La sobrevalorada productividad

Ya sé porqué nunca me fue bien en esa rama concreta del desarrollo personal. No es lo mío. Todavía no tengo claro si se trata de una asignatura pendiente o de toda una carrera universitaria que no tengo la más mínima intención de cursar…

Pero, ojo, no es por falta de capacidad o talento, porque si me lo propongo, a «caborra» no me gana ni cronos. Pero es que no tengo la más mínima intención de ser productiva. Ya caí del guindo. Ya me bajé de la cinta.

Quizá sea culpa del léxico, pero asocio la productividad con las vacas, los gusanos de seda y las fábricas. Y no quiero contribuir como estos en cantidad. Además, la superproducción me causa tanto misterio, que me angustia. O al menos es lo que me pasa con las pelusas de mi casa. No, ciertamente, la cantidad es un criterio muy válido para las cosas, pero no para las personas.

Me horrorizan esos planes que se hacen para que uno actuando, esté en todo menos en lo que tiene que estar. Hacer esfuerzos para luego no estar esforzado… Pulsar intermitente en un sitio de tal manera que equivalga a no levantar el dedo… Cuadricular tu vida a sabiendas de que esta es circular… ¿Con qué sentido hacemos todo eso?

Que conste que tengo varios libros acerca de la exaltación por las bendiciones de una vida productiva, pero más allá de la página 15 me entran cabezazos de somnolencia. Y como considero más beneficioso el descanso que los momentos que ganamos a costa de este para luego ansiarlos…

Se marcan pautas desde que uno se levanta y se programa toda la jornada para… ¿¿para?? Esto se menta poco, se deja a la imaginación del lector. Y es ahí precisamente donde reside el débil sustento de la absurda idea de que una vida ha de ser productiva. ¡Una vida ha de ser significativa!

Ahí arriba debe de haber una panda descojonada viendo cómo los esclavos corren presurosos a ponerse las argollas y a atizarse a base de bien para estar bien sometiditos ante ellos. Como seres humanos hemos perdido el Norte, pese a que sigamos produciendo brújulas…

Entiendo perfectamente las leyes de la economicidad, y también entiendo que se aplican a las cosas, a las acciones que buscan resultados y beneficios. Pero hablamos de un que(rer)hacer, de un camino, de un proceso, de una vida. Y los costes en estos conceptos no son cuantificables. Son costes emocionales, espirituales. Cuyos beneficios o réditos en la inmensa mayoría no somos capaces de vislumbrar sino a las puertas de la despedida. Y ni eso. Será la Historia la que dará la gran explicación.

Mi gran índice para medir mi productividad es tomar conciencia de que mi sentir, mi pensar y mi acción se encontraron en un momento presente y una voz interna me dijo algo ilegible, pero lo supe…

Si pudiera darte más, ya lo hiciera. Si no me bastara en eterno, voy y te lo trajera. Que no sea porque no esté en un gesto, ni en mil acciones diarias. Que no haya lugar a la duda, que todo lo que te entrego de mí, es nuestro.

2 comments

  1. Viniste a mí, atendiendo generosa y entregada, por fin, mis esfuerzos y súplicas. Viniste a mí, imperturbable y serena. Viniste a mí para que tus manos fueran mis manos. Y tus ojos mis ojos. Y tu fuerza la mía. Para que mi espíritu fuera tu espíritu y siendo dos fuéramos uno. Pero tu belleza y el vigor incansable de tu cuerpo enraizaron en mi mente y mi corazón fue tuyo. Busqué cada día tu favor. Mis dedos no te escatimaron las caricias. Mi mente y mis palabras fueron tuyas. Tus ojos fueron las ventanas de mi espíritu. Tu mundo fue mi mundo. Y te dí, confiado, mis recuerdos, mis palabras, mi vida entera. Y creí en tí.
    Ahora, malhadada, me has dejado. Me ignoras, fría, ciega y callada. Y en tu ausencia me invade el vacío, el silencio y la soledad, mi memoria se pierde como succionada por el olvido, mi trabajo se ha vuelto improductivo. ¡Malditas sean tus teclas desgastadas! ¡Maldita tu obsolescencia programada y tu electrónico corazón!

  2. Laura Segovia

    Gracias por tu escrito!! Fantástico… Donde quiera que su alma se encuentre, ya sea en una montaña de residuos o en un océano de deshechos, siempre nos quedará lo que produjo 😉

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