Qué fue del cine de Walt Disney?

No sabía que el cine infantil tuviera categorías:

—Está el cine de barrio, ese que para ser molón y parecer moderno, aunque la historia sea la misma de siempre, dejan que los personajes digan alguna palabrota aceptada hoy día por padres molones y modernos.

—Luego tenemos el cine sexista camuflado de buenas intenciones donde la chica lleva pantalones o sabe usar un arco, pero precisa partenaire para validar ciertas acciones.

—El insufrible. No precisa aclaración, quien haya visto las Ardillas Alvin o el Oso Yogui, sabe de qué hablo.

—El cine infantoadulto, ese tan de moda donde niños y padres lo ven al tiempo y cada uno ha visto una peli diferente.

—Y el de ayer: el cine filosófico. Pues a mí Frozen me lo pareció. Dispuesta palomitas en mano a soportar las buenas intenciones de los guionistas que se apiadan de los padres acompañantes, me vi con mi libreta de apuntes tomando notas alumbrándome con el móvil. No es que por lo general no me gusten las pelis de niños, es que como sé que luego las tengo que volver a ver mil o dos mil veces, estoy siguiendo una técnica que consiste en ver las escenas a trozos y sin conexión, para luego mejorar mi habilidad en descifrar las del nuevo 007.

Fueron dos perlas, apenas esbozadas y no desarrolladas, las que me llamaron la atención. La primera fue cuando a una de las niñas le alcanza un rayo de hielo en la cabeza. La llevan a ver a unos trolls para ver si la cosa tenía cura y aquí viene la gran frase: «Menos mal que no ha sido en el corazón, pues sería más difícil de cambiar el hechizo que en la cabeza». Sabia frase, que me trajo enseguida una cita de Mario Benedetti:

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Se supone que, médicamente hablando, una herida en el corazón puede reparase, incluso se cambia con un transplante, mientras que en el cerebro, en la mayoría de las veces el daño es irreversible. No hablaban de cuestiones médicas, está claro, y siguen apoyando la idea que nos inculcan de niños de que somos humanos incluso en un mundo súper tecnificado gracias precisamente a las cuestiones que tienen que ver con el color rojo: pasión, sangre, amor, dolor, fútbol…

Esta idea que se nos machacaba en nuestro almibarado mundo Disney de que lo importante era la amistad, los abrazos, el amor, el servicio a los demás, escuchar al corazón, luego lo tienes que modificar un poquito por aquello de amistad correspondida, contención de ciertas emociones, amor de conveniencia, racionalizar el instinto y esas cosas de pelis de adolescentes y mayores.

La segunda cuestión fue el tratamiento que le dieron a la incompetencia inconsciente del muñeco de nieve. El personajillo en cuestión era fruto de un crudo invierno y suspiraba, como no podía ser de otra manera, por vivir en verano. Los protas escuchaban cómo insistía en vivir la época estival «y hacer lo que hacen los muñecos de nieve en verano». Esto es un claro ejemplo de incompetencia inconsciente: no sé siquiera que no sé. Es decir, voy abocado a morir derretido, pero como no sé esa consecuencia, no sé que no quiero. Ufff, complicadillo el tema. «Alguien tiene que decírselo» dice el partenaire de la chica de la historia, «Ni se te ocurra», responde ella.

Eso es una de las cosas que podemos hacer cuando vemos la ignorancia o incompetencia de los demás: callarnos hasta verlo morir hecho aguas, o quizá nos decantemos por despacharnos a gusto diciéndole al otro que es un producto navideño y que tiene fecha de caducidad. ¿Existe una tercera vía? En la peli de Frozen no se trata y el guionista opta por obviar el tema. Yo, sin embargo me acuerdo de las de antes de Walt Disney donde este tema era casi perenne en sus guiones. Pero claro, eran otros tiempos donde se nos explicaba toda la moraleja para disertar y ahora estamos ante cine sin respuestas o respuestas contradictorias. ¿No lo he dicho antes? Filosofía…