo, lo desbordo… Todavía no sé regular ese caudal que me invade.
Supongo que hacer las prácticas conmigo misma sería lo suyo. Mas el amor en pareja me enseña en pocos ratos lo que de otra manera preciso años.
La cuestión es que no soy consciente de que lo busco, pese a mis temporadas de zazaZú subido, como dice una amiga. Ahora que todo se hace desde una App, incluso eso de barajarte con el personal, creo que todavía lo veo menos. ¿Mirar catálogos de macizos? Vamos… no tengo otra cosa que hacer. Si cuando me voy de viaje, que es de lo que más me gusta, me da perezón hojear las guías, ni te cuento visionar pasmaos…
Supongo que cuando has pasado por un gran amor y un divorcio, todo se hace tan relativo… Las múltiples creencias acerca de lo que debemos hacer, de dónde se encuentra la felicidad, o de qué o quién debe aportar según qué cosas, se revisan y reciclan a diario. Y esto me permite una diferente manera de relacionarme con el mundo.
Llegado a ese punto en que sin necesidad de mirarme al espejo ni de mostrárselo al mundo, ando tarareando estrofas de canciones («toma, qué toma… qué guapa soy, qué tipo tengo… na, na ná… yo que soy tan guapa y tan lista, yo que me merezco un príncipe un dentista…«) he llegado a la conclusión de que ahora que tengo la autoestima en una rayita más que en la de reserva del depósito de gasolina, tengo que revisar el software que enciende otro piloto: ¡¡»Compromiso»!!, ¡¡»Compromiso»!!
Y aquí sí me he detenido un rato largo… Creo que repelo al amor como esa gota de jabón en medio de un charco de grasa… Tengo miedo al compromiso. Temo comprometerme. Mucho.
Andaba contándoselo a un amigo y me miraba ojiplático. ¿Qué dices? ¿Tú? Creo que no me entendió en absoluto. Yo le explicaba que por eso me fijo en expertos en salir corriendo, da lo mismo que lleven zapatillas con suela de gel, o sean cojos, ellos corren y así me evitan a mí tener que despeinarme.
Tengo miedo al compromiso porque soy de las que me comprometo. Me implico emocionalmente y me comprometo. Conmigo misma y con los demás. Y para añadir carga al asunto, soy de las que no dejo de amar. Una vez que alguien entra en mi mundo, pese a que no mantenga relación ni trato, sigo amando aquello que fue, en el sentido de que cuido de no romperlo o ensuciarlo con el presente. Para mí, toda persona es un ¡gracias! porque vino a darme una lección que yo debía aprender para convertirme en la mujer que hoy soy.
Y con estos antecedentes, va el amor flotando por ahí en el aire… y no me alcanza. Me lanza cuerdas… y no me atrapa. El amor me persigue y yo… Venga, amor, aquí me tienes parada, muéstrame lo que tengas que mostrarme, de verdad, que te miro, te escucho y te leo 😉