¿Nadie los va a avisar?

¡Ay qué ver, qué poca humanidad! ¿De verdad que nadie los va a avisar? Y ellos, por ahí, erre que erre, dale que dale… Y mientras todos callados… No me parece de buenos samaritanos, el día que se enteren les va a sentar fatal, os lo aviso. Eso si llegan a enterarse, porque claro, entre nuestro egoísmo y su cegosordera social…

El pasado día me encontré con uno. ¡Pobre! Dicen que la compasión enmascara engreimiento, pues a mí me reconforta tanto cuando estoy malita que me tengan cuidados especiales, que suspiro por engreídos enfermeros improvisados. Porque esto es como una infección, igual, igual, pero en vez de extenderse a los bronquios, te va invadiendo por dentro y te impide salir más allá de ti. Yo tengo unos remedios fulminantes, pero para que no me acusen de lo que yo misma critico, me los guardo hasta que me los pidan. No me gusta que me pase como ese que tiene el paladar subidito y al ver al comensal de al lado con su plato, agarra el salero y ¡chas! cloruro de sodio que te casco sin permiso.

Una ya va aprendiendo de buenos, malos, estupendos y demoníacos amigos que sólo merece la pena arriesgar por quienes amas, pero no por desconocidos, conocidillos o casuales transeúntes de vida. Hacer favores sin que te lo pidan tiene un coste personal tremendo. Que me guste que lo hagan conmigo, no significa que los demás gusten de lo mismo. Para mí que más vale no ir de proactivo en este tipo de menesteres, parece más razonable ser reactivo y esperar a que el otro tome la iniciativa, o sea que se caiga y con los dientes en la mano te pida ayuda. Y hasta incluso te llevas chascos cuando te dicen que les guardes los dientes para ponérselos luego…

¿Que ayudaría más al medio ambiente hacer lo contrario? no lo dudo, pero jamás vi más déspota que el que intenta mejorar a los demás sin que los demás tengan intención de hacerlo. Y que conste que aquí no vale eso de: «¿y quién dice qué es mejor?» Sí, en este caso, está claro, clarísimo. No hace falta que te lo venda ni nada, tú ya sabes que eso que hacen es mejorable, de todas, todas. Ni interpretaciones personales, ni relatividades, ni puntos de vista diferentes, el analfabeto social precisa educación. Hoy día, en nuestro engañoso mundo civilizado no concebimos que haya ciudadanos sin alfabetizar, vaya, que sepan hilar símbolos y signos relativos al lenguaje. Pues ya verás como dentro de unos pocos lustros o siglos, ir por ahí sin repartir educación en habilidades sociales nos parecerá igual de inaudito.

Si quizá en un principio interesó a unos cuantos que la gran inmensa mayoría supieran leer, por aquello de meterles la letra sin sangre y no derrochar el presupuesto en limpieza, no vayas a pensar otra cosa, lo mismo que ya se maquilló con ideales o bondades sobre que la información es poder y que el derecho al conocimiento no podía estar limitado, lo de las habilidades sociales se va a predicar también como un producto de higiene moral.

¿Pero no ves que hacen más daño que bien? En los más sumisos o poco asertivos generan rechazo y miedo. Con tal de no tropezarlos, uno es capaz de esquivar hasta lo agradable. En los más agresivos y controladores generan impaciencia, ira y violencia verbal. Aunque parezcan inofensivos, no lo son del todo. Son detonadores de pensamientos negativos. En el fondo no son culpables de las reacciones que causan, no vayamos a demonizarlos, pero responsables de contaminación sí.

Las habilidades sociales no sólo sirven para alcanzar un alto grado de reputación, improvisar en un meeting político, arrastrar a tu equipo inválido, dejarte ver en youtube o que tus vecinos de puerta con puerta no tengan de acerico un muñequito con tu careto. A veces ni siquiera es necesario marcar tan ambiciosas metas como influir positivamente cuando interactuamos con los demás; que se lleven un grato recuerdo, una buena impresión o que les dejes mejor que estabas. Eso es para nota cum laudem. Venga, vamos a ser un poco más conformistas: no dañar. No empeorar, no provocar cum nauseam, no hacer sentir malestar. Sólo, ese poquito sólo ya bastaría. Esto es lo que  Karl Albrecht en «Inteligencia Social» ya expuso: dejar de ser tóxico. Siguiente capítulo será ser nutritivo, no obstante con desandar la senda incorrecta ya podemos apreciar cambios.

Así que el pasado día ante un recalcitrante patoso social me invadió así como una desazón… No me lo podía creer ¿nadie le va a avisar? Yo no estaba en posición de hacerlo, hubiera sido una descortesía por mi parte. Este pobre chico ¿no tiene madre, ni amigos, ni jefe, ni novia? El caso es que a veces se junta en el mismo individuo un gran desconocimiento en este campo con una exquisita aparente educación en el trato. Y lo peor es que aún se considerará un crack de las relaciones… Y esto que digo es así porque en el súmmum de su alto nivel de infección llego a manifestarlo. A éste ya no le hacen efecto ni las vacunas ni los antibióticos. Casi mejor dejarlo morir de sí mismo para ser rescatado. Yo me he hecho el harakiri muchas veces para renacer un pelín menos lerda. En cada acontecimiento social tengo una nueva oportunidad.

El caso es que todavía hay quien no sabe que monopolizar una conversación dice más de tu ignorancia que de tu grandilocuencia. Que divertir a costa de los demás es tan patético cual sonrisa de Joker. Y que quejarse en exceso te catapulta al top de los reyes dignos de esquivar. Grande es el cielo de los que intentan salirse con la suya, así como diminutas las miras de quien se muestra paternal con las pobres criaturas con las que se cruza. Pero digo yo… ¿nadie los va a avisar? De verdad, qué poca humanidad…

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