Las horas bajas

Hay días que a ratos me siento infinitamente cansada. Si me miro al espejo soy capaz de ver a la vieja en que me convertiré. Y me agrada.

Me gusta esa mujer que no se encuentra a veces. Esa mujer que se pensaba todo controlado. Ésa que se sorprende como una novata por no haber estado audaz para reconocer lo obvio. Ésa a la que le queda mucho por aprender y cada vez menos plazo para hacerlo.

Pues sí, me gusta incluso esa malhumorada cabezota que escogió tener razón a ser feliz.

También tengo esos ratos en que el pelo cae sin gracia, la pierna no avanza y de la mano se resbala. Me vuelvo a mirar al espejo y me río de esa señora que hace un instante tenía cara de pocos amigos y que la risa ahora saca a relucir todas y cada una de las marcas del paso del tiempo en su cara. No sé qué es peor… Sacado de contexto podría parecer patético, no lo niego, pero es que me gusta saberme imperfecta, tristona, a ratos amargada y a muchos energética. La energía lo misma irradia que también trastoca y saca de punto.

Y otra vez, cuando ya pensaba que el suelo estaba debajo y el cielo arriba, se invierten cual reloj de arena al que nada le importa si estaba en reposo o en marcha. Sin aviso ni permiso, lo que sí parece, pues no. Y lo imposible llega.

Ya no quiero hacer las cosas bien, perfectas, correctas o adecuadas, quiero hacer las cosas yo. Otra cosa es que mi yo quiera hacer las cosas bien, perfectas, correctas o adecuadas… Pero no es el caso.

Me sé cuando estoy en uno de esos ratos en que estoy infinitamente cansada… Tanto que no quiero ni recuperarme, me quedo ahí restregándome con mi cansancio vital. Qué a gustito se está contraviniendo la sensatez que me dice que de donde estoy no voy a salir si no es por mi pie y que mi pie cuanto más parado y cansado esté, más le costará moverse…

Pero entonces la muy traicionera se encuentra cada vez mejor porque se permite ser imperfecta, incorrecta e inadecuada. ¡Mierda! esto no funciona… Ahora me río hasta de mi mala sombra. Supongo que estos serán destellos de locura de los que una ya no se asusta y le inventa otros nombres que parecen más livianos.

De rematada y sin remedio, gracias a pasar de épocas=> meses=> semanas=> días, a ya tan sólo horas bajas, me doctoré en «Relativiza, pon remedio si lo tiene y depende de ti y si no, déjate fluir». Cuesta ¿eh? es de las carreras más duras que conozco. Pese a que vayas aprobando exámenes, llega una prueba que ¡zas! echa al traste con las notas sacadas anteriormente. Otra vez a estudiar y esforzarte como el primer día.

Me recuerda también a una pesadilla muy recurrente por todos los que hemos estudiado una titulación por un largo período aunque hayan pasado muchos años. Siempre llega una noche en que te sobresaltas de la cama porque resulta que te queda una asignatura, un tema por abordar, el diploma que no te dieron, tu acreditación caducó… Pues con los aprendizajes de la vida, igual.

Puedes tener la fórmula delante, la llave que abre, la incógnita que despeja… que basta un instante para que desaparezca. Eso es tan cansado… No sé si me moveré, ni a dónde, ni cómo…

Vale, sin fuerzas, con los recursos mermados, da igual, no tiene porqué estar bien, perfecto, ser lo correcto o lo adecuado, voy a intentarlo. Y entonces es cuando desde ahí salgo. Puede que no sea una buena solución, ni que me funcione en todos los casos, pero no pretendí que sirviera a nadie más que mí.

Me gustan las horas bajas. Ya no convierto a todas las posibles horas en bajas, dejé de regodearme en ello, pero saber que están me reconfortan. Es un lugar conocido, seguro y recurrente. Te quedas un poquito, lo mínimo y suficiente para que no te atrape. Te acercas y agachas con fuerza hacia ellas para tomar impulso y de un puntapié te llevan a otras alturas, visiones, perspectivas…

Son geniales, son las horas de no esfuerzo, de fuera de nosotros. ¿Qué vamos a hacer? Nada, estamos en horas bajas… Son inevitables, dolorosamente conocidas y seguras. Nos permitimos estar, descansar, apagar la máquina. ¿Por qué no? Si estamos en horas bajas…

Algunas son hasta creativas. No imagino a un poeta o a un compositor de country alegre, feliz, cómodo, satisfecho y eufórico escribiendo del desgarro, del desamor, de la muerte, de las glorias pasadas, de la traición, del despecho… Yo las aprovecho también para escribir de todo, menos manuales de autoayuda.

Ya seas creyente del «todo pasa por algo» o del «tienes que estar feliz sí o sí, háztelo mirar si no», se saben que son necesarias, son naturales, amigas de golpes y rasguños. Con ellas nos cicatrizamos las heridas, nos lamemos la sangre y quedamos encogidos en nosotros. Cual sueño reparador nos indican que no debes estar más tiempo. Es como la casa de los papás cuando eres adolescente, reconforta volver para luego marcharte a la calle.

Hacer de mis horas bajas mi pequeño universo donde me dejo caer en la postura que me salga, me fortalece, me empodera. Son nuestras horas bajas, nos pertenecen en exclusiva, nadie pregunta por ellas si no lo demuestras, tú no das explicaciones si no quieres compartirlo. No pasa nada, todo está en su sitio, son horas bajas que te indican la medida de una altura.

Las he llegado a llamar horas pasillo. Pasas por ellas, pero no haces de ella la estancia, tan sólo es un tránsito. Son los metros cuadrados desperdiciados en una casa, pero separan luces, olores, ruidos e intimidades. Disponen de luces propias, pero se vuelven inútiles para la mayoría de usos.

Queridas horas bajas, gracias por visitarme, nos bebemos a sorbos lentos estos amargos ratos, y ahora me marcharé…

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