Con educación, por favor.

No me llama la atención su abundancia, sino su carencia. La educación es como la sal de la vida, si te falta, ya puedes haber hecho maravillas en la cocina, la comida no estará nunca en su punto. El que haya gente que nunca la recibió y se escude en los «nuevos tiempos» (ya no son tan nuevos porque lo llevo escuchando como cosa de 20 años atrás) para no transmitir ni hacer lo que no saben, no le sirve al que se cruzó por la calle conmigo el pasado día.  Para éste, los nuevos tiempos se los tropezó un poco talludito.

Íbamos por la misma acera, el sujeto y una acompañante y ya me parecía extraño que aunque ella no llevara pañuelo sobre la cabeza, le siguiera como tres pasos detrás mientras él hablaba como hacia el tendido. Pensé al principio que quizá estuvieran de uñas y por eso se distanciaban, pero entonces me fijé que ella hacía esfuerzos por alcanzar su paso y escuchar algo de la supuesta cordial disertación, pero él seguía a lo suyo…

¿A que me pisa? ¿a que me pisa y todo el brabucón éste? Pues faltó un poco, si no es porque retiré mi pie de debajo del suyo. Se ve que divisó la puerta del restaurante que iba buscando y sin preocuparse de más, gira noventa grados y cruza mi paso. No era despiste, ni mucho menos, que ya me conozco yo ese estado que practico demasiado a menudo, el patán es que se sabía bien pertrechado con su panza, sus barcas de pies y su porte chulesco mal enmascarado en ropa cara. Ni me molesté en decirle nada, no creo que habláramos el mismo idioma pese a compartir la lengua, además de pararme la cara de «discúlpalo como yo lo hago» que me puso la mujer.

No obstante, como estaba ya intrigada en ver si ganaba mi autoapuesta, fingiendo que me interesaba algo del escaparate, me detuve a esperar: No falla, los patanes se delatan en todos los detalles existentes. Abre la puerta con alegría e ímpetu, entra y suelta la mano de forma tal, que su acompañante bien podía haber justificado una lesión de nariz así como graves secuelas en su gusto para elegir espécimen humano.

Siempre me había obsesionado la aPtitud: la cultura, la formación, el conocimiento; sin haberme dado cuenta que en realidad lo que apreciaba era la aCtitud: la educación, los modales, la sabiduría. La cultura se adquiere, se cultiva, se mejora, se pule, se persigue, mas la educación… No, ésta mientras no se tiene no puede esconderse, aflora. No puede elegirse a ratos como un libro y cerrarlo; un paso en falso y ya te ha quedado el guiso deslavazado.

Contaba una amiga, harta de no encontrar hombre que cumpla las tres reglas básicas del»agricultor»:

1)que cultive bien el campo (que sea considerado)

2)que sepa qué está cultivando (que no sea un ignorante)

y 3) que are bien la tierra (… pues eso)

que si al final renunciaba a algo, era al conocimiento. —Nena, que no pasa nada, ya le leo yo, si eso… —me decía pícara ante mi risa.

A mí se me quedó grabada un día la imagen en una cafetería cuando veo entrar a un macarra de raza que pasa primero por todas las mesas, elige por unanimidad el sitio sin esperar a su chica y se sienta todo espatarrado demostrando su amplia satisfacción. Me vino la frase «el burro delante para que no se espante» y cada vez que veo a un tío en pantalón de chandal en una cafetería, me siento en la otra punta. Era tan ostensible, no ya la falta de educación, sino todo lo que ello conlleva, que pareciera que llevara un cartel en la frente: «Peligroso para la convivencia social»

Parecerá una tontería o reglas en desuso para quien no las entienda, pero las normas de cortesía van más allá de puros formalismos, delatan la pasta de la que estamos moldeados. Quizá es que llevo arraigado el concepto de Derecho, pero las normas encierran valores que pretenden protegerse por ser beneficiosos para la comunidad y las normas de cortesía también (el respeto, el agradecimiento, la solidaridad, la generosidad, la empatía, etc.) además de acortar la resolución de pequeños conflictos (quién pasa primero ante una puerta, indicación al camarero de que se ha terminado un plato para que nos lo retiren sin interrumpir conversación, orden a la hora de racionar alimentos, etc.)

Por así decir, es como si hubiera unos cuantos (por no decir muchos) que desconocen y no aplican las normas de circulación. Así que ante un semáforo en rojo, se lo saltan y te atropellan; si vienes por su derecha, ellos pasan primero sin dudar; o se cruzan en la calle por delante de uno, sin importar las consecuencias. Imagínate ante un cruce todos los conductores mirándose para ver quien pisa antes el acelerador, o sacando fotos al semáforo en ámbar para hacerse con un objeto de decoración igual en las fiestas de la urba…

No pasa nada si el comensal de tu izquierda te roba torpemente tu pan, se trata de un mal menor, pero el incumplimiento de  ciertas reglas de educación a una determinada edad implica que no te has tomado la molestia de intentar aprender y eso sí me molesta sobremanera. Ya no es la falta de oportunidades en tu casa de haberte formado, es la falta de una actitud personal para superar egoísmos y demás lindezas.

¿Y todo este rollo a qué venía? Ah, sí, a que casi me pisan y aún me duele y en verano uso sandalias…