Nuestros complejos nos anteceden

Seguro que sabes de qué hablo si tan sólo nombro la palabra «complejos» fuera de cualquier contexto. ¿Noo? ¿Eres de los que has pensado en residenciales? ¿Eres de ciencias y te ha venido a la mente un tipo de números? Da lo mismo, eres persona y seguro que has tenido o tienes uno, dos o varios. Lo curioso de este fenómeno que observo es que conforme nos hacemos mayores, más tonterías cometemos para ocultarlos o superarlos.

«Inocentemente» en la infancia recibimos críticas, comentarios o burlas de nuestros semejantes que nos hacen dudar de nuestra valía y personalidad y hacemos de un detalle o mínima parte nuestra, un todo que hace sombra hasta nuestra mismísima identidad. Pongo el ejemplo típico que a mí particularmente me obsesionaba de niña chica: «gafitas cuatro ojos». ¡Ufff, cómo lo odiaba! Las tenía que llevar desde los 4 años y como eran estrictamente para leer, me las quitaba en cuanto me levantaba de la silla. Tanto es así, que a día de hoy soy incapaz de andar con ellas por la calle o conducir porque lo veo todo extraño y calculo, aún peor si cabe, las distancias. Así que por suerte o desgracia, este complejo influyó de una manera importante en mis costumbres. Menos mal que se me suavizó con el tiempo debido a la moda de las chicas del «Un, Dos, Tres… Responda otra vez» de ponérselas por gusto y seguir siendo las chicas monas de la tele. Solidaridad para quien padece este mal.

Luego me dio por un complejo digno de psicoanálisis, consistente en no usar sandalias ni chanclas para vestir porque se me veían los dedos de los pies. De locos… Por no hablar de aquél tan chorra de no enseñar mi hombro porque tenía una manchita blanca en la piel. Claro, que éste pasó a la papelera enseguida cuando llegó el complejo estrella que padecí: tener acné. Eso sí que ya tenía enjundia, podía ahondar en mi gran tragedia y… Creo que fue lo mejor que me pudo pasar en plena adolescencia.

No había manera de ocultarlo, estaba en la cara y precisamente lo que te hacía mejorar a medio plazo (no maquillarte) era lo que te permitía camuflarlo un poco a corto. Así que cuando me miraba o me tocaba la cara, ya no era yo, eran los granos. Pasaron a ser los protagonistas, todo giraba en torno a ellos: tiempo necesario para cubrirlos, trucos de maquillaje, pelo que tapara, fotos no realizadas, citas retrasadas para ver si bajaban… Un día ya te acostumbras a ellos, te sometes a tratamiento y desaparecen lo suficiente como para no hacerles mucho caso, pero dejan huellas de que pasaron por tu vida.

Después te tienes que ocupar de otros complejos, no puedes tener la lista vacía. Ni siquiera basta que veas a personas que tienen graves problemas físicos y no encuentres que desmerezcan por ello, pero claro, lo nuestro sí que es digno de ocultarse. Es algo así como que ellos ya saben convivir con lo suyo, pero nosotros… nosotros no, es una faena tan grande… Y los que vivimos en la costa lo tenemos crudo ya que llega el verano y hay que despojarse de nuestras corazas para someterse a juicio de todos. Porque vamos a ser sinceros: ¿quién no ha estado sentado en la playa observando a los valientes que pasean sus lorzas bien alimentadas en invierno? ¿quién no ha comentado si ese o esa está bien de, le falta un, le sobra por, le…? Eso sí, bien sentaditos hasta que nos toca sacar pecho. Y aquí hemos tocado tema.

Llegaron los avances estéticos y puedes remodelarte hasta los huesos interiores del oído. Leí con estupor como un chico que quería parecerse a las proporciones del muñeco Kent se había sometido a tropecientas operaciones de cirugía, muy parecido al que quería ser un clon de Brad Pitt. Otra señora que no contenta con sus pechos, caderas, vientre, nariz… Las prótesis mamarias son tan comunes, que supongo en breve dejará de estar de moda que chicas de veintipoco parezcan matronas en plena época de lactancia. Pero la cosa no quedaba aquí, seguía leyendo como se sometían a torturas y operaciones corporales por cejas, ombligos, rodillas, muslos… Vaya, empezaron a salir personas que no gustaban ni del ADN que componía sus uñas.

Tanta falta de aceptación, tanto auto rechazo me da a mí que no debería tratarse con bisturí. Al llegar a la clínica en vez de llamar a la puerta de «Tuneo» deberían pedir cita a «remodele su cerebro, no su cuerpo». Sí, creo que pasar por el psicólogo es más rentable, más sano y menos peligroso para la salud que pasar por quirófano. Que conste que hay cosas que en un día te quitas de un plumazo, pero si una vez vencido esto viene otra cosa, y otra, y otra… No es un complejo que se arrastre de la infancia o juventud, es que fuimos secuestrado por él y en un pequeño rincón de su bolsillo lleva nuestra estima.

Por cierto, me volví a someter a tratamiento para curar el acné y parece que ha hecho efecto, aunque como veo que es algo recurrente, estoy ya ansiosa esperando que me vuelva a aparecer a los 60 para llevar a gala eso del acné juvenil. Quién sabe  por entonces si a los presentadores maduros de la tele les da por ponerse prótesis de granos…