Amigos de cafés, de cervezas y de viajes

Desde que no espero ni exijo de los amigos que me den más de lo que me dan, soy más feliz, los quiero más y más me reportan. No voy a volver a caer en eso de que un amigo es para toda la vida, que un amigo lo es para todo lo que hagas, se parece a nosotros mismos y que se demuestra en las duras. Unas veces sí, otras veces no.

Tengo amigos desde mi infancia, aunque no son de los asiduos. No me martiriza eso de que no he sabido conservarlos, tampoco ellos a mí. ¡Anda que no he cambiado! Ya no me muerdo las uñas, no pretendo tener siempre la razón, las mascotas se me volvieron animalitos mansos y el helado de fresa dejó de gustarme. Pienso que en materia de necesidades afectivas, intelectuales y sociales he cambiado también. Al fin y al cabo los amigos vienen a satisfacernos esas necesidades y simplemente hay gente que ya no me aporta nada, ni yo a ellos. Queda la morriña de lo que fue y no es. También he recogido por la vida personas que me llenan hasta decir basta y… puedo decir que no llevamos ni dos años inmersos en este idilio amistoso.

Lo de que un amigo se demuestra en las duras sí que lo he desterrado del todo como argumento contrastable. Es más, me parece relativamente fácil sentir lástima o piedad y arremangarse por los demás. Lo vemos a diario, hay gente que se toma muchas molestias en ayudar a personas que ni conoce ni siente estima, les puede guiar la solidaridad, la generosidad o la empatía, pero no la amistad. Mas alegrarse de la felicidad ajena… Y encima cuando no lo somos, o hemos tenido un mal día, no tenemos perro que nos ladre, no ganamos lo que creemos que merecemos, no tenemos los hijos que quisimos o estamos en un momento de esos de bajón cuesta abajo y sin frenos. Alegrarse sinceramente por la felicidad de un amigo requiere amor. Ni lástima, ni piedad, ni compasión ni alma samaritana que valga.

¡Oh! eso sí, tengo un par de amigas tan pasadas de tuerca como yo y disfruto mucho con ellas. Mas nos sabemos de poco abusar, a bajas dosis somos medicina, un empacho puede ser mortal. Si tuviera que aguantar una tía como yo todo el día todos los días, me voy de refugiada a Noruega. Me resulta más llevadera la gente que me complementa, me para, me empuja, me trastoca o simplemente me coge la mano y me hace callar. Ya que a los amigos, a diferencia de la familia, los vecinos y los compis de curro, los elegimos voluntariamente, pues procuro seleccionarlos. Venga, va, me reconozco la típica gasta-bolsitas que en la tienda de chuches y frutos secos se coge una de aquí, un puñadito de allá, tres de acullá… No haciéndolo adrede en mi saco de amigos los tengo de todos los colores, sabores y formas.

También aprendí que hay diferentes tipos de amigos:

Amigos de cafés que te levantan de donde te cayeras. Que te dicen las verdades, que te acompañan a casa y aunque no te regalen todo su tiempo, te hacen el hueco estrella. Amigos que te aguantan tal cual eres, se ríen contigo, comparten alegrías y te restriegan sus dedos cuando el maquillaje se te ha corrido por las lágrimas. Esos que no esperan casi ni un saludo estándar para hacer ambiente y van directos al grano. Esos que terminas enfadados y te llaman al ratito para decirte que todavía te odian pero que te ves mañana a las ocho como si nada.

Amigos de cervezas que hacen jaleo en tu vida. Amigos que te arrastran a la pista de baile, amigos que te achuchan en días de frío, que se ofrecen antes de que tú se lo pidas. Son amigos que te aportan cosas nuevas, que cuentan contigo porque les gustas y te sabes querido. Hay tiempo y dedicación recíprocos y correspondidos. Saben la edad de tu hijos, se compadecen de ti cuando acudes a eventos de compromiso después de una resaca. En definitiva te alegran la vida. Duran lo que dura la espuma de cerveza, tres meses o tres décadas, da igual, «que te quiten lo bailao«.

Amigos de viaje, que se van y vienen, pero que siempre estarán en ti. Amigos que te hicieron crecer, que te amargaron la vida. Amigos que nunca olvidarás, amigos que no quieres recordar. Son los necesarios, los convenientes para lo malo y para lo bueno. Puedes tener mil intereses para mantenerlos, o un sólo afecto que merezca la pena. Son los que te inventaste y los que conocerás. Da lo mismo que sea real o tú lo sientas así. Malas compañías que te llevan a lo mejor. Los más íntimos que ya ni los conoces. Sé que es una categoría complicada, pero yo la tengo desde que me estoy descubriendo así.

Luego están las categorías especiales, que llamo yo: mi hermana, porque no lo es sólo por sangre, es por voluntaria búsqueda; un desconocido que a veces se me torna yo; y mi amor, porque amor que no es mejor amigo, ni es amor ni es amigo.

Y por último aprendí a aceptarlos tal cual. No se me ocurre pensar que puedo reclamar en nombre de la amistad y abusando de ello que en todo me comprendan, me sigan o estén ahí porque yo lo espere de ellos. No cuestiono su fidelidad porque se hagan más amigos, no dudo de su integridad si un día cambian de opinión, no les reprocho que le pedí la mano y la tenían ocupada, ni les asigno atributos que fijaría en un tuit a todo color «el buen amigo hace, dice…». Sé lo que son, me gustan, los quiero y no los juzgo, los padezco y los disfruto.

Para terminar y para que me sirva este post por si alguno de mis amigos me lee: No me llames para ir a regar tus plantas cuando estés fuera, no entro en esa categoría…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *