Alentar los cambios y luego no permitirlos

Somos pura contradicción. Vivimos en tiempos donde se anuncia a bombo y platillo que lo más valorado es nuestra capacidad de adaptación al cambio, pero en cuanto se te ocurre hacerlo, te llueven collejas por doquier. Y eso de decir que es la capacidad más valorada, como si se tratara de una tendencia novedosa… Ya estoy viendo a los antropólogos y biólogos deprimidos llorando por las esquinas sus derramados inútiles pregones por el desierto. Por consolarlos, no más, les diría que en verdad se refieren a que esta capacidad actualmente se pone a prueba casi todos los días y en siglos pasados teníamos períodos más largos de tregua. Exceptuando cataclismos, guerras, pandemias… ¿Te suena?

No se me ocurre hoy día un entorno donde la gestión del cambio no sea el factor más decisivo para sobrevivir. Ni siquiera diré para conseguir las metas que te propongas, pues seguramente tus metas hayan cambiado al tiempo que vas hacia ellas. En el hogar, en la forma de relacionarte, en tu patrimonio, en el ocio y en el trabajo. Estamos constantemente y a diario ante retos que exigen nuestra urgente habilidad para adaptarnos con rapidez, ¡ah! y con una sonrisa.

Por naturaleza podríamos decir que hay dos patrones de comportamiento que vienen en el software de las personas por defecto, que a unos les hace reaccionar con prontitud y motivación, aunque se metan en charcos de los que luego salen embarrados; y a otros les lleva un sobreesfuerzo inicial salir de la parálisis, del que luego suelen salir airosos porque tuvieron tiempo de agarrarse unas botas por si.

A los primeros los auspician a los cielos enseguida y si se vienen arriba, son capaces de contar sus batallitas en librillos de esperas donde la wifi no va, luciendo hermosos en las portadas sin apenas haberse despeinado por la alta velocidad alcanzando en la carrera a su propio ego, que está en la cola del paro todo enfurruñado por competencia desleal.

A los segundos los señalan con segundas del tipo: «Aquí huele a muerto», esperando que se vuelvan espitosos ante tal muestra de empatía y sabia motivación… Y cuando, de entre un mundo de ciegos sale un tuerto y quiere pasar de pantalla, le llueven las «terceras»: «Pero ¿dónde vas? si eso es muy difícil, si casi nadie lo consigue, si ya está inventado, si costará mucho, ¿y si te equivocas?» y queda de nuevo paralizado en un mar de dudas.

Todos en general somos resistentes al cambio. Y el que diga que no, es que su cerebro está mal diseñado, que reclame a la casa. Esto es fantástico, pues nos permite lo mejor que tenemos los humanos, la automatización de gestos y acciones que forjan hábitos. Y estos hábitos optimizan tiempo, procesos y recursos. Y como somos así de estupendos y los niños bonitos de la actual creación de nuestro conocido Universo, también somos los que tenemos una capacidad de adaptarnos a nuestro entorno y a los cambios a los que este nos somete, impresionante. ¿O acaso no veis que en Groenlandia solo viven los bichos que no saben salir de allí y los humanos metidos en cubitos de casas redonditas hechas de hielo? Hay otros portentosos superhumanos que suben y bajan de altas montañas como si fueran urbanitas en ergonómicas escaleras mecánicas de modernos centros comerciales.

O sea, sí que estamos preparados para adaptarnos a los cambios, aunque no fluimos como el agua. Es más, una vez que se nos ocurre con empeño y fatiga abrirnos a nuevas posibilidades y nuevos aprendizajes, notamos como los demás se bloquean ante nuestros resultados. ¿Y esto por qué? Porque nos gusta lo predecible, lo seguro, lo esperado, lo convenido conforme a nuestras expectativas. Nos resulta cómodo, nos movemos en: te comportas así, eres mi amigo. Te comportas diferente: «no te conozco», «tú no eres así», «me sorprendes». Si nunca os han reprochado estas cosas, hacéoslo mirar, no estáis avanzando en la vida.

Y ojo, no es que los demás sean desagradables adrede, seguro que también vosotros lo habéis proferido alguna vez o quizá, seguramente es que habéis entrado en el maravilloso mundo de la asertividad y se os ha ocurrido actuar conforme a vuestros criterios, sin esperar aprobación de los demás por ello… ¡Osados! ¡Egoístas! ¡Mentecatos!

¿O acaso te atreviste a adentrarte en el país de las iniciativas? ¡No, no me digas más! ¡Insensible! ¡Oportunista!

Te acercaste al reino del cuestionamiento… del cambio de creencia… ¡Iluso! ¡Prepotente!

Nunca llegues al Imperio del coraje de vivir tu propia vida… Serás desterrado de convenciones sociales que te esclavizarán con fuertes argollas de clichés de oro, con dinero, criptomonedas, aplausos, méritos académicos, premios artísticos a la mejor madre/padre del cole, al poderoso empresario, al influencer del rebaño, al creador de contenido de lobbies… O acaso recibirás la maldición de que quien bien te quiere te retire su amor incondicional si no te comportas como a esa persona le conviene que lo hagas. Fíjate, con lo muchísimo que te amaba y lo estupendas que eran sus atenciones. Hombre, un detallito sin importancia que no te aceptara tal cual eres, tan solo porque no seguías sus planes… Detallitos.

  • Claro que se puede cambiar. Pagando el peaje de soltar lo que fuiste y abrir las manos para abrazar lo que venga.
  • Claro que podemos cultivar la iniciativa y adelantarnos o incluso propiciar los cambios. En tu puesto solitario frente a la inmensidad.
  • Claro que podemos pese a la inicial resistencia al cambio, responder inteligentemente a las circunstancias. Pero no te pases de frenada o serás amonestado en caso de que no te salga a la primera y falles.
  • Claro que puedes quejarte y revolcarte por el camino mientras te arrastran los demás al cambio que hacen y que tú ni pediste, ni diseñaste, y es más, estás totalmente en contra. Coge turno, que hay cola.

En cuestión de cambios, en verdad, pongas como te pongas vas a ir a parar a la casilla de salida/meta que te corresponde: tomar consciencia de que nada controlas, la constante es el cambio y tan solo dispones de una porción ínfima de libertad consistente en escoger la actitud con la que te enfrentas a ello.

Cuando me embarga la angustia de la incertidumbre, me consuela ahondar en este pensamiento que te acabo de compartir. Y si me siento estancada en mi comodidad, ya no me machaco. He dejado de forzar acciones fingiendo lo que no quiero hacer. Disfruto de esas etapas que me llevan lento y placentero a conocer lugares y personas que de otra manera, no me tomaría la molestia de recrearme en conocer. Al tiempo me recargo y cuando me rebosa la energía, las ganas y el coraje, tomo impulso para correr alegre y veloz, alcanzar el tren y me da hasta para tomar de la mano a otros que me encuentro para auparles.

No obstante, hay señales de ritmos y pausas que pueden ser detectadas si estás atento y preparado para ello. También puedes disponer de herramientas que te acompañen en esos procesos en una mayor o menor armonía. Pero para ambas cosas precisas o estar excesivamente incómodo, o excesivamente motivado. Si no has llegado a lo primero, ni lo intentes, ya lo sabrás cuando llegue el momento. Si has llegado a lo segundo, estás ya en la acción.

Así que no te preocupes por tu resistencia al cambio, por tu pasividad, tu reactividad o proactividad. Ocúpate de vivir el momento presente con la mayor consciencia de ti y de tu entorno y fluye…

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