Semana 2-Origen de una novela

Nunca me había planteado antes qué le había llevado a un escritor a escoger la historia. Luego en las entrevistas te cuentan (los vivos) qué pajas mentales se hicieron, pero de «los otros» ni lo sabes y los que te lo cuentan… ¡vaya usted a saber!

Parece claro en una biografía: sus ganas de inmortalizarse; pero en las demás, incluso en las novelas históricas, pensé que se inspirarían en uno de tantos detalles que tiene la vulgar vida. Pues como a mí me pasaba. De cría me recuerdo que de por cualquier nadería se me ocurrían otras mil naderías más. Llegué a pensar que eso es lo normal, que eso lo que le pasa a todo el mundo. Es más, me parecía tan fascinante lo que se me ocurría, que supuse que así todas las personas hacían.

Por ejemplo, ves a alguien que pasa por tu lado en la calle y le imaginas una personalidad, el acontecimiento que le ha hecho llegar a ese lugar y ese momento en el que tú te lo cruzas como espectador y te empiezas a montar la película que quieras: resulta que viene de casa de su amigo, sin que él todavía haya descubierto que en realidad le ha vendido frente a… y sin embargo él iba a proponerle que… y sigo imaginando desenlaces porque ya sé en la cabeza lo chulo que quedaría que le pasara tal cosa y tal otra.

Me hago preguntas ¿qué haría? y así empizo hasta que se para por otro pensamiento o a veces me intriga tanto esa persona (bueno, el personaje que me he inventado) que me sorprendo tomando mis tostadas con sus problemas o hablándole mientras mi pelo me dice que de tanto enjuague en la ducha voy a tener que volver a aplicarme crema. Entonces los dejo ahí en pleno careo y retomo situación cuando vuelvo a tener otro rato. Esto me puede durar dos telediarios o varios meses.

Si me parece digno de desarrollo, que generalmente me pasa cuando necesito perspectiva sobre un hecho que creía tenerlo claro, es cuando me pongo a escribir, para darme argumentos y rebatirlos. Pues bien, antes de prestarle atención concreta y plasmarlos por escrito, cierto día de hace años comentando con una amiga un nudo gordiano donde me metí y precisaba otro punto de vista para resolver, le dije:

—Pues eso, que ahora estoy en una encrucijada y todo porque cuando te montas tus diálogos y te pones ahí (…)

—No sé que me dices —me interrumpe.

—Sí, cuando te imaginas una historia y estás en pleno desenlace; cuando nos montamos nuestras películas —le insisto ante su cara de desconcierto.

—Que no, que a mí eso no me pasa —me dice seria.

¡Ups! cuando ya hice la prueba con varias y sólo coincidí con otra como yo, me empecé a mosquear: a ver si soy de las raritas que en vez de escuchar voces como una enfermedad reconocida soy de las que proporciona los guiones… A ver si es otro estadio de ese trastorno, pero no hago daño a nadie y si a mí me sirve…

Así que una vez aceptado que o por evasión, talento, defecto, tara sin diagnosticar o peculiaridad, esto de visualizar escenas, inventar antecedentes y dejar que tus locuras fluyan sin ponerle límites lo podía plasmar en una novela, como que me vino bien. De esa manera surgió incluso el nombre de «mi Elena», se convirtió en un personaje recurrente en mi mente. Después me ha pasado con otras y otros, así que no puedo decir que esta novela innominada haya nacido de un hecho trascendental o una experiencia vital.

Me rondaba un tema, una pregunta… Seguramente sea verdad lo que le escuché a Carmen Posadas en una Cata Literaria que todas las novelas responden a una pregunta inicial: ¿qué pasaría si…? Y las temáticas giran en torno a dos grandes universales: La Cenicienta y El Conde de Montecristo. Igual dijo alguna más, pero yo me quedé con esto y con una teoría que me creé. Todas, absolutamente todas las temáticas giran en torno a la mayor fuerza que mueve al mundo: el amor.

De ahí, del amor propio o del amor por los demás surgen todos los derivados para protegerlo, para ensalzarlo, denostarlo o compartirlo: la ira, el miedo, la alegría, la venganza, los celos, la compasión, la gula, la envidia, la traición… Es decir, para mí las novelas tratan una emoción central y sobre ella pivotan el resto de emociones y sus consecuentes conductas. El gran maestro era Shakespeare, un genio en el tratamiento de la naturaleza humana.

Ahora ya sabes que mi novela responde a un interrogante concreto, aunque no puedo desvelártelo porque eso en concreto conforma la trama de la historia. Yo me tomo la novela como un género literario que de manera liviana ensaya con un tema de interés para el lector. Como escritora me limito a poner los ingredientes para cocer un plato que el lector degustará.

¿Alguna pista? Pues… digamos que gira en torno a la pregunta de ¿qué pasaría si…? Le creo un contexto, del que me siento más cómoda hablando desde la contemporaneidad. Del concepto abstracto de la pregunta inicial paso a la concreción a través de la creación de uno o varios personajes y finalmente le doy forma con diálogos, descripciones y uso de recursos literarios, de manera intuitiva a veces y de manera estudiada otras.

Esa sería la chispa que lo enciende, la necesidad que tengo de darme respuesta a un interrogante principal. Lo que pasa es que inmediatamente esa chispa genera su propio mundo y entonces me veo en el mejor papel que me he encontrado jamás: jugando a ser Dios.

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