No puedo ir al festival de mi hija ¿he de sentirme culpable?

Mira que hay días y horas en el calendario, pero tendemos a agruparlos en dos o tres significativos. Como trabajadora por cuenta ajena no era tan consciente, todos los días en el tajo había curro hasta decir basta, pero cuando uno es autónomo… Yo me pregunto ¿a qué huelen las coincidencias? No sé, estaré más atenta la próxima vez.

No me suelo perder estas cosas como madre, es más, no es que no suela, es que no me he perdido hasta este día, nada que acontezca importante en la vida de mis hijos. No ha sido sólo una cuestión de suerte, he propiciado que las cosas se distanciaran en días o en horas. También he «sacrificado» oportunidades personales y profesionales porque he entendido que optar por esa decisión era mejor para ellos, y porque así lo consideraba mejor también para mí. Pero me ha llegado uno de esos momentos que no puedes eludir o delegar.

Y en verdad, como todo en la vida, no es que no pueda, es que no quiero porque mis valores y criterios me dicen que el compromiso profesional que tengo adquirido con anterioridad prima en este momento sobre un festival de mi hija, por muy importante que sea para ella y que lo sea para mí.

No me iba a ir tan de rositas por adoptar esa decisión, lo sabía. Todo tiene un coste y pasé por caja:

—Nooo, si tú no vienes yo no quiero hacerlo… no tengo ilusión… ya no me importa… no pienso ir… ninguna «madre» (curioso ¿eh?) va a faltar…

Me mantuve firme ante ese chantaje emocional esperado.

—Siento mucho que te lo tomes así, yo también estoy muy triste, no vas a estar sola, va a ir tu padre y te va a grabar para que luego podamos verlo juntas.

Estoy resumiendo, obviamente, así como tampoco describo los lloros con pucheros, hipos y lagrimones de la niña, ni el encogimiento de corazón que tuve mezclado con flashes de recuerdos de circunstancias parecidas en mi infancia. Parece una clase de inteligencia emocional lo que estoy describiendo, pero es que uno en pleno apogeo de cerrazón, no debe tener en cuenta lo que se dice ni intentar razonar, tan sólo mantenerse sereno, comprensivo y contestar con la verdad. Así que, como era de esperar, el nivel de chantaje subió un escalón más:

—Soy tu hija, si me quieres vendrías… ¿Es que prefieres ir a ese curso que a mi festival?… Puedes elegir y no quieres venir… Todo lo que he hecho y ensayado no sirve para nada…

—Te quiero muchísimo e intento demostrártelo como sé y puedo. Prefiero por encima de todo verte y participar de tu festival, pero no puedo elegir, o más en concreto, tu madre elige cumplir sus obligaciones porque dio su palabra antes, tal como yo te mantengo siempre la palabra que te doy a ti. Y por supuesto que sirve lo que has hecho, te sirve a ti, te va a ver tu padre, el público y yo luego.

Ni qué decir tiene, que al día siguiente ya me hablaba de con qué cámara se le iba a grabar y dónde tenía que ponerse su padre para que le captara en sus mejores piruetas porque tenía una figura de sincro donde la levantaban y bla, bla, bla…

Este dilema moral de escoger entre prestar atención a una persona u otra, a una actividad, a compromisos, familiares, jefes, etc. ya me había pasado y aprendí que una vez tomada la decisión que tomara, no me sentiría culpable. No hay nada peor que no estar donde sientes que tienes que estar y cuando llegas, darte cuenta que encima no estuviste del todo presente donde finalmente te quedaste.

Como es la primera vez que me ocurre con mi hija y es algo ciertamente señalado, todavía no tengo del todo claro superar la prueba que se me presenta. No es un partido más del año, no es una de las muchas causas escolares que nos brindan los colegios para hacernos entender que los niños se divierten  en clase de plástica, no es un día más, es un sólo día al año donde puede exhibirse orgullosa ante sus padres todo el esfuerzo que hace de una actividad pensada por y para el espectáculo (natación sincronizada). Así que me atenaza la duda de si la culpa rondará mi puerta…

La culpa es muy traicionera, nos corroe porque atañe a lo más profundo, a nuestras normas internas. Si sentimos que las hemos transgredido, la mente nos dice: «Te has portado mal y lo sabes, te voy a torturar no dejándote disfrutar de esto porque no te lo mereces». Así que no nos damos el permiso de vivir el presente y nos secuestra la penitencia de nuestro delito.

¿Cómo salir de esto? Lo primero de todo conociéndonos a nosotros mismos. ¿Cuáles son mis normas, mis valores, mis principios? Lo segundo, analizar en ese dilema qué debe primar, porque todos los valores por así decir, los llevamos dentro. El valor del compromiso, del esfuerzo, de la responsabilidad en la felicidad de un hijo pequeño, de la coherencia… Pero en esa situación concreta un valor ha de primar sobre otro para poder tomar una decisión. ¿Que te parte en dos? ah, amigo, por eso se llama dilema. Y por último, tomar todas las medidas paliativas que se pueda, en ese momento y en un futuro.

Eso sí, una vez que ya la has tomado a conciencia, mantener tu postura. Pero ¿qué pasa si acaso doña culpa hace «toc, toc, estoy aquí para recordarte que una de tus normas ha sido transgredida»? No pasa nada, como es amiga nuestra de antaño, la atendemos cortésmente. Sabemos que las emociones nos informan y en realidad viene como recadera, sería absurdo que la invitáramos a quedarse toda la tarde o todo un fin de semana, o incluso toda una vida con nosotros. Recogemos el mensaje, le damos las gracias y a otra cosa, mariposa.

¿Y si persiste la culpa tras su mensaje? Señal de que su mensaje no es de mero recordatorio por si cuela un café a mitad de servicio, es señal de que efectivamente no tomamos una decisión acertada porque o bien no pusimos remedios para evitar mayores daños o miramos hacia otro lado sin querernos reconocer. Entonces los deberes que no hicimos nos toca hacerlos en ese momento: sopesamos qué fue lo que antepusimos en esa circunstancia, qué en verdad deberíamos haber primado y cómo podemos reparar lo mal hecho. Igualmente, hay que volver a abrir la puerta para que la culpa salga.

PD: Cruzo los dedos para que la tecnología no falle, porque sé que su madre no le falla: mantiene su palabra como tantas veces la mantengo con ella.

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