¿Qué prefieres, saber la verdad o imaginar tu verdad?

El otro día hablábamos de sinceridad propia, pero ahora le toca el turno a la sinceridad ajena y me preguntaba en qué medida estamos preparados para soportarla. Me he visto muchas veces en la encrucijada de decidir si quería saber algo definitivamente o quedarme con la duda eterna.

Pues dependiendo… según sea el tema… cada circunstancia… Ya sé, no existen verdades absolutas, pero si no tomamos partido por una respuesta, resulta imposible extraer conclusiones. Quizá mi amigo Antonio Luis Gómez prefiere mantener el embrujo que el misterio entraña, pero en este caso andamos envueltos nosotros entre nieblas.

Solía pensar que si algo no sabíamos, nos corroería la incertidumbre y creyendo a pies juntillas el axioma de que la duda mata, buscaba acercarme a la verdad ajena. Pero llegados a esta edad (y algo de conocimiento) me fue revelado un gran secreto humano, porque de divino no tiene nada. Ese gran secreto es que no existe la verdad ni la duda. No existe la duda porque si nuestro cerebro no encuentra coherencia, no encuentra “verdad”, se la inventa. Donde no hallamos respuesta, se la damos inconsciente o conscientemente. “No sé qué pasó” “Ni idea de lo que piensa”, son frases que nos decimos, pero en el fondo tenemos construido una o más historias posibles, es lo que denominamos las presunciones. Empezamos a formular hipótesis y dependiendo de si queremos, venga para los más escépticos diré: o tendemos, a sentirnos mal o bien, le damos una interpretación u otra.

images

Pero aún así, en el fondo sabemos que no tenemos la certeza de lo que piensa el otro y volvemos entonces al principio. ¿Qué prefieres, saber la verdad o imaginar tu verdad?

En el ámbito del trabajo prefiero saber la verdad, prefiero saber si estoy haciendo bien o mal las cosas, dirá la mayoría. ¿Dónde están esas encuestas de calidad voluntarias? ¿Y qué fue de esas supervisiones recibidas de buen grado? ¿Por qué tendemos a rodearnos de gente que nos da la razón? De todas maneras, reconozco que en otros ámbitos de nuestra vida, estamos todavía menos preparados para esa verdad: ojos que no ven, corazón que no siente.

Así que hoy extraje una primera conclusión: somos de carne y hueso y podemos llegar a ser devorados por nosotros mismos. ¿Pero no hablábamos de la sinceridad ajena? No es la verdad del otro la que nos mata, no es la incertidumbre de lo que piensan la que nos corroe, es la certeza de nuestros juicios hacia nosotros mismos lo que nos hace incapaces de soportar la sinceridad.

Quizá por eso se dice que cuanto más ignorante es uno, más feliz se es. Sigo sin respuesta ¿prefiero saber la verdad o imaginármela? Pues mira, si me vas a comentar este artículo, tampoco te lo tomes muy en serio ;·)