Cuál es mi talento, mi contribución

Es la pregunta que constantemente está en el aire: ¿cuál es mi aportación a este mundo? Ha pasado de murmullo a clamor multitudinario. Se lee en las redes, se comenta en conversaciones, se intenta averiguar en entrevistas de trabajo, se aprecia en Linkedin, se constata en algunos, se cuestiona uno mismo permanentemente… ¿Para qué sirvo? ¿Cuál es mi talento? ¿Qué puedo yo aportar al mundo?

El resurgir de la marca personal es constante. Y digo resurgir, porque la marca personal ha estado ahí siempre. Se ponían diferentes nombres: habilidosos, expertos, vocacionales, genios… Eran personas que destacaban en lo que hacían, contemplarlos era pura magia, pues en la sencillez con que desplegaban destrezas, aparecía la esencia de su ser.

Conforme hemos podido elegir estudios, formaciones, disciplinas o prácticas, han empezado a aflorar en mayor número esos talentos intuitivos que algunos se permiten desarrollar. ¡Et voilà! empezamos a desarrollar conscientemente la marca personal.

Como formadora y tutora de empleabilidad, observo lo perdidos que se hallan los jóvenes y lo desilusionados que pueden llegar a estar los más mayores si no encuentran respuesta a esas preguntas. Pero todo ello es normal.

Las ideas, creencias y pensamientos con los que comienza un joven a andar por la vida, ni siquiera le corresponden, no son suyas. No me voy a extender en las fases del desarrollo del ego, tan solo voy a apuntar, que todo lo que recibimos en la infancia, se almacena y consolida en la mente creando complejos entramados de conceptos y asociaciones de conceptos, que son los que nos acompañarán en nuestro transitar hasta quizá, la muerte. E incluso me atrevería a decir, más allá, pues seguramente lo perpetuamos en nuestra descendencia.

Apenas en fogonazos de consciencia, con esfuerzo y foco, lograremos modificar o trascender ciertas creencias ajenas para conformar unas pocas propias que serán más acordes a nuestro ser.

¿Y qué es nuestro ser? ¿en qué se diferencia de la persona? ¿para qué vivimos?

Ya me gustaría a mí tener respuesta a estas interrogantes, aunque siento que precisamente, por no tenerlo del todo claro, vivo esta experiencia de vida prestada, y no de perpetuo letargo. Me he puesto un poco «hierbas», como dice mi admirado Borja Vilaseca, pero no encuentro otra forma de abordar tan trascendental tema en la vida de las personas. Pues si nos fijamos a nuestro alrededor, descubrir nuestro propósito marcará la diferencia entre una vida carente de sentido o una vida plena con sus luces y sus sombras, pero con significado para uno mismo, y para los demás.

Cuando intento responderme a esa pregunta: ¿qué es el ser?, acudo al inicio de las cosas. Al inicio del humano nos encontramos con un proyecto, con un diseño de futuro, con un esbozo… nos encontramos con una semilla. En esa pequeña y perfecta semilla de humano se contiene el ser que puede llegar a desarrollarse. Más allá del físico (cuerpo o parte material) se contiene su intangible (espíritu, alma o consciencia). Su creación está iniciada por una intención, o dicho de otra forma, por el propósito consciente o inconsciente de sus progenitores. Ambos le revisten de toda la herencia y sabiduría de sus clanes, de sus ancestros.

Esa semilla, habrá que regarla, cuidarla, alimentarla, tratarla, con lo que sus progenitores (o quienes cumplan esas funciones) dispongan en relación con su ambiente, con sus recursos materiales e intelectuales, afectivos, etc. Y así, esa semilla que en su núcleo contiene todo lo necesario para ser, se va recubriendo de capas de educación, de corrección, de imposición, de manipulación, de guía, de filtros, de buenas y malas intenciones… y después se juntan con sus propias capas de experiencias, pensamiento crítico, influencia del entorno…

Esa semilla, en cada una de sus partes sigue conteniendo su esencia, pero ha perdido capacidad para reconocerla, pues ha crecido con millones de accesorios que no distingue si son suyos, prestados o impuestos. Ese ser se muestra al mundo que le rodea de una forma corporal y psíquica determinada, y a esa forma que se muestra, le llamamos persona. (Que viene del latín, y a su vez del griego, que significaba máscara que usaban los actores de teatro para hacer sonar (per sona) lo que la voz no llegaba a transmitir y esas máscara reflejaban muecas coincidentes con emociones fácilmente identificables).

Así podemos concluir, que el ser es la semilla que está destinada a florecer para ofrecer al mundo un determinad fruto, y la persona es la cáscara que en un intento de proteger a la semilla mientras crece, la constriñe y le impide desarrollarse conforme al diseño inicial.

