Semana 1- Crónica de una novela

¿Cómo compaginar un blog de historias con la escritura de una novela?

Lo hubiera dejado así como una llamada de auxilio, una pregunta sin respuesta, una exclamación de impotencia o un solitario post de los míos que aunque los encajo en categorías no consigo encasillarlos. Igual es que como soy su madre, a cada uno lo veo especial y no soy capaz de ponerlos en apartados: paranoias, ensayos, diálogos internos en voz alta, insomnios, tozudeces, copias mejoradas, gritos silenciosos, días de hormonas, digestiones pesadas…

Pero te voy a contar mi desesperación: te quiero, pero no puedo seguir contigo ¿se entiende?

Eso, nada más ni nada menos que me ha pasado lo que me tenía que pasar, lo que supe desde mi primer artículo de ¡Gracias! Me ha pasado lo que le pasa a casi todo el mundo de una manera o de otra  transcurrido un año o año y medio de su apertura de blog. Esto es una profesión en sí misma, con sus reglas de juego, su dedicación, su responsabilidad, su clientela, sus innovaciones, su saturación…

No, no es que no me queden temas, los tengo ahí haciendo cola, no. El caso es que me encanta escribir, no me cuesta y cada día, gracias a tener el blog tengo ya callo, hábito, trucos, recursos… Voy a volver a formular la pregunta:

¿Cómo no ahogarme con un blog, una novela y una vida?

Y no es sólo una cuestión de tiempo, que también. Soy una adicta al trabajo, a las palomitas y frutos secos en demasía, pero al trabajo, en desmesura. Me refiero al trabajo que me gusta: interactuar con los demás en ponencias y clases y mi trabajo estrella, escribir. Lo de preparar programas, enviar propuestas, realizar llamadas, rellenar facturas, corregir tabulaciones de textos… pues como que no, pero como cargas necesarias, pues las arrastro más o menos mal.

Pero escribir es ya exagerado, dejo de hacerlo normalmente porque me encierro tanto en mí misma que mi homeostasis ha aprendido la manera de llamarme la atención vía Apple: acabando las baterías de mis auxiliares. Buena simbiosis entre naturaleza y tecnología.

No es sólo una cuestión de tiempo, es una cuestión de foco en el proceso creativo.

Al menos a mí me pasa eso, cuando ando concentrada en algo no me queda más espacio que para cuatro o cinco cosas, entre las que tengo que incluir comer, dormir y alguna otra terminada en «ar» (trabajar, listo, trabajar) Así que entre esto de escribir post gratis que no te sacan de pobre y escribir novela que te empobrece aún más, voy apañada.

Optimizar todavía más los tiempos muertos para alimentar a la bestia (mi blog) me trae loca. Por ahí voy escribiendo en esperas de tranvía, colas de súper, baños de eventos y demás instantes vacíos. A lo mejor cierta gracia de mis artículos esté precisamente en eso, en esa inmediatez, no lo había pensado… El otro día que me quedé sin boli terminé destrozando mi preciado perfilador de labios Dior en el reverso de un sobre de publicidad. ¡Hasta aquí hemos llegado! me dije.

Ni avanzo en mi novela ni atiendo como me gustaría mi blog.

Y no es que no me compense, nada más lejos, cada lector, cada comentario, cada me gusta, cada recomendación, cada retweet, cada estoy, te leo, en plan namasté, de verdad que me llega. Yo creo que por eso no tomo ningún tipo de analgésico desde hace mucho tiempo, encontré mi medicina en ti. No podría dejar de recibir ese feedback inmediato que me proporciona el blog. Me ayuda a mejorar, a superarme, a exigirme… No puedo esperarme a los meses de escribir una novela para recibir el aplauso o el abucheo.

Me malacostumbraron las dos críticas que me busqué en su día con Diálogos con Elena. Me obligaban a escribir hasta un capítulo de 11 páginas promedio cada dos días. Escribía, enviaba, recibía mi dosis, y otra vez a escribir para matar ese mono. Lo he conseguido dominar con el blog, ya que si bien el grueso de las opiniones las recibo ese día de publicación o al siguiente, al publicar en Linkedin y ser esta red más lenta, me deja 4 días más de reflexión.

Pero siento que no tengo la cabeza donde debería. Un amigo al que admiro profesional y personalmente (Fernando Botella) me dijo un día: cualquiera puede escribir un post, una novela, no.

Pero para ello, para «meterme» necesito obsesionarme, hablarme en la ducha, correr por la playa, sentarme en el suelo del dormitorio en un rincón hasta que las piernas se me duermen por la postura. Necesito que se me queme lo que tengo en el fuego, que se me olvide calzarme y darme cuenta en el ascensor, conducir hacia un sitio y terminar en la puerta de tu casa… Necesito obsesionarme en mi historia para escribirla y es triste decirlo, pero últimamente tengo pocos despistes de estos, mala señal.

Bien, y ahora que te he hecho partícipe de mis cuitas ¿qué hago? ¿corto contigo o inventamos algo?

Quien me conoce bien sabe que no suelo tirar la toalla cuando algo quiero, así que la manera de continuar contigo es haciéndote partícipe de mi pasión/obsesión: mi novela. O dicho de otra manera, te contaré su proceso, sus obstáculos, sus avances, sus intríngulis y todo ello sin desvelarte su contenido.

¿Te apetece? Pues lo encontrarás regularmente una vez a la semana en esta categoría inventada: crónica de una novela.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *