De oportunidades (perdidas) está el mundo (demasiado) lleno

Se ve con excesiva lupa en los demás y con una galopante miopía en uno mismo. ¿Cómo es posible que no vea que…? ¿No se da cuenta de…? ¿Cómo dejó pasar…? Resulta fácil ver los defectos del barrido desde la lejanía, mas cuando uno está encima de la faena se nos escapan hasta nuestras propias huellas.

Aún así, voy a tomarme la osadía de hablar de oportunidades perdidas, a riesgo luego de tener que leer mis propias palabras…

Se dice que sólo los que ya han cruzado ciertas barreras o metas, se dan cuenta. La naturaleza nos arrastra por la vida para extraer su enigmático único fin de nosotros y cuando parece que conseguimos descifrar las instrucciones ¡nos cambia de juego! Ahí reside para mí la clave de nuestra ceguera para detectar oportunidades del presente y no tener que ir leyendo siempre marcha atrás.

Nacemos sin enterarnos de los símbolos o signos de lectura, y luego, poco a poco, vamos comenzando a leer para posteriormente entender lo que leemos. Lo hacemos con lo que han escrito otros: los papás, los cuentos, la seño, los medios de comunicación… Al menos a mí me enseñaron así a leer.

No diré que sólo mi madre sabía lo que me costó y cuánto lo aborrecía, porque el resto de mi familia y mi profe también me sufrieron, pero supongo que sería sobre los 4 años, y aún me acuerdo de memorizar la hoja de la cartilla con tal de que me dejaran en paz, sin haber entendido el intríngulis ese de que cambiando una vocal, la «m» te decía tontadas (mi mamá me mima) sobre una imaginaria progenitora, porque yo no sentía que me amara la mía en esos momentos que me obligaba a leer.

Así que en esa etapa de pequeño todo es mirar a los mayores, querer crecer para hacer todas esas cosas que los demás pueden hacer y tú ni piensas que son oportunidades, tan sólo vives el presente y lees con dificultad o con facilidad, pero cosas sencillas, cuentos de otros escritos por otros. ¿Que tienes oportunidades? Significa conveniencias de tiempo y de lugar. Es una palabra polisílaba y llana; es un sustantivo, abstracto, común, individual, femenino, plural…

Llega «esplendor en la hierba» y ahora sí leemos más rápido y con mayor soltura, mas… ¡ay! sólo leemos lo que nos interesa… ¿Oportunidades? se presentan, las tiro, no lo son, me equivoco, vuelven, las aprovecho, las tomo, las dejo pasar, me las guardo, las desprecio y así en un continuo fluir. Es una etapa que parece que no se va a acabar. ¿Que mire para cuándo qué? ¿Que estoy perdiendo qué?

Pasado esto empezamos a leer con mayor detenimiento. Ya no nos conformamos con cualquier escrito que se nos ponga por delante, escogemos nuestras lecturas y descubrimos que nosotros también tenemos cosas que contar. No hablo de ser escritores de profesión, pero sí «escribanos» como  leí en un artículo muy recomendable de Eliane Brum (La delicadeza de las cosas). Hablo de convertirnos en autores de nuestras propias lecturas y ahí es donde las oportunidades nos aparecen resonantes, rotundas, recias, reales…

Ahora sí somos capaces de verlas, mas no siempre de mirarlas. Sí somos capaces de cogerlas, mas no siempre de retenerlas. Ahora sí somos capaces de verlas… ahora sí somos capaces de perderlas…

Ahora las páginas pasan a una velocidad vertiginosa en unos capítulos y en otros se detiene que parece que no avance. Tiro el libro, cojo otro… No, mejor empiezo tres y así cuando me canso de uno ya tengo el repuesto inmediato. No, no, si cojo un libro hasta que no lo acabe no empiezo otro. Quizá me desmotive por el camino y nunca más lea, pero… Bueno, pues descarto según se me atragante, el caso es leer ¿no? Pero si escojo uno, no puedo leerme a los demás. Venga pues empiezo por dos, o uno lo leo y otro lo tengo comprado…

Para cada lector y escribano habrá un método o varios. Recuerdo una persona «muy leída» que llegó a confesarme que era incapaz de disfrutar con una novela desde que había descubierto la física cuántica que él entendía como filosofía pura. Si es que cada vez que tan sólo hojeo algo diferente me digo: «estoy perdiendo el tiempo para leer lo que verdaderamente es importante». Ciertamente me impresionó esa postura. Y más todavía cuando al cabo de unos años me dijo que leer le había restado tiempo para otras cosas, que había perdido oportunidades…

¡Oportunidades hay! pero tengo que soltar otra…

¡Oportunidades hay! pero pesa, quema, duele…

¡Oportunidades hay! pero no es para mí…

¡Oportunidades hay! si yo tuviera…

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No sé qué habrá en la siguiente etapa, sin embargo me la puedo imaginar, me basta con leer a los demás y ponerme a escribir… con mayor detenimiento. No siempre somos oportunos, no siempre las cosas llegan a perfecto encaje, las velocidades cambian, el ritmo varía de verso a prosa, el tema de ensayo a biografía, la perspectiva de tercera a primera persona… A veces perdemos un libro y lo encontramos al día siguiente y ya no lo queremos, o necesitamos varias lecturas. A veces leemos sin sentirlo interiormente o escribimos al dictado de los demás.

¿Qué hacemos con lo que se nos escapa, perdemos o no vemos? ¿Qué hacemos para que no se nos pase la próxima vez? ¿Qué hacemos para forjar una oportunidad? La vida es cambiante, luego los tiempos, intereses o conveniencias también lo son… ¿Qué hacemos? Algo así como aprovechar el momento de lectura presente como una oportunidad en sí…