Impacto

Fui a ver a un ponente. Es un magnífico profesional, pero comunica como si lo diera de espaldas… Entonces, contándoselo a un amigo común me dijo: ya nada que veas te va a impactar.

Me lo decía desde mi deformación profesional. He visto mucho. He escuchado mucho. He corregido, analizado, aplaudido…

Pues no es cierto. Me sigue impactando muchas ponencias. Me llega una mirada, una palabra, un gesto que me sorprende o algo que me remueve.

Cierto es que no miro con ojos de primera vez, pero me maravillan muchas ponencias. No busco la novedad. No es lo inédito lo que más me llama la atención, tan solo que algo cambie en mí.

Una idea que rechacé, un comportamiento que censuré, una persona con la que no congenié, un fallo que no perdoné, una propuesta que no admití y que ahora sí. Que tras esas palabras pronunciadas, que tras ese gesto expresado, ahora sí. Eso ya me parece impactante.

Que un ponente sea capaz de moverme de mi sitio (y por favor, no hablo de zona de confort, ni literalmente como hacen esos modernos showman) me parece impactante. El fin último en oratoria es eso, mover la emoción inicial del público hacia otra intencionada.

Hombre, también me ajusto y me bajo el listón cuando no queda más remedio porque he de asistir por trabajo o compromiso: con que mi cabeza no vuele a la sala de al lado…

Hay un lema en oratoria que dice que el público puede perdonar el error, pero nunca el aburrimiento. Y queridos, esto acontece cuando la gente sale a «hablar de su libro». A contar lo que sabe para quedar bien, a epatar porque en su casa todavía no le cambiaron la trona infantil por la silla de adulto.

El público no quiere que cuentes una historia, quiere que LE cuentes la historia. Quiere verse reflejado, palpar tus imágenes, oler tus metáforas, sentir tus bofetadas que despiertan y tus esperanzadores abrazos. Y eso, da igual que hables del tratamiento de la agenda, del desarrollo de su inteligencia emocional o de cómo atraer clientes a su página de venta on line.

En verdad, lo impactante no es el mensajero, es cómo envuelve el mensaje que cada uno ha de extraer. Cuando se pone foco en el que escucha y mira, y te olvidas de tus vergüenzas, miedos, exigencias, perfecciones y reconocimientos, es cuando se produce la mágica conexión.

Todavía me acuerdo de un micro discurso que como ejercicio le puse a un estudiante de la Facultad de Derecho. Tenía todo el escenario para él y podía utilizar los medios que quisiera. Se dirigió a la tarima, separó una silla de una mesa a modo de rueda de prensa y se sentó. Tomó el micrófono y comenzó a hablar. Esto va a ser soporífero, pensé, menos mal que no dura más de 10 minutos…

Cuando volví a parpadear ya me daba una lástima infinita que se acabara. Aquel muchacho había contado desde su más hondo corazón los bloqueos por los que atravesaba cuando se sentaba ante el tribunal de oposiciones. Puso toda la carne en el asador en su voz, en sus pausas, en su cadencia, en sus escogidas palabras y nos movió. Nos emocionó a todos.

Claro que me impactó. Y lo primero fue cómo me sacó de mis prejuicios. No necesitó un tema inédito. Ni acompañarse de luces, imágenes ni sonidos. Ni siquiera desplegar la batería de recursos corporales de los que disponemos. Ese chico conectó y eso hoy día, ya es todo un impacto.

 

 

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