Contra el vicio de pedir…

Constato que tiene muy mala prensa esto de pedir, hasta se considera un vicio y sin embargo, el correlativo del refrán, el no dar, una linda virtud. Pero si no pedimos ¿cómo vamos a obtener lo que queremos? ¡Ay, va! creo que he entrado en el profundo mundo de lo subliminal, de lo implícito, del presentimiento, del deberías saberlo, del ¿cómo no se te ocurre?, ¿no te has dado cuenta que…? O sea, del mundo de la no asertividad.

Es lógico que esto pase, desde niños se nos enseña que pedir es malo, inadecuado, carente de tacto, una muestra de debilidad, una constatación de nuestro egoísmo y mil tontadas más. Quizá es que confundimos pedir con exigir, insistir, exhortar… pero pedir sin más, no es otra cosa que ejercer nuestro derecho a satisfacer nuestras necesidades. Otra cosa será la forma.

«Niño, si me lo pides, te quedas sin ello» ¿Cuántas veces lo hemos oído? «Las niñas buenas no piden, esperan a que se lo den». Se ve que existían ángeles que procesaban los pensamientos y luego los transformaban en acciones. Y si encima se te ocurría pedirlo otra vez, podías recibir un castigo o bronca por ser… Llegamos a la terrible conclusión de que no se deben pedir las cosas y mucho menos insistir.

Entonces creces y el mensaje se transforma y resulta desconcertante: ¿Cómo quieres conseguir algo si no lo pides? Pero… ¿pero no se trataba de no pedir, de no molestar, de no parecer un…? ¡Ah, vale! ahora sí nos lo permiten. Y cuando ya nos ponemos creciditos y pensamos que tenemos derecho a pedir ¡zas! de nuevo te lo quitan, pero a la inversa: No hace falta que te pida las cosas, tú deberías de saberlo sin que te lo diga… Aquí podemos morirnos en el debate de los juegos de pareja, y digo juegos por llamarlos de alguna manera. Él debería saber que yo quería… Ella me conoce y sabe que yo esperaba… No hace falta que le diga… Está claro que aprendieron muy bien el discurso de niños, tanto para no pedir, como para esperar encima que los demás lean las mentes.

Este constante vaivén reconozco que altera bastante la paciencia y entonces ya pides de malas maneras y exiges a los demás que se callen, debe ser por eso. Así que deberíamos atajar el mal de raíz, deberíamos educar en pedir las cosas adecuadamente, no en dejar de hacerlo. Reconozco que lleva más trabajo, pues no dejas de escuchar: quiero, me gusta, ¿cuándo me compras?, necesito… Y siempre está el melodramático: es imprescindible que, no puedo estar sin, etc.

¿Cuántas cosas hemos perdido por no pedirlas? Siempre pensando en los noes, en los rechazos, en las supuestas respuestas, cuando a veces es tan sencillo como explicitar nuestros deseos. ¿Quién dijo que no teníamos que satisfacer nuestras necesidades? ¿Quién dijo que nuestros intereses valen menos que los de los demás? Alguna vez escuché que todo se reduce a un único miedo: el miedo al rechazo. Quizá sea éste el que nos bloquea para pedir las cosas.

Recado de la foto: «Necesito lila – amarillo y rojo de gomas» «¡Qué barbaridad! siempre pidiendo, siempre pidiendo…»