El amor correspondido

Uno siempre quiere regresar allí a donde una vez fue feliz. Y es por eso que no cerramos puertas a amores pasados… que ya no aportan felicidad. Y nos enganchamos en relaciones que de sobra conocemos los resultados… y no se llaman felicidad.

Aún así… queremos revivir una experiencia pasada en vez de construir una presente. ¡Sí podemos! Todas las personas traemos a este mundo la capacidad de amar y ser amado. No ha de pedirse, ganarse, ni hacer méritos. Esa capacidad de dar y recibir la tenemos, no se pierde, tan solo falta ponerla en marcha a diario.

Pagar con lágrimas, sacrificios y renuncias propias para que nos pasen de vez en cuando la mano por nuestro lomo es la mayor prueba de desamor hacia nosotros mismos.

¿Quién va a querer a quien se niega y por ende, niega al otro? ¿Compartirías tu mayor tesoro con quien le deslumbra tanto el oro que le deja ciego? ¿Te mostrarías vulnerable ante quien tiene tantos miedos que sale huyendo de su propia sombra? ¿Entregarías tu alma a un bello cuerpo vacío e indolente? ¿Te darías a alguien que no se respeta y todo le vale? ¿Amarías a alguien así?

El amor de pareja, el amor romántico, ha de ser correspondido. Si tú das, te has de dar y la forma de darte es recibiendo del otro. No hay nada meritorio, ni generoso, ni grande, ni bondadoso en negarte el amor que te mereces.

Todas las personas que dan más de lo que reciben y toman conciencia de ello, lo hacen desde un lugar que no es el amor.

El amor fluye, impregna los elementos y los hace resonar en la misma sintonía de equilibrio, igualdad, abundancia y proporcionalidad. Cuando esto se rompe es porque el amor ha dejado paso al reclamo de reconocimiento, aprobación, suficiencia, valía, prepotencia, soberbia, resignación o devolución.

Y da lo mismo que saque toda la batería de bibliografía que lo avale o te pase los resultados de mi experiencia en cursos y talleres acerca del amor y de la pareja a los que asisto e imparto, porque en verdad hablo acerca de mi propia vivencia. Y esto, querido, es incuestionable.

Lo he sentido en mis carnes, en mis emociones, en mis pensamientos y en mis actos. Una y otra vez que tropiezo con ello la lectura es la misma: si yo me amo, doy amor desinteresado y lo recibo. Si no lo recibo… Si siembro deudas de entregas que luego pretendo recoger… Me miro dentro y me descubro.

Así que cuando nos sorprendamos mirando afuera y suspirando por un amor correspondido, deberíamos preguntarnos: ¿Cómo voy a entregar algo de lo que carezco y que en el fondo estoy reclamando que me dé el otro?

Con el barro de amor que he ido amasando con los años, construyo mis obras. A veces he logrado reinos fértiles y preciosos y cuando ya parecían fortalezas… los arraso, los hundo, los destruyo… Nadie más salvo yo misma hace estas cosas. También he construido castillos en el aire, e incluso he intentado levantar muros y paredes con fina arena. Porque esa tierra es el amor que me doy y me permito y por el camino, se me olvida, se transforma, se muda.

Hace mucho tiempo que no vivo el amor correspondido. Por más o por menos o por nada, hace mucho tiempo que no vivo el amor correspondido. Y todo es maravilloso y perfecto, porque antes de salir a la calle a relacionarse con los demás, uno ha de aprender a relacionarse con uno mismo. Y tras cada relación uno ha de curarse, cicatrizar heridas, aceptar y perdonarse. Y perdonar.

Hay cadencias precisas para doler, para hacer duelos. Porque esas ausencias y omisiones solo están en nosotros y los demás tan solo nos lo hacen ver para que aprendamos. La lección es el amor. El amor propio no precisa tener razón, ni cosechar éxitos, ni amasar riquezas, ni deslumbrar por conocimientos, ni séquito, ni reservarse solo para sí, ni sobresalir de los demás, ni utilizar manos, cuerpos, gozos ni ilusiones ajenas.

Cuando escucho frases: «Me siento solo«, «Estoy mejor solo«, «Tengo miedo a comprometerme«, «El amor duele«, «No soporto otro rechazo«, «No volveré a encontrar a nadie como…«, «Hay muy poca gente que merezca la pena«, etc. En verdad hablan de ellos. Hablan de que no saben estarse, de que no se soportan, de que no ponen límites, de que se hieren y castigan, de que no se han encontrado…

Pierden la esperanza en un mañana donde la confianza en el ser humano y en ellos debería de ser plena.

El círculo no se completará, algo saldrá a la inversa si no empezamos por darnos a nosotros la oportunidad, el espacio, el momento y la amorosa manera. Inevitable será apartarse, dejar pasar, salir, no consentir… lo que no es amor hacia uno. Será un filtro magnífico que purificará el ambiente en el que decidamos estar y dejarnos ser.

Y después devolverlo al mundo, entregarte completo al otro, no desde la necesidad, la urgencia, el vacío y la exigencia, sino desde la razón sin causa, desde el fruto sin interés.

Y después… Después no tenemos más que sentarnos desnudos con los ojos cerrados, los brazos abiertos y disfrutar de sentir los cálidos rayos de sol…

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