La sinceridad y sus consecuencias

De eso andábamos hablando un amigo y yo sin llegar a conclusiones: ser sincero o seguir la farsa. Creo que es un tema bastante debatido, internamente digo, cuando ante alguien que no es… (vaya, lo diré suave) santo de nuestra devoción, dudamos entre manifestarle nuestro desagradado, mostrarnos indiferentes o fingir cordialidad.

En este caso el quid de la cuestión estará en atender lo que nos pide el cuerpo o lo que nos rige la mente. Es decir, cuando actuamos conforme pensamos, está claro que nos sentimos satisfechos con nosotros mismos en ese momento, de ahí que la coherencia en estos casos es beneficioso, mas… Claro, la consecuencia es que a quien dejamos mal es al otro y quizá a largo plazo a nosotros mismos también.

¿Esto quiere decir que es mejor fingir cordialidad? Ojo, ser cordial no es exagerar ni inventar aprecios y gustos que no existen, eso sí sería actuar hipócritamente y se nota a la legua. Ser cordial no debería ser sinónimo de falsedad. Es más, la cordialidad es una virtud que nos permite convivir entre extraños y cercanos no deseados, sin olvidar la gran ventaja de no tener que estar calibrando constantemente nuestra intencionada hostilidad. Se tratará, pues, de una cuestión de esfuerzo: ¿te compensa  estar manifestando constantemente a esa persona que no es de tu agrado?

Vale, tenemos la tercera posibilidad que es la indiferencia. ¿No saludar es mostrar indiferencia? ¿Mirar hacia otro lado cuando esa persona habla es indiferencia? Conforme uno de los primeros axiomas de la comunicación (Paul Watzlawick), no es posible no comunicar, así que en la indiferencia también estamos transmitiéndole a la otra parte que no nos es agradable.

Ante todas estas posibles elecciones yo pienso en las consecuencias: ¿qué quiero conseguir? y egoístamente (pensando en mi estricto interés, me refiero) me lleva a la respuesta acertada. De nuevo, recupero la coherencia y me siento bien.

Pero hasta ahora hemos visto el típico ejemplo cuando pensamos en la sinceridad, sin embargo nos olvidamos de la sinceridad en su aspecto más importante: cuando alguien sí nos importa, sí le apreciamos o sí le queremos. ¿Que la cosa cambia, dices? Pues fíjate que creo que no.

En numerosas ocasiones que somos sinceros y nos permitimos decirle sin rubor a un amigo que le echamos de menos, a un socio que su colaboración es inestimable, a un compañero de trabajo que su ayuda es imprescindible o simplemente a alguien que  nuestra vida es mejor a su lado, he observado que no siempre es bien recibido, hay veces que es la parte que lo recibe la que se queda mal. Hoy mi colega Coco Martínez ha colgado esta foto en su muro y la titula «El valor de decir lo que importa», así que efectivamente ser sinceros es una cuestión de valor. ¿O una cuestión de osadía?

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La sinceridad, aunque sea para bien, también entraña consecuencias que remueve y no deja indiferente. Uno tiene que estar preparado para aceptar críticas, pero también para recibir elogios y cuando detectemos que esa persona no se va a sentir cómoda, no va a recibir con agrado nuestro sincero afecto por incapacidad ¿qué hacemos? Cuando hablamos de asertividad (decir y hacer conforme a nuestros derechos e intereses, sin ofender ni agredir los derechos de los demás) ¿estamos hablando de coraje? Vaya, pongo la pregunta más directa: ¿el sincero ha de someterse al reprimido? ¿Ha de imponerse? ¿Se precisa negociar? ¿Calibrar o ajustar? ¿antes o después? ¿Cómo medimos el grado de sinceridad?

Lo cierto es que siempre cuesta más ser sincero en exponer nuestros amables sentimientos que en exponer nuestros sentidos desagrados, luego confesar nuestras pasiones te expone más que confesar nuestros odios. ¿Por miedo al rechazo? Curioso que este fenómeno no sea aplicable en Facebook… Quizá porque el medio de comunicación sea el escrito, o porque sólo nos pongan la teclita de «me gusta». ¿Está Facebook educando en valor y asertividad?

En fin, no he resuelto nada, sigo pensando en el dilema de asumir el riesgo de ser sincero o seguir la farsa…