El misterio de los calcetines

Andaba yo en esos menesteres cuando un colega de blog (¿nos podemos llamar colegas de devoción, no?) Víctor Campuzano lanzaba el siguiente mensaje en Twitter:

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¡Este tío es un crack! Ha sido de los pocos en pedir ayuda tan públicamente exponiéndose a que las fuerzas misteriosas que lo hacen lo rapten para silenciarlo. Pero aún a riesgo de pecar de mayor insensatez, estuve a punto de acudir a su llamamiento, pero luego pensé: ¿para qué? ¿para sembrar todavía más la desesperanza de no conseguirlo jamás?

Yo en esta historia cometí el grave error de prejuicio y soberbia: como los niños se cambian de ropa en el cole, los traen confundidos, seguro. Es como esa interminable lista de sucesos que leemos a diario y que no sabemos porqué extraña razón de supervivencia y paz interior pensamos de inmediato que le pasa a los demás, que se meten en mil «fregaos», pero que a nosotros  no nos puede acontecer.

Claro, la realidad me golpeó cuando tras la veinteava desaparición de algún calcetín mío, decidí tomar cartas en el asunto y estuve atenta a lo que perdía. ¡No siguen reglas fijas! Se pueden perder entresemana o el finde, no importa el color o su blancura, ni su tamaño y ni siquiera respetan antigüedad o reciente adquisición.

Entonces me acordé de mis tiempos de despacho de abogada donde los papeles se reproducían cual plaga de mangostas, y los documentos necesarios entraban también en el mismo agujero negro que los calcetines. Eso sí, la diferencia es que los expedientes, papeles y documentos sí siguen reglas fijas: siempre se pierde el que es del cliente más quisquilloso, el que vence de plazo antes y cosa curiosa, el que ha sido de alguna manera tocado por alguien ajeno a nosotros mismos, aunque sólo estuviera de paso… En el despacho de mi mentor Javier Mexía, achacábamos su autoría a los hados y todavía cuando algo se me pierde en casa (caso aparte los calcetines porque estos no vuelven a aparecer jamás), invoco en voz alta mientras dura la búsqueda a esas criaturas para que me los devuelvan.

La solución me la dio una amiga: compra todos los calcetines del mismo color y si puedes los de los nenes del mismo tamaño (uno los llevará apretados y otro holgados) ¿Solución? Me puse a analizarla:

-Estamos atacando el problema en sus consecuencias, pero no en su origen. (Algo así muy simplificado como la diferencia entre la pastilla quemagrasas o hacer una dieta adecuada)

-Tratamos por igual las tallas y no contentamos al personal (el famoso café para todos), será una solución igualitaria, mas carece de justicia, pues siempre se queja más el que se ve apretado que el que se ve suelto. (Como los impuestos indirectos)

-Eliminamos la diversidad y por ende la diversión: la puesta de calcetines se convierte en algo monótono, aburrido y predecible. (¡Vaya, como la programación televisiva!)

No me ha convencido la solución, así que seguiré acumulando restos en mi cesta de mimbre destinada al efecto y como dicen que siempre hay que mirar el lado positivo de las cosas, celebro cada escaso reencuentro de calcetines con la misma alegría que supongo a los dueños de Meetic. Así que me he hecho la promesa que después de este post, mi emparejamiento de calcetines no volverá a ser el mismo y ruego y deseo que no sea porque las fuerzas misteriosas se dirijan contra mí.

Claro, que bien podría encontrar otra solución y lo primero sería analizar meticulosamente el problema: persiguiendo las entradas y salidas (lavadora, secadora o tendedero) durante un período de tiempo, clasificar los decesos en función de diversas variables (color, dueño, grosor, día de puesta, etc.), extraer conclusiones y hasta crearme mi propia estadística. Si fuese capaz de extrapolar estos datos tomando más muestras de otros hogares, podría encontrar la solución para que los calcetines viniesen de fábrica sin esa tara. ¡Se me acaba de ocurrir un negocio! ¿No se trataba de encontrar  soluciones a los problemas que la gente tiene? Éste de los calcetines es bien común, según veo. ¿Dónde está la clave para que un negocio sea viable?

20 minutos después: acabo de terminar de emparejar los calcetines, al tiempo que acabo de terminar la idea de este post, así que se puede decir que mi magnífico negocio ha durado menos que un telediario. Menos mal que no acudí al llamamiento de Víctor con la posible nefasta consecuencia de encontrar siempre dispuestos aliados en las redes, pues como dice Emilio Duró, no hay nada peor que un tonto motivado y si encima somos más…