A medida que podamos vislumbrar, hurgando en nuestro interior, destellos de nuestro ser, podremos desprendernos de capas y trozos de coraza que nos permitirán, poco a poco, encontrar nuestra forma. Esto se trabaja con voluntad, con foco, con fisuras, con dejarse quebrar. Todos los procesos de crecimiento que yo he conocido, incluido el mío propio, conllevan una parte de dolor que nos acerca paradójicamente, al bálsamo de la paz interior; pues persona y ser, se funden para actuar al unísono. Estoy describiendo el deseable proceso de branding o marca personal.

Lo que suele acontecer, es que prime la ley del mínimo esfuerzo o de economicidad (que no siempre de eficacia) y nos dejemos llevar por la corriente como seres carentes de visión, de recursos, de atención, de capacidad, de amor propio, de unicidad. Vivimos en sistemas que inventan sus reglas y las integramos como si fueran nuestras. Nos relaja esa apariencia de seguridad que cacarean las masas, también creyentes de la dependencia, del victimismo y de la resignación.

Pasado un tiempo y unas experiencias, si no ponemos en marcha nuestra búsqueda de propósito caeremos, o en el agujero egocentrista de creer que somos un fin en nosotros mismos, y con ello justificamos todo lo que arramblamos a nuestro alrededor (comida, dinero, poder, aplausos, placeres…); o en el agujero fatalista de creer que nada podemos hacer por influir en el mundo porque lo exterior nos es ajeno y estamos separados.

Pues no, no hemos venido a vivir una experiencia premium donde al final te gradúas en felicidad individual. Tampoco a cumplir resignadamente los mandatos imperantes del momento histórico y geográfico al que perteneces. Hemos venido a SERVIR a la humanidad desde nuestra significativa y particular individualidad.

Dejamos de ser un fin para convertirnos en un medio. Ahí radica el trabajo en tu talento, en tu branding, en descubrir tu utilidad, tu servicio para con los demás. Vendrá en forma de profesión (médico, abogado, pintor, camarero, jefe de estado, bombero, entrenador, repartidor), de habilidad (recrear, analizar, organizar, coordinar, divertir, provocar, unir, separar, coser, pegar, limpiar, alimentar, educar) de don (musical, matemático, literario, expresión corporal, lingüístico, social). Dará lo mismo el nombre o categoría que inventemos, dentro de cada uno existe un eco que nos indica nuestro camino a seguir.

Y si es tan sencillo como estar atentos ¿por qué no seguimos ese camino? A ambos lados se sitúa el miedo, las creencias limitantes, el personaje convertido en amo tirano, o el infantil ego aupado al puesto de rey de la casa…

En una sociedad donde solo se premia el resultado (logro) y no el proceso (ensayo y error), se busca el rédito a toda costa, como si las personas fuéramos piezas de una gran fábrica de algunos oligarcas señorones. Si no ganas, si no te contratan, si no consigues clientes, es que tu elección es errónea… Y nos creemos que no tenemos talento, nos negamos y cerramos la puerta a convertirnos en servidores para pasar a ser siervos. Siervos del sistema.

A mí me horrorizan esas ideas tan en boga de que sea el tejido empresarial el que planifique lo que las personas han de escoger para formarse y servir a la maquinaria… Sé que esto parece que sea pensar con «cabeza», pero en verdad es pensar desde un punto de vista económico y productivo. Nos cosifica, nos usa, nos utiliza, nos industrializa.

No debería pensarse en las personas en esos términos. Las personas no producimos, eso lo hacen las máquinas. Las personas transformamos el mundo con nuestras manos, nuestras ideas, nuestro cuerpo, nuestros sentimientos. Con nuestras manos nos unimos en cooperación. Con nuestras ideas imaginamos un mundo mejor y transmitimos conocimiento. Con nuestro cuerpo creamos seres humanos, abrigamos y acariciamos la cáscara del ser. Con nuestros sentimientos comunicamos la gratitud de vivir.

Si olvidamos la grandeza de nuestro potencial, si nos medimos como piezas de una cadena y no como el mejor instrumento para servirnos unos a otros, vagaremos errantes por despachos, oficinas, locales, vehículos, fábricas, torres, campos, salones… con el transcurrir sin sentido de los días, semanas, meses, años… Toda una vida de trabajo, diremos. Y todo un agujero de vacío, sentiremos. Y todo un sistema instaurado previo a nosotros, nos educará para que así lo perpetuemos y rechacemos a quien se cuestione, se salga… Hay quien se ríe, sin pizca de alegría por cierto, de quienes invierten en extraer su esencia desarrollándose interiormente, para luego ponerse al servicio y no a los pies de los demás.

¿Cómo no vamos a estar perdidos? ¿Cómo encontramos nuestro talento? ¿Dónde buscamos nuestro propósito?

PD: En el siguiente post daré algunas pistas. Este se me ha hecho largo. Puedes leer su continuación aquí https://laurasegoviamiranda.com/mi-talento-mi-contribucion/

2 comments

  1. Creo que vivimos para vivir. Que no es poco.

  2. Laura Segovia

    El noble oficio de vivir y dejar vivir…

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